Todo comenzó con una inocente invitación a cenar en casa de unos entrañables amigos de antaño. Trataré de relatarlo con algo de realismo mágico…para ver si logro trasladar a quien me lee a esta peculiar cena.

Alguien preguntó por qué razón mi esposo me apodaba ‘Chucky’, y después de una breve explicación en donde ambos indicamos que las razones eran varias, una de ellas mis apuntes de humor mordaz – el humor constituye parte esencial de nuestra relación, y la otra lo constituían comportamientos de infancia que hoy serían tildados de “hiperactividad”, “rebeldía”, “necedad” … allí, en ese preciso momento, se desataron los demonios del grupo.

Esos demonios que todos tenemos de nuestra infancia, demonios en forma de recuerdos que hoy nos avergonzarían ante un polígrafo. Y la pregunta clave: ¿Confesaríamos hoy, en la adultez, ante un polígrafo acciones u omisiones ‘non sanctas’ de nuestra infancia?

Una de ellas contó, por ejemplo, cómo en primaria, en un momento de soledad infinita en su aula escolar, robó un Parker morado. Esa definición inacabada de que la conciencia es el temor a ser descubierto cobraba plenitud ante esta confesión. ¿Qué impulsó a mi amiga a tomar algo ajeno justo en el momento en que no podía ser descubierta? ¿Qué filtro en la adultez corrigió, encausó, ese incorrecto impulso, y la llevó a convertirse en la gran persona que hoy es?

Uno de los presentes también contó un episodio en el que, jugando en casa de una familia de militares con otros niños, mientras sus papás a su vez jugaban cartas, sacaron las armas del papá y, al encontrar los cartuchos por casualidad, entregó uno de ellos a una de las niñas quien terminó cargando una de las armas y, en medo de un “juguemos a la guerra”, disparando sin querer a otro de los niños, al que, por fortuna no le pasó nada. ¿Qué impulsó a mi amigo-niño a no considerar el peligro latente de entregar un cartucho a una niña para cargar un arma cuando se disponían a “jugar a la guerra”?

Otra de las presentes contó cómo había intentado prácticamente asesinar a su pequeño hermano con unos bloques de madera, con tan “mala” suerte que solo logró quebrar el vidrio del hall de la televisión de su casa, en medio de una de las usuales peleas entre hermanos, en donde el móvil fue la rabia contenida originada en que sus padres siempre la culpaban de cualquier pelea y de percibir que su hermano era “el favorito” … ¿Qué impulsó a mi amiga-niña a no considerar la posibilidad de matarlo como un riesgo real sin consecuencias punitivas? ¿En qué momento de su vida se alineó con lo correcto para ser hoy en día una abogada defensora a ultranza de los derechos humanos?

Una de las presentes continuó contando cómo había aconsejado e impulsado a su hermanito pequeño a irse de la casa, ayudándolo incluso a hacer la maleta y comida, por haber roto el chico, jugando y saltando, las tablas y estructura de la cama matrimonial. Por fortuna, cuando el hermano estaba saliendo, justo llegaba su mamá a la casa, para impedir tamaña insensatez. Mi amiga se preguntaba en la cena cómo había sido posible no prever lo que ocurriría más allá de 12 horas y las consecuencias gravísimas de lo que hubiera sido realmente que ello se hubiera realizado. ¿Qué impulsó a mi amiga-niña, que hoy en día es un ejemplo de miembro de familia, a olvidar la solidaridad y el amor filial y admitir el abandono del hogar como una posibilidad sin consecuencias mayores?

En derecho hay una figura que se llama la “preterintencionalidad”, que procede de praeter intentionem (‘más allá de la intención’), y supone que el sujeto no persigue causar un resultado tan grave como el que produce. Y eso es lo que sucede con los niños: que no alcanzan a medir las posibles consecuencias de sus actos… tal como sucede con el ‘bullying’ y sus efectos devastadores sobre la víctima.

Otra amiga contó que le encantaba abrir pájaros muertos del parque del barrio Niza, en Bogotá, con una “cuchilla de esas de afeitar” …de las de antes: una mezcla entre ánimo explorador y morbosidad, una autopsia infantil a un organismo ex vivo.

Relató también cómo había sacado a un pescado del acuario solo para comprobar si era verdad lo que su papá le había dicho acerca de la imposibilidad de vida de los peces fuera del agua, y ante la agitación del pescado – anaranjado – había optado, no por devolverlo al agua sino por darle la estocada final sepultándolo vivo en la tierra del patio. ¿Qué secreta curiosidad tenía mi amiga en explorar un organismo aún caliente sin temor a su sangre o fluidos, solo por el placer de hacerlo o en sacar a un pescado del agua solo para comprobar que efectivamente no podía vivir tal como su papá le había dicho, y rematarlo con un entierro bajo tierra? ¿En qué momento mi amiga decidió dejar la exploración científica con el binomio vida-muerte para convertirse en la gran humanista que hoy es?

Otra de las asistentes relató cómo le robaba a su abuela bombones de chocolate, calificando tal hecho de “el peor de su vida” de infancia, pero a su vez contó un episodio escolar en el que un día llevó al colegio una granada que encontró en su casa, esto último recordado como de menor gravedad…. ¿Qué pretendía demostrar al llevar una granada al colegio? ¿Qué llevó a mi amiga-niña, en su mente jerárquica infantil, a priorizar aún en el presente el robo de bombones de chocolate como mas grave que el haber llevado una granada al colegio? ¿Cómo es el manejo de sus prioridades hoy? ¿Qué circunstancias formaron sus jerarquías de prioridades hoy en día para llegar a ser el ser con tan buen criterio jurídico que hoy es?

Finalmente, dos de ellos contaron varios episodios de piromanía doméstica, sin que pudieran, ellos ni nosotros, entender cuál es la magia del fuego o el impulso para estos actos de piromanía en los que un niño/a no mide las consecuencias.

¿Todo el mundo es bueno o malo dependiendo de quien cuenta la historia y en qué momento la cuenta? y ¿Qué nos impulsa, en nuestra infancia a actos que, en la adultez, son realmente actos de inmensa crueldad, u homicidas, o inclusive terroristas?

¿Cómo podemos manejar estos recuerdos sin que se vuelvan traumas? ¿Cómo nuestros futuros empleadores y empleadores actuales, amigos, compañeros de trabajo pueden tener la garantía de que un episodio infantil no significará la traza definitiva del camino? ¿En qué momento se dio en cada uno de ellos/as el punto de inflexión para que modificaran las conductas orientándolas hacia comportamientos adecuados moral, ética y socialmente?

No tengo ni una sola de las respuestas. Solo sé que se trata de maravillosos seres humanos, de esos que la sociedad valora, de los que los amigos aprendemos, seres que inspiran y que, en sus pasados infantiles, tuvieron puntos oscuros recordados con una mezcla de amargura y risa, de los que no podrán desprenderse, y que, por fortuna, no llegaron a determinar el camino de sus vidas.

¡A TODOS UNAS FELICES FIESTAS!

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