Redacción de trinos que calaron en el ambiente ciudadano, descalificación constante de la institucionalidad, y ejercicio de la oposición desde discursos mitómanos, lograron agrietar la democracia colombiana y abrieron espacio para que la izquierda se alzara con la victoria, esperanza de cambio que se desvanece ante la rapiña mezquina que trae consigo una casta política que no le importa el daño que causan, al país, sus mentiras y desinformación. Ambición de poder escudada en las garantías liberales y progresistas, del sistema político nacional, pontificaron un falso adalid que dice luchar por el bienestar de los más vulnerables y la “paz total”, pero en su actuar devela que se debe pasar del ilusionismo a la triste realidad que muestra más de lo mismo en el continuismo de las coaliciones de gobierno. Privilegios desmedidos, clientelismo y corrupción, que se eclipsan con promesas falsas y ánimos plagados de revanchismo y desinformación, muestran que el futuro de Colombia será igual o peor al que tanto criticaron por años.

Lejana está la constitución de un equipo de gobierno en el que el mérito y la preparación no brillen por su ausencia, el primer trimestre de la administración Petro Urrego siembra la zozobra y la incertidumbre que ya pasan factura de contado en el mercado de capitales. Baja ejecución y cuestionables propuestas de política social y económica por parte de la izquierda montan una parafernalia desde la que reculan y se contradicen delineando una doctrina gubernamental que no tendrá retorno. Aniquilación de la clase media y la producción industrial de Colombia, que se propicia desde la presidencia, el congreso, los ministerios, y las diversas instituciones, solo genera vergüenza al comprobar que lo más histórico de los primeros días de su presidente es el costo del dólar, el alza en el precio de la gasolina, el nivel de las tasas de interés, la inflación, la inseguridad y el desgobierno. Complejo es pensar que, destruyendo industrias, e ingresos para los ciudadanos, se acaba el hambre y la miseria, creer que ese caos convierte a Colombia en un país más competitivo.

Los anales de la historia ya consignan que con el cuento de la “paz total” su mandatario inició una feria de indultos, amnistías y perdones a quienes vandalizan la nación; oscuros personajes que secuestran, violan, extorsionan y reclutan niñas, niños y jóvenes. Llegada al poder del mesías de los humanos estuvo escoltada por una secta de “primeras líneas” creadas, financiadas y entrenadas para facilitar la implantación de un sistema socialista que llegó a la presidencia con la rabia de una masa popular alimentada con resentimiento y cuya violencia es alcahueteada por el propio Gustavo Francisco Petro Urrego y los militantes de la izquierda colombiana. Peligroso es el famoso servicio social para la paz que proponen en el Congreso, un paso más en la agenda global para debilitar las fuerzas militares de los estados, estrategia para llegar a un nuevo orden mundial donde las personas, irónicamente, “no tendrán nada y serán supremamente felices”.

Entrega de la soberanía, poco a poco, a entes supranacionales llevan a decir que el país es inviable sin una reforma tributaria, permitir que el dólar suba sin control ni medidas de choque, o devaluar el peso a tal punto que no valga nada, tal como hicieron en Venezuela con el bolívar, son un bloque de medidas para crear la tormenta perfecta, encerrarse y no permitir contacto con el exterior. Se está al frente de un gobierno que habla de austeridad, mientras derrocha los dineros del pueblo, socialismo progresista que tiene cautivada una horda de seguidores que se niega a admitir que en menos de tres meses la izquierda ha ocasionado un desastre económico y social en Colombia. Arriesgado resulta que desde la institucionalidad gubernamental se avale la desautorización de las fuerzas del orden y se opte por comprar respaldo a cambio de beneficios para una tropa de milicias urbanas irresponsables, “primera línea”, que solo están capacitadas para generar caos en el país, acciones de insurrección producto de la continua y decidida osadía de destruir la sociedad.

Anarquía, que tiene impactada negativamente a la nación, es propia de una administración que ni gobierna, ni está dispuesta a hacer el cambio prometido en campaña. Turbulento resulta asimilar el trasfondo de las “primeras líneas”, comprender que desde la presidencia se les quiera indultar, se financian desde fuerzas políticas y ahora desde el ministerio del interior se geste su liberación cuando delinquen. Asimetrías que se comienzan a generar entre los ciudadanos esquematizan una esfera social en donde la ley se aplicará para todos, menos los que son amigos del gobierno, impunidad selectiva que se conoce como “paz total” y descuida la respuesta que se debe dar a reclamos sociales de vieja data que traerán consigo réditos políticos. Temerario resulta la normalización de la destrucción de la primordial unidad en la sociedad, la constitución de un colectivo nacional distante de ideologías y polarización, amparándose en tantas palabras que solo alientan las irresponsabilidades de quienes no tienen ética y espiritualidad.

El populismo de Petro Urrego, y sus aliados del Pacto Histórico, endulzó el oído de más de 11 millones de zombis irresponsables, ciudadanos que bajo el engaño compraron humo y en los primeros días de gobierno ya tiene a algunos que se sienten colgados de la brocha, arrepentidos y viendo un chispero. Incautos fueron los que creyeron que su voz y voto tendría resonancia con la izquierda cuando realmente las decisiones ya estaban tomadas, la clase política, de todos los sectores, normalizó el mentirle al pueblo. En Colombia no existe un solo partido que, así tenga las mayorías, quiera hacer el bien, todos buscan contratos y beneficios, por ello hacen hasta lo imposible para planear, ajustar, pagar favores y acomodar los hechos en provecho de unos pocos. De agache comienza a pasar que la palabra paz, que manejan en los acuerdos el Pacto Histórico, busca limpiar el pasado judicial de la izquierda radical, dejar impune todos los delitos de lesa humanidad, que cometieron los exmilitantes de grupos guerrilleros, para hacerlos parecer como delitos políticos.

Difícil será el futuro cercano para la nación si en el panorama no se vislumbran ajustes claves en la reforma tributaria y se comienza a hablar con prudencia desde el gobierno, abrir debates innecesarios y poco estratégicos, como el tema de los hidrocarburos, ya ha demostrado las consecuencias que tiene sobre la devaluación. Querer equiparar a Colombia con economías como la mexicana y la brasileña es desconocer que ellos han trabajado para tener una productividad propia, mientras el país, en contravía, se ha dedicado a importar y depender del dólar. Reforma tributaria que se plantea empobrece al ciudadano, pide esfuerzos a empleadores, inversionistas, comerciantes, y trabajadores, pero por ningún lado se percibe el apretón en el cinturón por parte del gobierno que derrocha en gastos y crea ministerios.

Narrativa de la administración Petro Urrego está ridiculizando hasta rayar en nuevas normalidades, doctrinas identitarias que confirman egolatría, arrogancia, ignorancia, deshonestidad, corrupción, y perversidad. La estrategia populista de su presidente busca atomizar el colectivo social por nichos, clientelas políticas, que al final quedan dependiendo en todo del gobierno a cambio de votos; receta perfecta para debilitar al constituyente primario. El peor error del Pacto Histórico ha sido y será haber incendiado el país con la excusa de una reforma tributaria, para llegar al poder a meter una peor, intentar silenciar la voz de millones de colombianos que están en desacuerdo y ahora son representados por la oposición. El entrampamiento que se tejió frente a la soberanía popular exaltó la expectativa de muchos, dio la pelea en los medios frente a la opinión pública, reclutó ingenuos e hizo creer que venía un cambio que no resultó y terminó siendo más de lo mismo.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.