Es autor de un libro de relatos –’Nocturnos’–, y de 8 novelas publicadas en español por Editorial Anagrama: Pálida luz en las colinas (Premio Winifred Holtby); Un artista del mundo flotante (Premio Whitbread); Los restos del día (Premio Booker); Los inconsolables (Premio Cheltenham); Cuando fuimos huérfanosNunca me abandones (Premio Novela Europea Casino de Santiago); El gigante enterrado (2017) Klara y el Sol (2021), esta última, una magnífica edición en tapa blanda, de 384 páginas.

Ishiguro nos tiene acostumbrados a experimentar y Klara no es la excepción. Y en ésta, no nos lleva al pasado ni al recuerdo – como hace usualmente, sino que nos lleva a un viaje por un futuro distópico, un mundo lleno de polución, en donde la tecnología evoluciona tan rápidamente que es inevitable la reflexión sobre la obsolescencia, sobre el desempleo campante debido a humanos reemplazados por máquinas, sobre la validez del amor, sobre la ética genética, en fin, sobre el efecto de todos estos factores en la naturaleza humana, con la agobiante conclusión de que la única salida posible es el trashumanismo.

En días pasados leía una entrevista en El Cultural de España, a la escritora y filósofa Dubravka Ugresic (Kutina, Croacia, 1949) en donde plasmaba ese sentimiento: “La revolución digital cambió nuestra forma de pensar, principalmente nuestra percepción del tiempo. En internet no solo tienes una sensación de eternidad (el síndrome de Dios), sino que entras en el tiempo del “presente extremo”. Se pueden consultar miles de millones de informaciones a una velocidad vertiginosa y en un tiempo asombrosamente corto. Perdimos el sentido de continuidad: pasado-presente-futuro, pero no somos capaces de procesar un presente radical, lo que provoca atascos mentales. Parece que la única forma de volverse compatible con dicha tecnología es adaptarse a ella, en otras palabras, convertirse en trashumamos.” Y ese es Ishiguro.

Ya había experimentado Ishiguro con la ciencia ficción –género también de Nunca me abandones, uno de sus mejores trabajos, pero en un pasado distópico. Esta nueva obra es ciencia ficción que raya en lo neogótico, en donde los castillos misteriosos son reemplazados por casas, fábricas y edificios habitados por máquinas y por humanos “mejorados”. 

La historia es narrada desde el punto de vista de su protagonista, Klara, un androide femenino, modelo AA – un modelo que en la trama ya ni siquiera constituye el “último modelo” en androides, una Amiga Artificial, que está destinada a ayudar a los adolescentes a hacer su tránsito hacia a adultez, tal como lo ha prescrito la costumbre social para familias acomodadas, en ese futuro nada lejano. 

Klara espera en la tienda en donde es exhibida, a cumplir con ese destino, esto es, que sea escogida por una familia como acompañante de un niño(a). Los diferentes modelos de androides son cargados a través de la energía solar, y es por ello que cada vez que Gerente – la administradora de la tienda – las exhibe a ella y a Rosa (otra AA) en el escaparate, pueden observar el exterior y nutrirse de su alimento solar. 

En el escaparate, Klara – de cuya descripción física solo sabemos que es de pelo corto oscuro, ojos amables, observa, reflexiona, procesa y “siente”. Es una AA que ha desarrollado habilidades excepcionales. Allí mismo, en el escaparate, una adolescente de 14 años, Josie, que está enferma de alguna patología degenerativa producida por un procedimiento genético frustrado, hace su elección y le promete a Klara que convencerá a su madre para comprarla. 

Que la novela esté contada por Klara, no solo no es un detalle menor, sino que es justamente la clave de su arco narrativo. Klara es ingenua, inocente, pero perspicaz e “intuitiva”. Ha sido programada para eso, sí, pero más allá de su programación robótica, es capaz de desarrollar empatía, y de detectar con facilidad estados melancólicos y ansiosos de las personas incluso cuando pretenden disimularlos. Y ahí es donde nos preguntamos por los elementos que hacen “humano” a un ser. ¿Termina siendo Klara más humana, comprensiva, racional, compasiva, amorosa, que cualquier otro ser humano real? ¿Klara, al tener plenamente claro su rol en el mundo, se acerca más al concepto esperado de “lo humano”, que Josie, o su madre, o su padre, o Rick, el amigo de Klara?

