Tanto China como India dependen de un área conocida como el techo del mundo, donde nacen los robustos ríos que alimentan a los grandes países asiáticos. Es una región que ha sido blanco del expansionismo chino y hoy día es controlada con mano de hierro por Pekín, una potencia que ya está ejerciendo su dominio sobre el agua construyendo represas y desviando ríos.

Pero las disputas por el preciado líquido no solo se están dando entre países; en el concierto privado son cada vez más las empresas y las familias ―a las que Jo-Shing Yang, autor de ‘Solving global water crises’, llama «los nuevos barones del agua»― que se suman a la puja por adueñarse de este recurso vital en las subastas internacionales que realizan los gobiernos irresponsables y de corta visión, cuando no corruptos.

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Son las potencias bancarias de Wall Street como Goldman Sachs, JP Morgan Chase, Citigroup, UBS, Deutsche Bank, Credit Suisse, Macquarie Bank, Barclays Bank, el Grupo Blackstone, Allianz y el Banco HSBC, entre otros, los que están consolidando su control sobre el agua. Asimismo, magnates como T. Boone Pickens, el expresidente George W. Bush y su familia, Li Ka-shing de Hong Kong, y otros multimillonarios filipinos también están comprando en todo el globo miles de hectáreas de tierra con acuíferos, lagos, derechos de agua, servicios sanitarios, acciones en empresas de tecnología de la gestión de la demanda, etcétera. De manera que a un ritmo sin precedentes se están privatizando los servicios y la infraestructura del agua.

Absurdamente, tal cosa no sorprende en un mundo donde los inversionistas se lucran de prestar servicios que, desde un punto de vista moral y ético, no deberían ser lucrativos, como la salud, la educación y, sobre todo, el agua, que a pasos agigantados en su condición de «oro azul del siglo XXI» se está convirtiendo en un commodity más importante que el petróleo o cualquiera otro energético. Con razón este es el único bien transable del que podría decirse que está asociado a la producción de la vida y a su preservación en la esfera terrestre.

Tampoco resulta descabellado en medio de la insensatez galopante de los esquemas económicos de la sociedad moderna que, con bombos y platillos, figuras de la realeza artística, deportistas y representantes de la banalidad publiciten aguas minerales envasadas cuyo precio supera los 70 euros.

Porque, por más cristales Swarovski que exhiban incrustados sus envases, estos no contienen más que simple agua potable; quizá algunas sacadas de manantiales de zonas del planeta de las que se dice no están contaminadas,24 las mismas que, muy posiblemente, no existirán en el mañana cercano, porque el impacto medioambiental asociado al consumo de semejante lujo es inconmensurable. Tanto plástico tirado al basurero en el que la depravación económica ha convertido a la Tierra terminará por asfixiarla. Solo en Estados Unidos las botellas de agua producen al año 1,5 millones de toneladas de desperdicios, y para su fabricación se requieren 178 millones de litros de petróleo en igual lapso. Al plástico le toma miles de años degradarse, de forma tal que todo el que ha producido la humanidad desde que se lo inventó anales del siglo XIX anda por ahí causando estragos ecológicos.

En 2010, la televisión noruega desató un escándalo alrededor del agua envasada de la marca Voss, de la que dijo que no se obtenía de glaciares, como lo proclamaba su publicidad, sino del simple grifo de Iveland, la población de donde la toma.

Ya en 2004 se había presentado un escándalo en el Reino Unido. En esa oportunidad por cuenta del agua Dassani, de Coca-Cola, debido a que ella, al igual que Aquafina, de Pepsi, son solo aguas filtradas, no mineral ni mineralizada, simplemente, agua potable que, incluso, en países del tercer mundo en los que el líquido que sale del grifo de los hogares también lo es, cuesta más que un litro de leche. Pero la publicidad engañosa y la competencia desleal suele convencer a los «ingenuos» consumidores de que la calidad de los productos de las rapaces multinacionales supera la de los productos y bienes ofrecidos por los gobiernos, así se trate de los de las naciones más desarrolladas y menos corruptas.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.