Cuando el título máximo está en juego nadie quiere perder, por eso los finalistas privilegian la táctica y arriesgan poco. “Las finales no se juegan, se ganan”, explicó en su momento el gran Alfredo Di Stéfano.

Por eso hay pocos goles en las finales. En las últimas cuatro se anotaron 6 (los últimos dos en tiempos extra). En cambio, en los juegos de ‘consolación’ de Corea-Japón 2002, Alemania 2006, Suráfrica 2010 y Brasil 2014 hubo 17 festejos (4,2 de promedio).

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La razón es sencilla: perdidas las semifinales, los protagonistas salen a la cancha distendidos, más allá de las medallas de bronce y los millones de dólares en disputa juegan por placer, y eso llega a la retina de los espectadores.

Es imposible olvidar el gol del turco Hakan Sukur en Daegu, a los 9 segundos, que se convirtió en el más rápido de la historia de los Mundiales; o el doblete del alemán Bastian Schweinsteiger en Stuttgart cuatro años más tarde, o el clásico entre alemanes y uruguayos en Puerto Elizabeth en 2010.

Este sábado, Bélgica e Inglaterra tendrán la oportunidad de agregar una página a este historial de vibrantes partidos, ojalá no decepcionen.

Si olvidó esos momentos, que esta sea la oportunidad de recordarlos:

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.