Una música preciosa que es un grito de inspiración que eleva las vibraciones, porque la música es eso: vibraciones, como nos quedará más que claro en el cuento Slasher, contenido en esta recopilación de cuentos que reseñaré esta semana.

Estamos pues, frente un verdadero tesoro de la literatura fantástica de terror. Un tesoro de la literatura latinoamericana, y en especial, de lo que se ha llegado a denominar el “gótico andino”, que la escritora identifica con “un tipo de literatura que aborda el miedo natural y sobrenatural desde los paisajes y mitos andinos”. Y añade: “Quiero incidir en el asunto del paisaje porque, como dijo Lovecraft, el horror es la atmósfera; y en los cuentos de ‘Las voladoras’ las montañas, los volcanes y los cóndores lo significan todo: de ellos emerge lo atávico, lo visceral, lo que inquieta por antiguo y perverso”.

Su autora, Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988), una ecuatoriana que vive y sobrevive en España, a pesar del racismo y la xenofobia, fue incluida en la lista Bogotá 39, como una de los/las 39 mejores escritores/as de Latinoamérica menores de 39 años. 

‘Las voladoras’ (2020, Ed. Páginas de Espuma) tiene 8 cuentos así: Las Voladoras, Sangre coagulada, Cabeza voladora, Caninos, Slasher, Soroche, Terremoto y El Mundo de arriba y el mundo de abajo. 

Según explica Ojeda en una entrevista con EFE, estos cuentos “se ubican en ciudades, pueblos, páramos, volcanes donde la violencia y el misticismo, lo terrenal y lo celeste, pertenecen a un mismo plano ritual y poético”, siempre en los Andes ecuatorianos.

En el primer cuento, el que le da el nombre a libro – aunque en realidad mujeres voladoras encontraremos a lo largo de todos los relatos – nos encontramos con una familia invadida por el poder de la energía femenina de una voladora andina, donde “el misterio es un rezo que se impone”, una voladora que provoca todo tipo de reacciones en cada uno de ellos. “Pocos saben que las voladoras pueden llorar, y los que saben dicen que las brujas no lloran de emoción sino de enfermedad”, que tienen el pelo negro y huelen a vulva y a sándalo, y que siempre tienen un paisaje y una tumba consigo. Una figura erótica que es “el bosque entrando a nuestra casa”, un ser que trae el futuro.

En el segundo cuento, ‘Sangre coagulada’ nos encontramos con una hija abandonada por su madre al cuidado de su abuela. Una mujercita para quien la sangre lo es todo. “A veces yo beso la sangre de los animales y los labios se me ponen pesados, urgentes, me quedo así hasta que la sangre se seca y se pone rojo oscuro (…) Es cierto que la sangre puede comerse. Cuando se coagula, deja de ser líquida y se transforma en alimento”. Un cuento en donde se desvela la relación de la energía femenina con la naturaleza, con las plantas, con los animales: “Nada que venga del interior de los animales me asusta porque ese interior de huesos y de arterias se parece al mío”. Un relato de una madre y una nieta, herederas de ritos sanadores, parteras y curanderas ancestrales, en donde el aborto y el abuso sexual en la ruralidad andina logra estremecernos hasta los tuétanos… porque Mónica escribe desde los límites del ser humano.

La noción de “bruja” individual, cono mujer de gran poder y de “brujas” como colectividad, atraviesa toda su obra. Las brujas andinas no corresponden al concepto europeo que tanto nos han mitificado. Las “brujas andinas” son mujeres poderosas, sanadoras. En el tercer cuento “Cabeza voladora”, por ejemplo,  nos encontramos con un relato urbano en el que una profesora encuentra la cabeza de la hija de su vecino… ¿o la propia cabeza?, y en donde el encuentro consigo misma, su exploración de la culpa, la traslada a un encuentro con una colectividad de Umas vestidas de blanco, el poder colectivo femenino. ¿Locura o descubrimiento? 

En el cuarto relato, ‘Caninos’, hallamos una mujer que no puede despegarse de la dentadura de su padre y descubrimos que las depravaciones sexuales, el alcoholismo, los abandonos, los desencuentros infantiles, nunca podrán ser superados (“se dejó llorar el miedo de saber que si había recordado eso podría recordar cosas aún peores”). 

