Uno de ellos es ‘El Baile’ de Irène Némirovsky (Kiev, 1903 – Auschwitz 1942), una esencial escritora nacida en Ucrania, criada por una institutriz francesa y que hizo del francés prácticamente su lengua materna, lengua en la que, por demás, escribió todos sus libros, aunque hablaba más de 5 idiomas.

A pesar de haberse convertido al catolicismo, en 1942 Némirovsky fue apresada y deportada al campo de concentración de Auschwitz en donde murió de tifo a un mes de haberse iniciado su reclusión. Su esposo, Michael Epstein, también banquero como su padre, trató de gestionar su liberación, y por esas gestiones también fue apresado y murió igualmente en la cámara de gas del mismo campo. Sus hijas, Denise y Elizabeth, vivieron ocultas entre amigos y familiares y, gracias a que ellas conservaron un maletín lleno de manuscritos de su madre, es que hoy conocemos gran parte de su obra, entre ellas la sensacional ‘Suite francesa’, que en otra ocasión me daré el gusto de reseñar.

‘El Baile’ fue en realidad la primera novela de Irène, pero la segunda en publicarse (1929). Fue traducida al castellano en 1986, inicialmente publicada por Acantilado y posteriormente por Salamandra. Fue tal el éxito de la novela con su publicación primigenia, que en 1931 ya contaba con una adaptación cinematográfica de Wilhem Thiele, protagonizada por Danielle Darrieux, e inclusive en marzo de 2010 se estrenó la ópera Le Bal (El Baile), de Oscar Strasnoy, en la Ópera de Hamburgo. Son 96 deliciosas páginas que nos trasladan en el tiempo a nuestra propia adolescencia.

Se trata de una breve novela psicológica en la que Alfred, Rosine y Antoinette nos evidenciarán un triple conflicto: uno, el conflicto creado por la súbita riqueza familiar gracias a un golpe de astucia en la Bolsa por parte de Alfred – ese no saber cómo comportarse cuando se sube estrepitosamente en la escala social; otro, generado por el miedo a la no aceptación social en una sociedad elitista como la francesa de principios del siglo XX y, el último, el conflicto generado en las relaciones familiares especialmente en la dupla madre-hija, situación que tiene algo de autobiográfica en la medida en la que Irène nunca fue objeto de mayor atención por parte de su propia madre, tal como documentan las datos biográficos que de ella se han publicado. Podría tratarse de una proyección literaria de la venganza deseada por la escritora a título de reparación jamás obtenida. Y ello hace a la novela aún más interesante.

El argumento es simple. Un matrimonio con un padre de clase media y una madre de clase baja, padres de una hija de 14 años, se vuelven millonarios gracias a una operación bursátil del padre y se trasladan a una lujosa residencia en París, en donde esperan lograr lo que más anhelan: el reconocimiento social de la élite francesa citadina. Para ello organizan un gran baile con 200 invitados con los que esperan sellar con broche de oro su ingreso y reconocimiento en la alta sociedad europea.

El baile supone todo un proceso previo en donde el señor Kampf gasta sumas inusitadas para darle gusto a su intensa y egoísta mujer en cada detalle del evento, y supone también un desgaste monumental de energía para la señora Kampf, proceso en donde se expone lo peor de este par de seres humanos en ascendencia social: el desdén por el personal de servicio, la discriminación a rajatabla de aquellos que alguna vez fueron como ellos, la pedantería familiar, ese ser “nuevos ricos” queriéndose olvidar conscientemente de sus orígenes. Y supone, desde luego, la exhibición de un egoísmo sin par, en donde la hija Antoinette, es ignorada y constantemente maltratada verbalmente – la expresión es de esta época, no de aquella – por su madre.

Antoinette, ávida lectora de narrativa romántica, sueña con ir al baile y deslumbrar, inclusive, eclipsando a su madre. Le pide a sus padres permiso para asistir y ellos le prohíben ir, expresando su madre sus deseos de “vivir ella” y recuperar sus años perdidos.

Sueña Antoinette con generar sentimientos de este tipo:

“¿La conocen? Es la señorita Kampf. La suya quizás no sea una belleza convencional, pero posee un extraordinario encanto, y es tan fina…eclipsa a todas las demás ¿no creen? En cuanto a su madre, parece una cocinera a su lado…”

Y cuando le niegan su asistencia, la elocuencia de sus pensamientos nos invade:

“Sucios egoístas; soy yo la que quiere vivir, yo, yo; yo soy joven… Me están robando, me roban mi parte de felicidad en la tierra… ¡Oh! ¡Entrar en ese baile milagrosamente, y ser la más bella, la más deslumbrante, con los hombres a mis pies”.

El personaje de Antoinette es fascinantemente egoísta también. Se trata de una niña aislada, que no va a colegio (tiene una institutriz), a quien escasamente le permiten hablar con los criados, y quien no pareciera poseer, pues, amigos/as o relación alguna con personas ajenas a su hogar.

No puede apreciarse que posea algún tipo de relación con personas de su misma edad o con otras figuras fuera del hogar, y a quien no le es permitido salir fuera de su residencia más que para para tomar clases de piano con la señorita Isabelle (prima de su madre). Una niña entrando a la adolescencia, atrapada en el seno familiar, en donde, por demás, debe quedarse callada pues el temor reverencial a sus padres hace parte de su esquema educacional. Así, de a poco, va naciendo en ella un odio monumental, una ira contenida especialmente hacia su madre, quien constantemente la desvalora:

“¡Esta niña que está siempre encima de mí!”, “¡Otra vez me has manchado el vestido con los zapatos sucios!, ¡al rincón!, así aprenderás, ¿me has oído?, ¡pequeña imbécil!”

Una niña que va formando una personalidad en la que los deseos adolescentes de muerte propios se entremezclan con los deseos de muerte hacia los demás. Hacia sus padres: “¿Pero con qué derecho la enviaban a acostarse, la castigaban, la injuriaban? ¡Ah! Ojalá se murieran”. Hacia su profesora de piano: “Dios mío, haz que la señorita Isabelle se muera esta noche”. Hacia ella misma; “Quiero morirme. Dios mío haz que me muera…Dios mío, Virgen Santa, ¿por qué me habéis hecho nacer entre ellos? Castigadlos, os lo suplico…castigadlos una vez para que yo pueda morir en paz.”

Y aun así, el lector siempre estará de parte de Antoinette, sentirá su sufrimiento, palpitará en los mismos deseos de venganza, deseando ejecutarlos él mismo, inclusive cuando toma la decisión intempestiva y reveladora de arruinar el plan de sus padres, ese plan que les daría la entrada a todos los miembros de la familia, a la alta sociedad francesa…

El libro termina con una frase lapidaria, en la que uno nunca sabrá cuál de las 2 protagonistas triunfa:

– ¡Solo te tengo a ti mi pobre niña!… estrecho a Antoinette entre sus brazos. Como la niña pego el rostro mudo contra las perlas, su madre no la vio sonreír. Dijo:

– Eres una buena hija, Antoinette…

Fue un segundo, un destello inaprensible mientras se cruzaban “en el camino de la vida” una iba a llegar, y la otra a hundirse en la sombra.”

Tengan todos un feliz 2020, en el que la lectura, la empatía, no el egoísmo, y la alegría sean luces en el camino. Por mi parte espero seguir compartiendo con ustedes esta pasión por la lectura con el deseo inmenso de que, con cada columna, esté sembrando una semilla para leer y seguir leyendo.

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