Cero autocrítica y una extrema valoración de sus rivales, “mentiras de vestuario” que llaman, para justificar sus patinazos.
Andrés Cadavid siempre destacado. Por riñones, por testículos, por corazón. Pero su fútbol es rústico, tantas veces violento, intimidante, sin técnica. Como sin técnica es el equipo en general. La tónica imperante es correr, por correr, tragar kilómetros sin talento y sin ideas.
Por fortuna esta Wuilker Faríñez, juvenil estrella en crecimiento. Un portero sitiado en su portería, sacudida por furiosas embestidas que logra con sus reflejos sortear. Salva puntos y partidos, como guardián de un equipo incapaz de jugar con la pelota o sin ella.
Por estos días, cuando las notas necrológicas despedían al ‘Zurdo’ López, el verdadero último talento que hace tantos años vistió la azul, dejando grata huella, las nostalgias acudían a la memoria de los aficionados más apasionados.
Era otro tiempo, era otro futbol, eran técnicos convencidos en el trabajo más que la manipulación de la palabra. Eran épocas con títulos, celebrados, no sufridos. Había mediocampistas que deleitaban con el balón, que llevaban la fiesta a la tribuna. Pisadores, gambeteadores, pasadores y goleadores.
Volviendo al presente, cuando el portero es siempre la figura, algo no encaja en el funcionamiento colectivo del equipo y en el módulo de juego elegido. Es con hechos, no con frases rebuscadas, que se convence a la afición. Con la nómina existente, mucho mejor se puede jugar.
*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.