Desde que tengo uso de razón me acuerdo que siempre hemos hablado de asesinatos, secuestros, desplazamientos, minas, heridos, atentados y las ruinas que dejó la guerra.

Una realidad absurda y podrida que invalida el concepto que tengamos de esta nación.

Sin embargo, cuando eres niño, afortunadamente, no eres consciente del lugar en el que naciste. No sabes la verdad. El problema es que muchos, ya grandes, seguimos ignorándola.

En condiciones normales y en un ecosistema de amor con educación, buena alimentación y sin mayores privaciones, se forman buenas personas. Está comprobada la fórmula en el mundo.

Sin embargo, una buena proporción de niños en Colombia no tienen nada de eso y ni siquiera una poca tranquilidad como lo demuestra el informe final de la Comisión de la Verdad o las comparecencias de los miembros del secretariado de las Farc en la JEP.

Un extranjero que pueda escuchar estos testimonios o leer los informes no puede dejar de concluir que Colombia es un lugar desastroso para vivir.

El documento presentado por la Comisión de la Verdad, que gran parte del país por terquedad y por gran ignorancia incluso se niega a estudiar cómo se debe, trae algunas conclusiones o verdades simplemente escalofriantes.

Pero es que esta verdad, más que una suerte de respuesta histórica que nos lleve a la paz o a la resiliencia, es una vergüenza, un lastre.

Una carga tan pesada que nos obliga a inventar consignas como: “El único riesgo en Colombia es que te quieras quedar” y otras mentiras similares para escapar de la realidad.

Será difícil que como sociedad nos perdonemos por cometer un holocausto como el de los judíos en la Segunda Guerra Mundial con la complicidad de las autoridades que estaban allí para defendernos.

Mis ojos lloran constantemente por las ideas y recomendaciones a medida que paso las páginas, y siento que mi corazón se acelera mientras sigo leyendo.

Mientras los tontos y los obstinados se atacan con tanta vehemencia en interminables y absurdos debates en redes y en los medios, olvidan que estamos hablando de personas y vidas que han sido completamente destruidas.

Imagínate estas cifras de dolor y muerte, o los desgarradores testimonios de las víctimas de las torturas cometidas por los criminales del exsecretariado de las FARC, provenientes de un ser querido tuyo.

O que se pusiera el nombre y apellido de un hijo en la siguiente línea de esa interminable lista de falsos positivos para que algunos funcionarios estatales pudieran obtener permisos y premios.

O que era su cabeza con la que los paramilitares jugaban al fútbol ante la mirada atónita de comunidades enteras.

A medida que nos llenamos de información parece que se nos ha matado la capacidad de sorprendernos.

La barbarie nos ha dejado atónitos y nada nos parece relevante. Parece mentira que la mezquindad colombiana esté más pendiente del distanciamiento entre Shakira y Piqué que de estas revelaciones que tienen que ver con el presente y el futuro de todos.

Entonces, y por este conflicto, que algunos niegan con vehemencia, ¿cómo entender y leer bien que murieron más de 450.000 personas?

Tómese un momento para comprender la dimensión y el significado de que casi medio millón de personas fueron asesinadas en 50 años de una guerra interna por el poder, el placer y el territorio.

Somos iguales a los nazis. Dime, ¿qué nos hace diferentes? Es solo que nuestra sociedad no puede verlo porque no lo entiende.

Basta comparar esa cifra con la de la avalancha que sepultó a Armero y mató a 25.000 personas, considerada la mayor tragedia de la historia.

O suponga ser una de las 121.768 personas que desaparecieron y eran madres, primos, tías, abuelos, amigos, que un día nunca regresaron a casa y nunca más se supo de ellas.

O de las 50.770 personas, un estadio repleto de gente, que fueron secuestradas.

En otro apartado, uno de los informes de 800 páginas, detalla esta otra escalofriante realidad de la niñez colombiana:

“Se estima que entre 1986-2017 fueron reclutados entre 26.900 y 35.641 niños, niñas y adolescentes.”

Niños hoy adultos, que, según la Comisión, no pudieron tener infancia porque estaban luchando en una guerra de grandes que nunca entendieron.

Bueno, si es verdad que somos energía, la suma de tanto dolor volvió hiperviolento al país en el que vivimos. ¿O qué esperabas?

Otra de las conclusiones más reveladoras de las muchas contenidas en el informe, que nunca se termina porque habla de colombianos como tu o como yo, que deberíamos vernos reflejados en esas historias sin sentido, en ese holocausto dice:

“En la escucha realizada por la Comisión de la Verdad a víctimas, responsables y otros sectores, se asoman señales de esperanza que contribuyen a avanzar en el duelo colectivo, a descubrir y comprender nuevas realidades y a reconocer en ellas las humanidades negadas. Esto es posible si los distintos sectores de la sociedad se conmueven y se conduelen con lo ocurrido y sus consecuencias, se apropien de esta realidad como parte de su identidad y no desde la distancia emocional que los ha acompañado durante décadas.”

Cuando pienso en mis hijos al escribir estas líneas que ojalá no lean, solo espero que ya no tengan que vivir en un país como el que se muestra en este informe.

¿Por qué tanta violencia? ¿Para qué tantas leyes? ¿Para qué jactarse de nuestra democracia? ¿Para qué tanto discurso y promesa chimba desde siempre? ¿Para qué tener un país que permitió y permite una realidad así

Dios nos perdone.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.