Inviabilidad de la crítica y el cuestionamiento, sin el riesgo de ser señalado, tiene bloqueado el libre transito de una opinión pública distante del bullying social que ejercen militantes políticos que se inclinan por disfrazar la realidad y desviar la atención de lo realmente coyuntural. División que se propaga desde las corrientes ideológicas, de extrema derecha e izquierda, frente a la implementación de los acuerdos de paz, y el cómo enfrentar la crisis económica que agudizó la pandemia, atomizan la urgente necesidad de unión al interior del colectivo social. Bloqueo conceptual de quienes no se soportan a si mismos y hacen parte del paisaje lo oscuro de sus copartidarios, exaltan la podredumbre del contrario, clásica mezquindad de quienes se creen moralmente por encima de los demás y se sienten infalibles a la crítica y a las observaciones.

Perjuicio grave para Colombia es vivir en un ambiente de corrupción que es secundado por inoperantes entes de control que son expertos en abrir investigaciones, pero tienen en su haber cero condenas. Justicia está alineada al escabroso actuar de los criminales, ecuanimidad amañada a las artimañas de lujosos abogados que con triquiñuelas constituyen a los victimarios en víctimas; engaño y deshonra a la profesión del derecho secundada por un periodismo al que le hace falta mayor autocrítica y menos prejuicios ideológicos. Dietario informativo de la nación está plagado de chismes y rumores que acallan la agenda veraz que debe primar, construcción de realidad cimentada desde el engaño, verdades a medias, que atemorizan, en la calle, al ciudadano que elige en las urnas.

Clima de violencia que se vive en los barrios y en las ciudades por cuenta de la delincuencia descontrolada y la tibieza de la administración gubernamental contra el hampa, es atizada por una clase política que no controla la lengua y se la pasa diciendo barbaridades con la prepotencia cínica que propaga el terror. Desconexión de los aspirantes presidenciales con las realidades del país está marcada desde el complejo egocentrista en el que se creen más que los demás y olvidan el camino que han recorrido para estar donde están, despreciables personajes que dicen hallarse en pro de las causas sociales, pero el tiempo evidencia que solo es cuestión de réditos electorales; estrategia política que, antes que sumar, divide y pulveriza la aspiración de acabar con la tradicional politiquería. Quienes dicen tener un pacto histórico por Colombia han demostrado que tuvieron que legitimar el cacicazgo político para sumar votos.

Compleja es la indolencia de quienes no pagan sus deudas y criticaban a los delfines, pero mueven cielo y tierra para ayudar a sus hijos desde el ente estatal, aquellos para los que la visión de una persona depende de si lo aceptan como líder y se suman al lúgubre propósito que tienen con sus ansias de poder. Cuestionable convergencia de intereses que congrega a alternativos, glaucos, comunes, socialdemócratas, liberales disidentes y demás corrientes en la Colombia Humana son el fiel reflejo de las formas de hacer campaña política en el país; congregación de candidatos a cuerpos legislativos que acompañan un plan de gobierno en el que se promete de todo, pero que una vez elegidos no se cumple con nada. Gente con verdades absolutas, sinónimo de descomposición y perversión, que no son capaces de cuestionar sus propias creencias y el desacertado actuar de sus caudillos.

Activismo, que acompaña cada uno de los estamentos sociales, hace metástasis en Colombia, el abuso del poder público y sus redes para el beneficio particular y personal tristemente devela que la inmoralidad hace parte del ADN de la cultura política del país. Lo despreciable del actuar gubernamental se naturalizó porque siempre sobresale un escándalo que supera al anterior, los galimatías son el fiel reflejo de una sociedad que no ve ningún problema a colarse en las filas, comprar o vender contrabando o cosas robadas, quedarse con las vueltas, utilizar los medios de comunicación indebidamente con fines políticos o burocráticos, entre otros factores. Circulo vicioso que carcome todos los niveles de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, y del que el pueblo es cómplice cuando elige a deshonestos que ya administraron el erario en menor escala.

Fanatismo, de derecha e izquierda, solo han conseguido el absoluto rechazo a sus opiniones sesgadas y defensa cada vez más ilógica a un par de grupos politiqueros como cualquier otro. Estrategia de hacer política a punta de gritos, matoneo, teorías conspirativas, meterle miedo a la gente, creerse moralmente superior, tener medios aliados, ejércitos de bodegas twitteras, y el mesianismo lambón es el que tiene a Colombia en el profundo abandono y con una alta urgencia de políticas públicas para el campo, las mujeres, los afros, los indígenas, la juventud y demás sectores que han sido duramente golpeados en esta pandemia. El país requiere de líderes que no gasten los recursos públicos en populismo, gobernantes que se preocupen por el verdadero desarrollo de la nación y apliquen las medidas que se requieren sin pensar en el costo de popularidad que ellas traen consigo.

 

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Proceso democrático que ahora comienza debe estar rodeado de garantías que lo blinden de legitimidad, limitar la discusión al componente militar o el remembrar el pasado bélico de los militantes de una corriente con discursos de humanidad, dilata la atención sobre las oportunidades que deben existir para atender las necesidades de las comunidades excluidas en diversas zonas del país. Polarización y fanatismo de las bases partidistas reduce el discurso a puntos comunes en donde Colombia está plagada de mezquindad, corrupción, e incompetencia; en la nación hay mucha gente buena y se han hecho avances importantes en muchos campos, la ceguera conveniente de un sector de la política impide reconocer que no todo es un fracaso. La desinformación es la que moviliza un sector social guiado por actores que realmente no velan por los jóvenes ni los intereses del pueblo, oscuros personajes con hambre burocrática e intereses políticos.

Adoctrinamiento que se teje con los educadores, a la caza de idiotas útiles, sirve a los propósitos de una izquierda colombiana que soterradamente apunta a llevar el país a una sin salida en la que el valor de la vida pasa a un segundo plano. No se puede seguir en el juego de periodistas y sectarios partidistas que cuando son cuestionados, por sus comentarios fuera de lugar, fungen de mártires estigmatizados. El entramado de caos está muy bien elaborado, tiene como ingredientes a políticos, contratistas, comunicadores, abogados, células urbanas y excombatientes que se burlan de las víctimas de delitos de lesa humanidad con curules sin votos en el Congreso y sin haber pagado un día de justicia en las penas alternativas.

Antes que rechazar a alguien por razón de su ideología, raza, sexo, identidad u orientación sexual, Colombia requiere que su colectivo social se acepte desde las diferencias y luche por lograr la equidad. Enmarañado futuro se vislumbra en una nación en donde muchas personas, por el dinero y el deseo de conseguir un contrato, venden su conciencia al contratante, suben el valor del acuerdo para darle su coima al corrupto de un ente de control que tapa porque también recibe. Es hora de que las exhaustivas investigaciones por todos los casos de corrupción arrojen resultados palpables, que los responsables paguen por su delito y que se pase la página en la que los resultados más resonantes son los que declaran “responsables de buena fe” y son reforzados por políticos que se van lanza en ristre en plena campaña, siendo el problema y no la solución de la corrupción.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.