Tiempos extraños los que vivimos. Todo se transformó digitalmente. Todo. Hasta las discusiones con amigos y familiares. En estos tiempos de odio, rabia y extremismo, los debates pasaron del comedor y la sala a las redes sociales. Todo con el agravante de los horribles algoritmos.

No es una coincidencia que usted abra su Facebook y lo primero o segundo que encuentra es el memorial de algún contacto que dice exactamente lo que usted no opina o no piensa. Y entonces los dedos pican. Y las emociones nublan. La respuesta es violenta y desproporcionada. Y la dopamina de las notificaciones toma el control.

Es un círculo, y perdón por el lugar común, pero literalmente es vicioso. La respuesta recibe reacciones de todo tipo. Y cuando el usuario se da cuenta pasaron dos o tres horas seguidas complemente metidos en redes. ¿Quién ganó? Sí, los de siempre: los Facebook, los Twitter, los Instagram.

Acá llega el aburrido algoritmo. Básicamente, la plataforma entendió algo simple: los latinos adoramos discutir. Y si es en público, mejor. Mucho mejor. Nos gusta el show. Nos alienta generar reacciones. Por eso, no es coincidencia que, preciso, encuentres muy fácil esos posts que seguramente lo molestarán al punto de responder sin medir distancias.

Vivimos en la era de la economía de la atención. ¿Cómo monetizan las plataformas sociales por estos días? Lo hacen por el tiempo que los usuarios pasen (pierdan) en sus sitios. Entre más tiempo pasemos en Facebook o Twitter, más facturan los gigantes. Un modelo muy poco ético, pero muy efectivo.

Nunca seré amigo de juzgar qué hace o qué no hace un usuario con sus cuentas en redes sociales. Eso es como meterse a juzgar cómo maneja alguien la tarjeta de crédito. Pero sí es bueno hacer hincapié en los estándares éticos de las redes sociales. De fondo, esas empresas monopólicas tienen mucho que ver con estos tiempos extremos que vivimos.

Hasta hace unos años, la lógica era la del rebaño de ovejas. ¿Qué significa? Que la plataforma de mostraba las publicaciones de acuerdo con lo que cada usuario estaba de acuerdo o le gustaba. Se creaba una suerte de rebaño con el ‘todos pensamos igual’. Pero la irrupción de Donald Trump cambió esa lógica.

Los Facebook y Twitter se dieron cuenta que los usuarios pasan más tiempo en sus plataformas peleando que regalándose Likes. Entonces, cambiaron sus algoritmos. Ahora el estándar no es ‘con quién es el que más interactúa’, no. Ahora, todo se basa en ‘con quién puedo pasar horas peleando y haciendo show’.

¿Se puede decir que las redes (y su economía de la atención) tienen la culpa por las peleas entre amigos y familiares, y sobre todo por esa violencia extremista que se ve y se lee en sus ductos? No. De ninguna manera. Insisto, una cuenta en cualquier red social es como una tarjeta de crédito: cada quien la maneja como quiere y como puede. 

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