Profundas divergencias del colectivo social con el gobierno del Pacto Histórico quedaron en el ambiente tras las marchas de este 26 de septiembre, imposible resulta ocultar y menospreciar que más de la mitad del país rechaza las reformas nefastas que alelados adoctrinados quieren imponer, en el imaginario poblacional esgrimiendo su necesidad, a punta de amenazas, y las fuerzas conexas a la izquierda quieren aprobar a “pupitrazo” en el legislativo. Voracidad, política y económica, de quienes cambian de camiseta de partido al ritmo del sol que más alumbra, buscando defender su propio bolsillo y sus cuotas burocráticas, lleva a observar sujetos que dejan de lado lo que les habían prometido a sus electores y de forma indolente pretenden acabar de un plumazo con las bases del estamento democrático colombiano. Incompetente transformación al sistema de salud, la política energética de la nación, y el régimen tributario, deben ser confrontadas con argumentos y no con agresiones racistas, tintes machistas o animadversiones producto de la mentira.

Arenga de odio irracional de Luz Fabiola Rubiano -Esperanza Castro-, que se robó la atención de todos, en medio de las marchas que llegaron a la Plaza de Bolívar, distante está del comportamiento sensato que debe primar en la masa protestante que, sin vandalismo, capuchas, causar terror, o destruir bienes públicos y privados, salió de forma importante a manifestar el inconformismo ciudadano. Actitud negacionista de los seguidores de la extrema izquierda les impide aceptar y reconocer que tan graves son los ataques discriminatorios contra su vice-presidenta como los que ella origina en las redes sociales: “… todavía siguen votando por blancos paramilitares y asesinos” (22 de febrero de 2018), “… maldita supremacía blanca, se creyeron dueños del mundo…” (4 de febrero de 2020), “… las mayorías pueden creer que el poder está en ellos y no en la élite privilegiada, en los hombres blancos privilegiados…” (6 de enero 2022). El pregón segregacionista enciende pasiones y enceguece el pésimo proceder de un gobierno incompetente ante el cóctel de crisis que afronta.

Mal le queda al petrismo que su presidente y el equipo de gobierno se niegue a aceptar, o minimice, los problemas que salen a la luz pública y se sustentan con pruebas audiovisuales. Desinformación que se auspicia, con noticias globo o sonda, desde la Casa de Nariño, los ministerios y las principales fuentes gubernamentales, son muestra del talante y la ética de una apuesta política que se sostiene en las bases constituidas por la mitomanía de Gustavo Francisco Petro Urrego. Activismo social llevado al poder es lo que tiene a Colombia ad-portas de volver al pasado, imposición de antiguos sistemas manejados por los políticos amigos del gobierno de turno. Inconcebible resulta que quien ganó las elecciones, con un discurso anticorrupción y de déficit fiscal, esté conexo a cuestionables nombramientos, se vea salpicado por actuaciones no propias de las fuerzas que lo apoyan, abra las puertas de la legalidad a los grupos al margen de la ley, se congracie con dictaduras en países vecinos y ya tenga un déficit social de varios billones de pesos.

Defensa acérrima que hacen los “nadies” de su mandatario y las reformas, que más temprano que tarde irán en contra hasta de ellos mismos, denotan unas ansias locas de probar las mieles del desastre que se avecina y no es más que la réplica exacta del socialismo del siglo XXI de los venezolanos y que ahora en Colombia se conoce como izquierda progresista. Actitud incoherente, contradictoria y escapista, que vuelve un chiste la realidad que circunda a la nación, desvía la atención del oscuro pasado de quienes osan posar como adalides de la moral, exmilitantes guerrilleros sobre los que pesan secuestros, violaciones y miles de delitos muy a pesar de que quieran borrar su historia para venderse como héroes. La democracia colombiana merece una clase política que esté a la altura del momento que vive el país, administradores públicos que antes que dictar cátedra actúen en consecuencia con las afugias que aquejan a los habitantes de la Colombia profunda y olvidada.

Idilio del Pacto Histórico con las primeras líneas, y la masa votante de los comicios en el mes de junio, se resquebraja ante medidas diseñadas para dejar más pobres a las clases menos favorecidas. Golpe que se asesta contra las pensiones y la salud no es un tema menor que se pueda dejar en manos de líderes carentes de coherencia y compromiso con los territorios, gestores que mienten al ciudadano y atenúan un problema real y existente. Marchas que se vivieron esta semana demarcaron claras y grandes diferencias entre las manifestaciones de la izquierda y la derecha ideológica colombiana, mientras los primeros, en los últimos cuatro años, fueron reflejo de vandalismo y destrucción, los segundos demostraron, en su primera cita, que se puede hacer oposición sin cataclismos terroristas, con decencia y esperanza de cambio. Horda de matoneo entre unos y otros, que coarta la libertad de expresión, no puede caer en el juego político de quienes hoy marchan contra las reformas y al otro día se sientan a discutirlas, oscuros personajes que no reconocen que hay otra Colombia afuera de las grandes ciudades.

Estigmatización entre bolivarianos y santanderistas, liberales y conservadores, que ahora se materializan en la ideología de izquierda y derecha, son las que llevan a tildar a unos de guerrilleros, petroñeros, o mamertos, y a los otros de paracos, uribestias o fascistas; entorno de veneración de falsos mesías que reviven el detestable apasionamiento de los militantes de los partidos políticos de antaño. Antes que dedicarse a hacer marchas para ver quién convoca a más personas, las corrientes políticas nacionales deben pensar en el pueblo y estructurar planes en los que estratégicamente el estado deje de ser un problema para cada solución. Previo a proponer convalidar los títulos académicos de los migrantes, para que puedan ejercer sus profesión, se debe propiciar un ambiente de confianza e inversión que traiga empleo para los miles de colombianos que ahora observan cómo se ayuda a los demás sin pensar antes en los problemas de los ciudadanos de nacimiento en la geografía nacional.

Intolerancia que se respira a lo largo y ancho del país está ligada a la manipulación táctica que se hace de la realidad para tratar de meter los dedos a la boca del colectivo social con discursos populistas, construir una distracción perfecta que deje pasar las cosas que están ocurriendo. Como sociedad, los colombianos deben dejar la experticia en dañar el país, propiciar lo malo y sembrar el dolor; proyecto de paz total es la claudicación de Colombia ante el crimen, su aprobación acabará de convertir a la nación en el único país del mundo legalmente en manos de los criminales, de hecho, ya muchos son congresistas. Expresión del pueblo que se dio en paz, en la marcha de este 26 de septiembre, fue el clamor democrático de una masa poblacional que sabe ejercer, en el marco del respeto, sus derechos constitucionales, sin sobrepasar el espacio del otro, robar o matar por el poder.

Idea de construcción de un futuro mejor no puede estar ligado a aplicar las ideas y lugares comunes que ya fracasaron en los paraísos socialistas de la izquierda, el progresismo y sus imposiciones violentas van en contra de cualquier forma de representación de las tradiciones que han constituido a Colombia. Alianzas de impunidad que se comienzan a proponer con narcotraficantes y terroristas, el consentimiento que se brinda a la violación de territorios y la pérdida de la propiedad privada, la imposición de mayores impuestos para todos, y demás aberraciones que se proponen, desde la administración Petro Urrego, son la consecuencia de la constitución de un equipo del cambio con ministros absolutamente incompetentes e irracionales. Es momento de pasar la página, apartar la intolerancia y dejar de insistir en la polarización de un país que ya no debería poner más muertos, Colombia necesita de un colectivo que trabaje en equipo, sujetos que desde la diferencia sea capaz de llegar a consensos a través del diálogo.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.