“La tierra sabe [o tiene sabor] porque todo vuelve a ella. Es un principio femenino que abriga los cuerpos, los acuna y guarda su verdad y su memoria.” Dolores Reyes, 2019

Mientras leía el ‘Plan Infinito’ de la chilena Isabel Allende, ‘Cartas Cruzadas’ del colombiano Darío Jaramillo, y ‘Terra Alta’ de Javier Cercas (sí, amo leer varios libros al tiempo), estaba ensimismada en lo místico, lo poético y la novela negra, de forma paralela ha llegado a mis manos un libro que logró sintetizar todo ello en una sola novela corta de naturaleza implícitamente política.

Se trata de ‘Cometierra’ (edición original de Sigilo, 2019 en Argentina y España, publicada en Colombia en Enero 2020 por Rey Naranjo Editores), obra de una autora argentina, maestra desde hace más de 15 años en la Escuela 41 de Pablo Podestá en Buenos Aires, situada a menos de 200 metros del cementerio donde están enterradas Melina Romero, Araceli Ramos y María Soledad Morales – torturada y asesinada por su novio y Guillermo Luque, hijo de Ángel Luque, entonces diputado nacional de Catamarca, una provincia del noreste de Argentina, adolescentes víctimas de feminicidios y, a cuya memoria y sobrevivientes, está dedicada la novela.

Madre de siete hijos, lectora de infancia de las tragedias griegas en las que siempre está involucrada una figura femenina potente (Medea, Antígona, Ifigenia, Casandra, la asamblea de mujeres), y dotada de una palabra auténtica, sinigual, que muy pocas mujeres logran convertir, no en narrativa autobiográfica sino universal. Se trata de Dolores Reyes (Buenos Aires 1978), escritora que tendremos en el Hay Festival Cartagena 2020.

La editorial Rey Naranjo, una editorial independiente, de los esposos Carolina Rey y John Naranjo, con mas de 10 años de experiencia, caracterizada por la altísima calidad en el diseño de sus libros y un abanderado de contenido creativo original en la edición impresa, nos ha traído a Colombia la fenomenal edición del libro de Dolores Reyes que lanzará en el Hay Festival 2020.

Son pocas las editoriales que se preocupan por abrir el espacio a prometedores escritores que no son precisamente los consentidos de las grandes editoriales multinacionales. Y le agradecemos infinitamente a Rey Naranjo por eso, porque esos esfuerzos son necesarios para garantizar la multiplicidad de voces literarias en el mundo y, en particular, en nuestro país. Las aclamadas biografías gráficas de Gabo, Rulfo y Borges, obras maestras de la literatura gráfica son, por supuesto, de Rey Naranjo.

En ‘Cometierra’ nos encontramos, frente a frente, así, intempestivamente, sin filtros ni introducciones, ante un feminicidio, en el funeral de la madre de ‘Cometierra’ (ella ruega al final del libro por su verdadero nombre), quien fue asesinada por su padre, que sigue ‘vivito y coleando’ a lo largo de la novela, como una presencia incierta, que mata y salva a la vez.  En esa ocasión, ella come de la tierra en la que su madre es enterrada en el cementerio, solo para guardar un poquito de ella en su cuerpo y que no se vaya del todo. Y al comer la tierra, logra ver, sin buscarlo qué fue lo que sucedió.

Y así, inconscientemente, se va dando cuenta de que tiene un don de videncia, de que logra ver los entornos en donde están los que desaparecen por cautiverio o muerte, comiendo un puñado de tierra que haya estado cerca a esas personas. La trama se desarrolla en un entorno de pobreza, marginalidad, sordidez y brutalidad, en el que el lenguaje poético transforma a ‘Cometierra’ en ternura pura, en generosidad.

En una reciente entrevista para un medio digital español, Dolores, nombre más que adecuado para la historia de una obra dolorosamente poética, nos dice:

“Yo hacía un taller con Selva Almada en Espacio Enjambre y Marcelo Carnero, un compañero, leyó un fragmento de un texto (…) Yo medio que cerraba los ojos y lo escuchaba y a medida que avanzaba el texto fui viendo una nena”.

Y el texto terminaba diciendo: “Tierra del cementerio, y cuando él dijo así, vi a la nena de espaldas, tal como la describo en la novela, haciendo el gesto de meterse tierra en la boca. Y después de eso fue seguirla, describirla, ver en dónde estaba, ver su entorno, ver la relación tan fuerte que tiene con la tierra, y con la tierra de ese lugar tan específico que es un cementerio, que es tierra que está pegada a cuerpos, a historias.”

Los personajes de la obra, muchos de los cuales llevan una botella llena de tierra y mojada por el agua lluvia diaria, todos ellos son construidos brevemente por Dolores, con una vida hermosa y valiosa, como la de los desaparecidos que buscan. Sin embargo, como dice su autora “cada vez que la llaman ‘Cometierra’ tiene consecuencias malas para ella y para su familia, para el entorno pequeño que constituye con su hermano”.

Por eso, cada vez que abre la puerta de su casa y ve la gran cantidad de botellas, con un nombre, a veces una foto y un número de teléfono al cual contactar si ella decide tragarse la tierra y descubrir el destino de la persona desaparecida, para ella es un martirio. Aún así, siente que debe hacerlo y escoge algunas botellas. Es un homenaje también a la cruda sabiduría de la tierra

La relación con su hermano Walter, que se consolida a raíz del abandono de su tía – que huye miedosa al darse cuenta del don de ‘Cometierra’, es una de las más hermosas que he encontrado en la literatura. No se trata de una familia; ‘Cometierra’ se encarga de aclararlo, se trata de una simbiosis de amor más allá de lo imaginado. Es una relación solitaria en la que solo se tienen el uno al otro, unidos por el recuerdo de la madre. A nadie más.

Las influencias explícitas de Dolores son varias, pues nos encontramos ante una escritora que a su vez es una ávida lectora: ‘Eisejuaz’, de Sara Gallardo, ‘Zama’, de Antonio Di Benedetto, ‘Cicatrices de Juan José Saer’, ‘Chicas muertas de Selva Amada’, Cesare Pavese, Libertad Demitrópulos, Leopoldo María Panero, Silvina Ocampo y Camila Sosa Villada. El bagaje literario de Dolores es envidiable.

La escritura del libro corrió en forma paralela al surgimiento del movimiento #MeToo en el mundo y “NiUnaMenos” en Latinoamérica. “Yo quería tomar la voz de esos relatos desde un lugar nuevo, desde la voz de una mujer. Esa voz no puede impedir que los feminicidios sucedan, pero puede sensibilizar, hacer detener al lector, terminar con su indiferencia señalando lo terrible de estas muertes, lo insoportable de esas pérdidas para todos”, nos revela Dolores.

La erudición y suavidad de la palabra en cada página hacen de este libro una experiencia estremecedora, conmovedora, literaria y emocional. No dejen de ir a verla al Hay Festival 2020 y de leer su hermoso libro.

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