Una mujer que mantiene su femenino oculto cuando ello “debe ser así”: “Hija pensaba a menudo en lo que implicaba hacerse la estúpida en situaciones en las que ser inteligente era difícil: un sacrificio inconsciente, un dejarse afuera de la propia cabeza”. Como en todos sus relatos vemos que “el dolor puede ser luminoso”, poéticamente luminoso.

En el quinto relato, ‘Slasher’ (en mi interior lo nombré “Escena de una película de cine gallio”), las referencias al cine slasher y al cine gallio son asombrosamente gráficas. Y nos encontramos con unas hermanas gemelas, ‘Las Bárbaras’ (con el título podrán imaginarse un final tremendo), consideradas “brujas” por muchos de sus contemporáneos, una de ellas sorda, en donde se explora la acrotomofilia (deseo sexual hacia una persona amputada) y la apotemnofilia (deseo de amputarse un miembro). 

Un relato en el que la música experimental y el ruidismo – esa música creada más con los objetos que con los instrumentos musicales – es hilo conector entre las dos hermanas, una de las cuales siente los sonidos como vibraciones de la mano de la hermana sana, porque “pensaba que era su deber enseñarle a su hermana lo que un sonido era capaz de hacerle a la imaginación”, esas mismas vibraciones que podrían hacer explotar un tímpano a 160 Db., o crear un coágulo de aire que haga explotar un pulmón humano a 200 Db. 

 En el sexto relato, ‘Soroche’, tenemos un grupo de amigas, una de las cuales ha sido objeto de un acto de violación canalla a su intimidad por parte de su exesposo a través de la filmación de un vídeo. Las amigas -urbanas- la invitan a un paseo a la montaña. Las reflexiones sobre las contradicciones de la amistad entre mujeres (“A lo que voy es que es normal que un día sí, un día no, uno sienta ganas de matar a alguien que quiere” y “el dolor une a las personas y nosotras estamos más unidas que nunca”), el patriarcado y sus derechos, sobre los cánones de la belleza femenina, sobre el derecho al suicidio, pero sobre todo sobre la identificación de momentos existenciales que hacen dar giros fundamentales en la vida, temas todos estos que atraviesan el relato como si fuera filosofía poética hecha terror.

En el séptimo relato, ‘Terremoto’ (que interiormente llamé “Volcán”), que empieza con la frase “Amar es temblar” nos encontramos con Luciana y Lucrecia, un par de hermanas que viven en la periferia. Una explosión volcánica evidencia los trasegares de su amor incestuoso y la inevitable reflexión sobre la abominación y la muerte nos lleva a un final inesperado.

Y finalmente, el último relato, para mí uno de los mejores del libro y que en mi mente se llamó ‘Conjuro y renacimiento’, tenemos un chamán que experimenta un profundo dolor con la partida de su esposa y de su hija y que, con un conjuro (“el aire a través de la palabra”), a través del cuerpo de su esposa, trata de revivir a la pequeña. “Cabalgaremos juntas hacia el volcán, lo subiremos y conocerás la verdadera altura de las nubes”. Un ascenso piedra a piedra a los confines del volcán-dador-de-vida.

Ojeda misma ha dicho que ha tenido influencias marcadas de Tales from the Crypt, aquella serie de televisión que varios vimos, y de escritores como William Faulkner y Carson McCullers con su “gótico sureño” norteamericano – no dejen de leerse “La Balada del Café triste de esta última), H.P. Lovecraft, Clarice Lispector. Herta Muller, Armonía Sumers, y de Inés Arredondo. Una mezcla entre lo europeo, lo norteamericano, lo latinoamericano, con lo andino.

En los relatos de Mónica los símbolos andinos, que perviven en la mente de sus habitantes como una realidad cotidiana, como los cóndores (hay indígenas que se convierten en cóndores y hasta en lobos), los colibríes, y el poderío de los volcanes hacen parte de esos “aspectos de lo mitológico, lo simbólico, el paisaje, la geografía, su historicidad y miedos colectivos primitivos en historias rabiosamente contemporáneas”, como dice la autora. 

Relatos sublimes que nos reconectan con la naturaleza, los mitos y el Universo. Relatos que se leen con pasión. Una pasión culpable. Una culpa proveniente del gusto por lo aterrador, por lo perverso. Breve tesoro, sí.

Columnas anteriores

Cuando los poderosos son vengados

Las distopías reflexivas de Kazuo Ishiguro

Cuando la selva despierta de su quietud

Breve historia de una amistad: Simone y Zaza

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.