Miedo que circunda el proceso electoral está secundado por un clima de violencia que ya cobra víctimas, urgente ajuste en la estrategia de comunicación debe acompañar a una alternativa política que atiza el sentimiento de zozobra de la población colombiana. Milicias urbanas, que se fortalecieron desde el accionar de las primeras líneas, exalta la miopía gubernamental que dejó crecer un fenómeno, que ahora se sale de las manos, por dejar de lado la estructura de una seguridad democrática en pro de los intereses de una ideología que está en el afán de capitalizar formas de indignación. Tinte revanchista que se esgrime en cada pronunciamiento que acompaña al candidato presidencial y la fórmula vicepresidencial del Pacto Histórico, en plaza pública y los medios de comunicación convencionales y digitales, son una apuesta de odio que pide reflexionar y entender las causas de una política del fanatismo que sindica, de enemigo y paramilitar, a todo aquel que no está de acuerdo con ellos.

Destrucción de la democracia inicia con la mitomanía de una fuerza política que se niega a condenar las evidentes acciones terroristas que circundan el entramado social colombiano, culto de la apariencia, sustentado en la motivación política, que calienta el ambiente desde un populismo que hace temer por lo que puede venir cuando verdaderamente logren su propósito y ejerzan el poder. Victimización que acompaña a la izquierda, pacto que quiere traer al territorio nacional el socialismo del siglo XXI, los lleva a alzar la voz en defensa de los ataques racistas y xenófobos contra su candidata vicepresidencial, pero aplauden y gozan siendo cicutas, haciendo bullying y acabando con la reputación de otros. Apoyo que han brindado al terrorismo, que destruyó las calles de las ciudades en los últimos años, conexidad con figuras políticas, nombres salpicados en escándalos complejos, lucha de intereses con los comunes, entre otros factores, hacen difícil mirar hacia el futuro sin recordar ese pasado que los acompaña y distante está del camino recto.

Política del miedo que se ha sembrado en esta campaña llama a cuestionar a quién beneficia esa táctica. Ataque frontal, estigmatización de la prensa, que ha emprendido el líder de los humanos, invita a condenar la generalización de un mensaje indirecto que incita a la violencia. Libertad de pensamiento y expresión debe ser garantizada, protegida y respetada sin ser mancillada por la mentira que teje a cada instante Gustavo Petro, y su séquito, para justificarse y engañar aún más a las clases populares. Construcción de futuro debe ser a pulso y defendiendo los principios fundamentales de la democracia, representación con actitud de servicio al pueblo que, de voz a las regiones, a todos los sectores, y no se aproveche de los que han llamado “olvidados” para sacarle provecho en los próximos comicios. Fuerza y persistencia es la que se necesita para alcanzar seguridad, empatía y tranquilidad, pasar la página de las amenazas y las discriminaciones que tienen a muchos en pie de lucha.

Complejo entorno que acompaña al colectivo social colombiano exige atender en el próximo cuatreño las tareas que dejó consigo una mala administración y la pandemia: ajuste e implementación de los acuerdos de La Habana, disidencias guerrilleras, células urbanas, desplazamiento, crisis económica, deficiencias del sistema de salud, acceso a la educación, desarrollo de las regiones, reactivación del turismo, configuración de oportunidades para todos. Colombia requiere en la Casa de Nariño no solo un estadista, gestor con excelente hoja de vida, sino una persona que distante de resentimientos y odios sea capaz de implementar políticas públicas que propendan por unir y no dividir como lo viene haciendo el Pacto Histórico. Oposición no debe ser irracional, problemática que cobija al país necesita de consensos, respeto por los argumentos y reconocer las diferencias de unos con otros.

Problema de las campañas en esta contienda es que “todas, todos y todes”, tienen algo que esconder. Trayectoria de vida de los candidatos no enaltece una gestión pública exitosa y sin mancha, odio visceral que se pregona, entre los extremos políticos, y polariza el ecosistema nacional, denota que el afán por lograr la victoria nubla el pudor y sin medir palabras o esgrimir pruebas se pisotea la reputación del contrario para seguir incendiando el país. Verborrea que acompaña ataques sin piedad, en los escenarios sociales, sacan a flote que quienes fungen de víctimas terminan actuando igual o peor que sus victimarios, difunden racismo, xenofobia, machismo y cualquier barbaridad que gente con decencia evitaría para exponer su opinión. Líderes y lideresas bajo todos los fuegos, población de un país expectante por lo que está por venir, espera candidatos presidenciales que, antes que dedicarse a despotricar de sus contendientes, se enfoquen en propuestas y hacer campañas limpias.

Reivindicación del estado, recuperación y fortalecimiento de la paz, educación, salud, recursos para la vejez, exaltación del campo, protección de la vida en un país lleno de oportunidades para niños y jóvenes, necesita de una propuesta con los pies en la tierra, opción que no venda miedo, ni ofrezca lo imposible. Refundar la patria, como proponen las campañas, de izquierda, centro y derecha, solo es posible con una fórmula que no sufra de amnesia una vez asuma el poder, alternativa, con experiencia en la gestión pública, que se rodee de un equipo competente y por encima de la animadversión mantenga lo bueno y, desde tesis sustentadas, acabe o reforme lo que no está funcionando. La respuesta a los problemas de Colombia no puede seguir circunscrita a mirar el espejo retrovisor y echarle la culpa de todo a la figura que representa el nombre de Álvaro Uribe Vélez.

Llego el momento de que cada uno tome conciencia, la particularidad cotidiana de todos hace parte del cambio; si se arregla la forma de pensar se compondrá la forma de vivir. El problema no es la educación sino la ausencia de principios y fundamentos de vida, valores éticos y morales que en otras épocas fueron eje articulador e importante en las familias y el estado. El país y la sociedad serán inviables si se sigue cohonestando con políticas que avalan el actuar de desadaptados, patanes y bárbaros que matonean a cualquiera porque el fin justifica los medios. Malicia indígena que tomó carrera en la corrupción, pública y privada, advierte que se está en el marco de un colectivo social en el que muchos solo piensan en el bienestar individual, encantadores de serpientes, que fungen de corderos mansos, acompañados de los mismos canallas que, sin pudor, van de partidos a movimientos derrochando recursos y esperando que otros arreglen lo que ellos no pudieron.

Al país solo lo compone quien tenga una mejor actitud, aquel que cuente con la experiencia para implementar excelentes dinámicas que motiven a que las personas hagan parte del cambio. Triste es reconocer que la mezquindad y antivalores que quieren vender los políticos y figuras públicas que cohonestan con el escabroso proceder del “pacto por Colombia” está calando en una sociedad a la que le hacen mucha falta unas libras de pudor, varias gotas de ética, cucharadas de aceptación de la realidad, fanegadas de auto estima, kilos de testosterona y mucho amor. Coyuntura de la nación demuestra que valen más las palabras que los hechos, pequeños cambios como sociedad traerán un mejor futuro. Humildad, empatía y sabiduría son necesarias en este instante para sentarse a construir con quién piensa distinto, el ego de los candidatos, y el querer acaparar poder desde un pacto histriónico, agudiza la polarización y atiza la intolerancia que está acabando con la paz y la coherencia que debe reinar en la construcción de una nueva realidad.

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