Usualmente es tildada de fría y distante en la medida en que los silencios y la contención de sentimientos han sido una línea usual en dicha literatura. Pero ha llegado a mis manos un hermoso y breve libro con una historia de amor, de esas que nos devuelven a lo esencial y nos recuerdan que el amor es eso: simplicidad y complicidad.

La novela, originalmente titulada ‘El maletín del maestro’, pero que en español es la poética ‘El cielo es azul, la tierra es blanca: Una historia de amor’ (Alfaguara, 2017), ganó en el 2001 del Premio Tanizaki y hoy ya tenemos una exitosa adaptación cinematográfica.

Hiromi Kawakami (Tokio, 1958), su autora, estudió Ciencias naturales en la Universidad de Ochanomizu y fue profesora de biología hasta que, en 1994, publlicó su primera novela (Kamisama). Es una de las escritoras japonesas más leídas del mundo. Ha sido ganadora de innumerables premios, y en español podemos encontrar, además de esta novela, las siguientes: ‘Algo que brilla como el mar (2010), ‘Abandonarse a la pasión: ocho relatos de amor y desamor’ (2011) ‘El señor Nakano y las mujeres’ (2012), ‘Vidas frágiles noches oscuras’ (2015), y ‘Amores imperfectos’ (Acantilado, 2016).

Escribir sobre los aspectos simples y cotidianos de nuestra existencia, de tal forma que un lector se interese más allá de los avatares de su propia vida, es un arte, y Kawakami lo hace magistralmente, transmutando hechos de la vida diaria en acontecimientos literarios dignos de ser honrados. Una auténtica novela minimalista.

La historia es contada en primera persona por su protagonista femenina y es escueta: un maestro de japonés -Harutsuna Matsumoto-, jubilado de un instituto escolar, se reencuentra con una antigua alumna -Tsukiko Omachi-, no muy brillante, no muy bonita. Entre ambos hay una diferencia de edad de 30 años, y entablan de allí en adelante una serie de conversaciones casuales, originadas en la concurrencia de ciertos gustos y actitudes, en las que poco a poco, a través de sus quehaceres diarios, van aflorando sutilmente sus emociones y alguno que otro rasgo de temperamento, aunque nada más allá de eso: nunca sabremos en qué trabaja Tsukiko, nunca sabremos qué hace durante todo el día el maestro, solo conoceremos los pequeños detalles de sus encuentros y no más allá de sus personalidades.

La protagonista nos relata cómo comenzó todo: “Al principio era solo un conocido, un anciano que había sido mi profesor en el instituto. Aparte de las escasas palabras que intercambiábamos, apenas me fijaba en él. Era una vaga presencia que bebía en silencio en la barra, sentado a mi lado. Lo único que me llamó la atención desde el primer momento fue su voz. No era muy grave, pero tenía un matiz profundo y vibrante.”

Los ires y venires de los protagonistas a la taberna en que se conocen y en la que transcurre gran parte de la historia de amor, entre conversaciones a veces mudas, a veces no tanto, entre gustos gastronómicos similares – la descripción de las comidas simples hace parte importante del relato pues nos movemos entre fondues de pulpo, orejas marinas, mariscos, lenguado, cangrejo hervido y langosta frita, chalota salada, atún con soja fermentada y raíz de loto salteada y mucho sake y cerveza -; los pájaros revoloteando en cada “escena” importante del libro, como si fueran parte de la coreografía cotidiana, esa prosa suave en donde los silencios hacen intuir más de lo que las palabras alcanzan a expresar, hacen de la obra un libro exquisito de leer, más aún en estos tiempos en los que nos carcome la complejidad, en donde el afán digital, la cultura de masas, la sociedad del cansancio, nos ha quitado el aire que nos da la vida simple.

