Incongruencia de la clase política atiza los ánimos ciudadanos, incrementa la polarización entre los extremos ideológicos, y excita la ignorancia de las capas jóvenes de la población, y las masas populares, que desde las vías de hecho constituyen el vandalismo en su único argumento para exigir el cambio que tanto necesita Colombia. Multiplicidad de informaciones falsas, verdades a medias, que giran alrededor de las campañas presidenciales y circula por los escenarios sociales -cadenas de WhatsApp, mensajes de Twitter, tendencias en Facebook o viralización audiovisual de TikTok-, promueve la violencia y agresividad que incita al desorden. Complejo es creer que la transformación está en manos de unos sujetos que dicen tener un pacto por Colombia, pero en los cuadros de dirección y representación de su movimiento se encuentran nombres conexos al trasfuguismo, la corrupción y acciones que tanto se condenan en el escenario nacional.

Infiltración permanente en las marchas, con el costo que ello implicó para la seguridad de los manifestantes y los integrantes de las fuerzas del orden, solo sirvió para estimular la destrucción de bienes públicos o privados, atropellar la paz, del grueso de la población colombiana, violentando las zonas residenciales, los locales comerciales y el transporte público, pero en nada contribuyó a la posibilidad de expresarse con tranquilidad y construir en conjunto una solución al difícil momento que atraviesa el país. Desfachatez e incapacidad propositiva del candidato de la izquierda avivan el ánimo pendenciero de sus seguidores y lo revisten de cinismo para pretender dar cátedra de moral, indolencia propia de la impunidad lo lleva a acusar a otros del odio, atraso, pobreza, violencia, narcotráfico y delincuencia que carcome a la nación, pero omitir que él fue uno de los causantes de ello cuando alejado estaba del pacifismo que hoy dice representar.

Importante es reconocer que, pese al Acuerdo de Paz, que se promulgó al mundo, la violencia a lo largo y ancho de la geografía nacional no desapareció, por el contrario, se siguieron produciendo víctimas a consecuencia de la crueldad de los grupos disidentes que luchan por controlar territorios y sembrar la inseguridad, con células urbanas, “primeras líneas”, en las principales ciudades del país. Duele, y mucho, ver la indolencia, los guiños y la miopía política de quienes aparentan ser buenas personas, pero cohonestan con el proceder de “honorables” congresistas que, bajo la impunidad, de lo imperfectamente pactado en La Habana, transitan como comunes en el legislativo y se niegan a reparar a las víctimas y responder por sus actos en el pasado. Llamado a la rebeldía, antes que dar mayor poder al pueblo, evidencia el apetito de poder que busca saciarse a cualquier costo, silogismo, al margen de la ley, que requiere de una capucha, las armas y andar en grupo para intimidar desde la protesta a aquellos que no comulgan con su propuesta en las urnas.

Se habla de perdón social, de distribución equitativa de los recursos, lucha contra la corrupción, temas sensibles en los estratos medios y bajos de la población, pero se actúa en diametral oposición, solo así se explica y se encuentra razón para que el candidato presidencial de la izquierda siga ganando sueldo de Senador y no trabaje, o su fórmula vicepresidencial se beneficie del ingreso solidario y no pase absolutamente nada. Perpleja, Colombia ha observado cómo se expresa una cosa de cara al país y por detrás se visita cárceles para hacer alianzas con corruptos, pero luego, de quedar en evidencia, desde un acto de profunda dignidad se pide a los mismos presos que envíen una carta diciendo algo totalmente diferente a lo que fue la visita. Artilugio de la palabra es el que encanta a incautos que andan detrás de un mesías mitómano que los obliga a cambiar de creencia cada semana para reinar en el mar de la confusión y conseguir así su nefasto propósito.

Prioridad, de cara a las comicios de mayo, está en elegir un gobernante con altura intelectual para asumir la prioridad de reconstruir la nación; estadista con fuertes convicciones y filosofía democrática capaz de instaurar un plan de acción a corto plazo para ayudar al pueblo. Brindar salud, educación, seguridad y empleo son las prelaciones de una nación en la que su ciudadanía tiene una lista interminable de necesidades. Se está en un entorno complejo en el que se sume el país en un nivel de insensibilidad impresionante, la vida parece que ya no vale un centavo, se perdieron los principios y se está a merced del hampa y los descarados políticos que pasan de opositores a aliados para señalar de corruptos a sus contradictores mientras posan de honorables, sin tener la autoridad moral para ello. El momento por el que atraviesa Colombia no admite la indiferencia, este es el instante de la unión para incitar una metamorfosis política que no lleve a la gente a caminar miles de kilómetros para escapar de la miseria y la represión de las libertades.

Peligroso entorno que se delinea en la espiral del poder dice que o se abren los ojos o la nación se hunde con la estúpida insensatez, estulto resulta creer en quien cambia de partido cada 4 años, y pensar que votando por el candidato que ellos apoyan, se generará un cambio, pues quienes hoy expresan representar la conversión de la política, y rodean la propuesta del Pacto Histórico, siempre han estado del lado de las fuerzas del gobierno y las han manejado a sus anchas. Utopía resulta pensar que, ensuciando la dignidad de hombres que dan la vida en defensa de los colombianos, de todas las ideologías, para asegurar su libre derecho a pensar, y decir lo que quieran, se superará el hambre, la muerte y la envidia que sustenta la política socialista que, desde el sofisma de la igualdad, traerá menos oportunidades y un futuro oscuro. Diversas conjeturas que se tejen entorno a la corriente ideológica de la izquierda están más que cimentadas en la compleja situación social que atraviesa Latinoamérica y plantea serios cuestionamientos sobre el “statu quo” del estamento gubernamental.

La confrontación de los extremos políticos, los delirios de persecución, la polarización, la carencia de imparcialidad y objetividad por parte de los actores en los medios de comunicación, sumado a las cadenas de “fake news” de las redes sociales y las plataformas de comunicación interpersonal encienden las alarmas y hacen pensar en la desestabilización de la democracia colombiana. Reclamos válidos de la masa protestante plantean a los candidatos serios desafíos que piden encontrar alternativas inmediatas a las necesidades del pueblo. Agitación social, basada en discursos incendiarios de caudillos, solo desborda la tranquilidad y aviva los odios y rencillas entre unos y otros diseminando un ambiente hostil al límite de los derechos constitucionales. Clamor del colectivo nacional pide estructurar una reconstrucción del núcleo social colombiano alejado de la tensión y la división que ha estado presente en los últimos años.

Las reformas, que son necesarias, para la viabilidad institucional que guía los destinos económicos y sociales del país llama a los colombianos a preguntarse cómo no caer en el juego de caudillos revolucionarios con ansias de poder, es momento de fortalecer el sistema democrático que ha caracterizado al país por años. Lejos del fraccionamiento de la sociedad se debe pensar en la construcción colectiva de un ideario que reconstruya la nación desde la profunda crisis en la que la ha sumido la clase política tradicional. Los ejemplos están claros y cercanos en el vecindario, si no se hace algo pronto y concreto se pasará de un sueño memorable a la peor de las pesadillas. El llamado responsable es a que todos se unan a la causa de trabajar para salir de la inviabilidad y la intolerancia, se debe dejar el pretexto de protestar por el simple hecho de protestar para poner los pies en la tierra y sin radicalismos reconstruir la institucionalidad y el estamento de una sociedad democrática como es Colombia.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.