¿Cuáles “sentimientos” hay en Klara y cuáles no? Parece programada para no sentir orgullo, miedo o vanidad. Pero Klara “sufre” con el desprecio o indiferencia de los humanos, e identifica con precisión esas sensaciones. Y nunca se plantea nada distinto de su destino, en actitud de sumisión necesaria para conservar el orden del mundo y del destino para el que fue fabricada. “Aceptar lo que viene”. ¿Es por ello más humana que cualquier otro ser humano de la vida real?

“Antes de sentarme a escribir una novela hago un ‘casting’ de diversos personajes que podrían ser el protagonista principal, porque en mis libros todo depende de esa decisión -explica Ishiguro. El universo de la historia girará en torno a la manera de ver el mundo de ese personaje. Lo que más me interesa son las limitaciones de la visión de ese narrador, lo que no puede ver. Y ahí Klara funciona muy bien, porque al ser una máquina, tiene una visión muy restringida y llega a la historia sin recuerdos ni prejuicios”, nos dice Ishiguro.

El nudo dramático se inicia cuando la enfermedad de Josie se agrava y su madre le pide a Klara que aprenda a pensar, hablar y moverse como su hija Josie. Un deseo que al lector desprevenido se le puede presentar como una depravación, pero que termina entendiendo. Y se va desenredando en torno al cumplimiento del destino de Klara, la Fe – el Sol jugará un papel muy importante allí, al Amor. 

Para Klara el Sol es Vida, Energía, Salvación. Así, en mayúscula. Y si parte de la humanidad del ser humano es la fe, es creer en un algo superior, en un dios, al que vale la pena sacrificarse para cumplir un destino, a ciencia cierta podremos decir que es Klara la más humana de todos los personajes. 

Klara y el sol, nació como un cuento infantil. Dice su autor: “Me gustan los cuentos infantiles, porque siempre hay en ellos un pozo de oscuridad y tristeza del mundo que les espera”, y termina siendo una fábula novelada. Algo de Aldous Huxley, de George Orwell, de Ursula K. Le Guin podemos atisbar en ella. 

Y aunque no se trata de una obra con intención social o política, inevitablemente termina siéndolo. Las reflexiones sobre cómo la tecnología ha dejado fuera del mundo laboral a muchos trabajadores, inclusive los más altamente calificados – como el papá de Josie, un ingeniero que termina habitando en una comunidad cuasi-religiosa, y en donde los hijos de las familias ricas, necesariamente deben ser “mejorados” gracias a una arriesgada intervención genética para transitar por la vida con éxito, educándose, entre tanto, en casa y en soledad a través de “los rectángulos” (pantallas), nos atraviesan delicadamente a lo largo del libro. La reflexión sobre el destino de los seres humanos que en una sociedad deshumanizada son llamados “fracasados”, deviene en fábula moral en la novela.

Nos dice Ishiguro: “La inteligencia artificial va a eliminar los empleos a la mayoría, incluso a la élite intelectual y académica. Habrá un desempleo masivo. Puede que se creen nuevos trabajos, pero hay que pensar cómo dirigir nuestras sociedades. A lo mejor tenemos que abandonar el paradigma de ganar dinero igual a alimentar. ¿Cómo va a sobrevivir la gente cuando desaparezca la idea de capitalismo y este sistema ya no funcione?”.

En la presentación del libro, evento online el pasado 6 de marzo, con Neil Gailman, ambos se preguntaban que hace que una novela perdure en el tiempo. Ambos llegaron a la conclusión que parte de la fórmula es conservar el misterio para el lector, es no darle toda la información. Y en Klara y el Sol es lo no revelado, lo que intuimos, pero que no está explícito, lo que nos hace leerla con avidez hasta llegar a un final que queremos, francamente, que continúe, pero que sabemos que no lo hará: lo obsoleto está destinado a la desaparición.

Escrita antes de la pandemia del coronavirus, pareciera que Ishiguro hubiera adivinado la aceleración del desempleo, del auge del teletrabajo, de la revolución digital, de las preocupaciones ambientales, de los avances genéticos, de la educación vía pantallas, y al terminarla de leer es inevitable pensar que parece que el virus fuéramos nosotros mismos. 

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