Al leer su novela ‘Akelarre’ -según el mismo, su “novela de cierre”-, me queda la sensación de que me quedó faltando más del detective Frank Molina, más de Leticia y más de Lázaro…el detective Molina ya había aparecido en sus anteriores obras ‘Lady Masacre’, ‘La melancolía de los feos’ y ‘Diario del Fin del Mundo’, y aún así me quedó faltando…

Reconoce Mendoza que es su novela de cierre por ser la conclusión de un ciclo personal. Nos cuenta en una entrevista que “en el Hay Festival (2019) colapsé, estuve hospitalizado en Cartagena, luego me operaron en Bogotá y mi salud no ha sido la mejor últimamente, y creo que esto tiene que ver con ‘Akelarre’ tiene que ver con una despedida y una manera de decir adiós”. Y que en ello puso su pellejo…

La novela es del género neogótico, un tipo de narrativa nacida en el siglo de las luces, de la mano de Horace Walpole, V conde de Orford (1717-1797) político, escritor y arquitecto británico. Características típicas de este género lo constituyen el terror urbano, basado en el arte arquitectural gótico como coprotagonista de dicha narrativa, así como un efecto hiperrealista en donde el lector siente que lo que le están narrando ocurrió en realidad u ocurrirá indefectiblemente. La diferencia es que, en ‘Akelarre’, la ciudad en donde se desarrolla no es una ciudad europea o norteamericana, sino nuestra Bogotá de hoy, nuestra ciudad industrial contemporánea, un monstruo descrito descarnadamente por Mendoza en este, y en toda su obra anterior.

Escribir ‘Akelarre’ le demoró a Mendoza 4 años, con jornadas de entre 10 y 12 horas diarias. Se trata de 3 historias entremezcladas que se funden en un casi mismo final. La protagonista y eje central, es una mujer negra, llamada Leticia, una artista que va descubriendo poco a poco y debido a coincidencias, sus dones de clarividencia, y en una de las sesiones hipnóticas con el Dr. Dávila, su macabro y criminal psiquiatra descubre que ha sido bruja en el medioevo.

A Mendoza le obsesionan las brujas y aquelarres medievales, al punto que su tesis de pregrado versó sobre eventos relacionados con brujería, ‘shabats’ medievales, noches de ‘Walpurgis’ (noches en que las brujas volaban sobre escobas, gatos o cabras hacia la montaña alemana de Brocken para celebrar sus rituales), y se nota a las claras la intensa influencia de Carlos Fuentes y su maravillosa novela’Aura’, con sus destellos de magia y misterio. El personaje femenino es tan relevante que, al decir del mismo Mendoza parafraseando a Jules Michelet en el epígrafe del libro de Fuentes, “la visión mágica del universo la tiene la mujer y no el hombre, porque esa visión se corresponde con la circularidad. La primera exclamación que sostiene la voz de la cultura es femenina y por eso yo quería que Leticia fuera el eje central en Akelarre, una voz oracular”. Como oracular es la voz de Mama Larissa, yerbatera ella, la otra bruja de la novela. Con el “femenino” de Mendoza, las que defendemos la equidad de género y las causas feministas, tenemos mas que un aliado…

El segundo personaje e historia, es Frank Molina, el detective privado, un personaje oscuro, depresivo, bipolar marihuanero, alcohólico, mala pareja, un “cusumbosolo”, pero ante todo un hombre íntegro, de esos que no se entregan ni se venden, un hombre periférico en todo el sentido. Por llamado de la policía bogotana, a este personaje le corresponde desenmarañar una serie de asesinatos en serie de varias mujeres, que inicialmente siguen un patrón que al final resulta ser uno distinto al que Molina cree, por parte de un asesino que actúa emulando a Jack el Destripador, el mas neogótico de los asesinos reales. En medio de la investigación se reencuentra con su pasado, su presente y visiones clarividentes de su futuro. El final de este personaje, que es anunciado desde las primeras páginas del libro, es un final cruel y corto. Como debe ser el instante de la muerte.

El tercer personaje, historia y voz, es el padre Lázaro Bautista, otrora profesor y figura paterna escolar de Frank Molina. Un sacerdote con un pasado macabro que lo perseguirá hasta el final, cuya vida se ahoga lentamente en las voces de espíritus demoníacos contra los que, si bien puede luchar, jamás logrará vencer. El erotismo de aquella escena en que se encuentra con Leticia en la Iglesia, ‘ex post’ a una incursión en un bar de mala muerte en donde sus deseos sexuales se deleitan irrefrenablemente, es realmente memorable. En él, más que en los otros personajes del libro, se hace evidente cómo la enfermedad mental se confunde con la posesión demoníaca… algo que en el neogótico solía suceder… muy al estilo de Edgar Allan Poe, quien es el personaje literario cuyos cuentos e historias flotan a lo largo de toda la novela.

Sólo le decimos a Mario: no seas egoísta, no pienses solo en ti. Nosotros, tus lectores, te necesitamos. En cada libro tuyo nos abres nuevos mundos. No nos abandones como el padre Lázaro a sus posesos. No termines tu ciclo, somos unos privilegiados y necesitamos de tu sabiduría ficcional.

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