Se trata, sin lugar a dudas, del encuentro de dos soledades citadinas…Dice Tsukiko: “Al fin y al cabo, siempre había estado sola. Bebía sola, me emborrachaba sola y me divertía sola” Y en otro episodio: “Salí a la calle. Quería comprobar que no estaba sola en el mundo y que no era la única que se sentía angustiada. Pero era imposible saber cómo se sentía la gente que pasaba por la calle. Cuanto más lo intentaba, más difícil me parecía.” Dos soledades que, en el desenvolvimiento diario, en la lentitud de lo anodino, terminan encontrando esa ternura y enamorándose con ese amor más allá de lo perfecto humano: un amor que no se preocupa jamás por el futuro porque se ocupa de vivir el presente en lo cotidiano… “al sentarme a su lado empecé a notar la calidez que desprendía. Su presencia dulce y afectuosa se filtraba a través de la tela de su camisa almidonada. Era caballeroso y tierno a la vez. Nunca he sido capaz de describir la presencia que irradiaba el maestro. Cuando intentaba capturarla, se esfumaba para aparecer de nuevo en otra ocasión. “

En esos encuentros no hay nada memorable, solo beben mucho sake, comen, comparten ocasionalmente algunas palabras con el tabernero o algún otro intruso en la historia, eventualmente discuten y se reconcilian, encuentros en los que la diferencia, no solo de edad sino de nivel cultural, se hace evidente pero no como una barrera amorosa sino como elemento esencial de la admiración mutua. Memorable sí, el momento de la declaración del maestro, a la antigua usanza caballeresca y tan esperada a lo largo de la obra, cuando le pregunta a Tsukiko: “¿Querrías iniciar conmigo una relación basada en el amor mutuo?”

Él es todo un maestro – y nótese que en la traducción al español no se emplea la palabra “profesor”, es culto, aprendemos de su mano haikus – esos poemas cortos japoneses- de Hyakken Uchida (1889-1971), Matsuo Basho (1644-1694), entre otros. Ella es una mujer contemporánea, independiente y trabajadora – es esencial para ella pagar sus propias cuentas, una descreída del destino (“pensaba que el destino nunca se portaría tan bien conmigo”) que por lo mismo por momentos se excede en beber más de lo debido, una mujer “decididamente indecisa” (según su amigo y pretendiente Takashi Kojima), cuya cultura literaria es bien escasa, por su aparente falta de interés. Y cada uno tratará de acercarse al mundo del otro en un auténtico acto de amor (ella, por ejemplo, ayudándole a escribir la ultima frase de un haiku e impulsándolo a utilizar un teléfono móvil y el acompañándola a Disneyland o analizando bondadosamente sus opiniones desde su sentido pedagógico de la justicia).

El tópico de la novela es un tema recurrente en la literatura nipona: la relación maestro-alumna tratada casi como un “vínculo sagrado” que podemos encontrar también en otros libros como ‘Lo bello y lo triste’, de Yusinari Kawabata y ‘Retrato de Shunkin’, de Junichiro Tanizaki.

La novela tiene un final épico, nos deja un nudo en la garganta… porque algo tan bello no puede haber pasado por tus manos y haber finalizado tan pronto. Y porque el maletín vacío que le deja el maestro a la alumna en el capítulo final, y el que le da el nombre original a la obra en japonés es símbolo y rito: nada material será indispensable para ella, todo está vacío para que sea llenado con el continuo aprendizaje. Un final precedido de un capítulo hermosísimo titulado “Los grillos”, en que Tsukiko reencuentra al maestro después de pasar un largo tiempo evitándolo, capítulo clave que marcará el desenlace de la relación y un verdadero homenaje al grillo, animal que, en Japón, anuncia el advenimiento del otoño.

Siempre será refrescante conocer nuevos horizontes a través de los libros. Esta novelita maravillosa nos transporta a un mundo real en otra latitud, despojando a las emociones de contaminaciones occidentales, emociones con las que nos identificamos plenamente en contextos desconocidos y extraños, que realzan esos sentimientos que todos añoramos. Este libro es la prueba de que los humanos no nos realizamos necesariamente con grandes gestas heroicas, sino con pequeños actos cotidianos.

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