Estamos en un país en el que los que nos gobiernan se acostumbraron a otorgarle los derechos a la gente decente solo cuando se levanta y toma las vías legítimas de protesta, que atiende las peticiones solo cuando hay cifras de heridos y muertos por parte de los indignados y que tiene esa respuesta tan cínica como atrevida a nuestros maestros, “No hay recursos para sus peticiones”.
Esa actitud representa una soledad inconmensurable a nuestra patria, es una ofensa a la nación que nuestros educadores que hacen la labor más hermosa de la existencia: ser constructores de hombres, tengan que parar por unas mejores condiciones.
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Así pues, un Estado que traza su agenda por la corrupción, condescendiente solo con los sectores privilegiados, saqueado por los políticos y que ignora a sus maestros que diariamente se juegan la democracia y la construcción de un mejor país con nuestros niños y jóvenes, está condenado a 100 años de soledad, aunque termine con sus 50 años de guerra.
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