Dos palabras que encierran una maravilla natural. La primera es un páramo y la segunda, una de las lagunas que habita dicho páramo: la laguna de la cual nace el río Bogotá, a 3.200 metros de altitud.

Mas abajo, en el mismo valle del páramo, está la llamada “laguna del mapa”, por tener la forma casi perfecta del mapa de Colombia. Ambas convertidas hoy, según el guardabosques del páramo, en “charcos”, después de un lento pero brutal resecamiento, charcos que, en todo caso, abruman por su belleza natural. Y lo mejor es que están a tan sólo 97 km de la capital de Colombia, en el municipio de Villapinzón.

El páramo es un tesoro de la naturaleza. Son 8.900 hectáreas y es reserva forestal desde 1982. Alberga el nacimiento y paso de 4 ríos, el Funza o Bogotá (que alimenta toda la sabana y la planta de Tibitó), el Muincha (que sirve al municipio de Turmequé y municipios aledaños), el Guanacha (que alimenta a Úmbita) y el Paila (que sirve a Tibirita).

La laguna de Gacheneque es mítica. Se trata de una laguna que, en el pasado, no dejaba “arrimar” a la gente y a todo aquel que se le acercaba lo perseguía hasta “sorberlo”; de ello dieron cuenta los peregrinos que bajaban de romería de Úmbita a visitar a la Virgen de Chinavita. Aún hoy se manifiesta cuando se enfada – o la enfadan-o cuando quiere expresar su agradecimiento. Abre sus aguas, ruge. Cuando alguien llega a cortar madera suscita, garrapata, o esmeralda, la laguna los recibe con un vaho helado, manifestando así su intensa molestia.

A principios del siglo pasado, la laguna fue aquietada por el cura Segarra, a quien los locales le debieron consultar cuál sería la mejor solución para apaciguar sus aguas. Desde el Alto de la Calavera, le echaron bloques de sal virgen de Nemocón, a la orilla de la laguna, unas siete cargas (equivalentes a 20 arrobas), después de lo cual, la laguna “amansó”.

Sin embargo, el 13 mayo de 2011, se comenzó a sentir un intenso olor a azufre y, hacia las 7 de la mañana, la regurgitante laguna lo inundó cuanto había a su alrededor. Ella es sentimiento puro, alma inquieta. El agua cristalina de la laguna purifica y es difícil de creer, cuando se está bebiendo de sus aguas, que sea el mismo líquido que kilómetros más adelante se convierte en el pútrido río Bogotá, que no ha podido ser recuperado ni con las múltiples PTAR que han construido a lo largo de su cauce.

Todo eso nos cuenta Vidal González, el guardabosques del Páramo de Guacheneque y de las 37 quebradas que allí nacen, y de las 11 lagunas que allí existen. Vidal, fue bautizado así por su madre, queriendo significar “vida”, el hijo-vida. Así como su hermano Querubín que fue bautizado así simbolizando el hijo-ángel.

Nadie como Vidal para simbolizar ‘La Vida’. Su conocimiento ancestral de la flora, la fauna, los mitos y las leyendas que habitan el páramo y sus preciosas lagunas, es invaluable e ilimitado. Cada respuesta a cada pregunta abre a un mundo nuevo. Oírlo hablar, verbigracia de todas las plantas, es poesía pura, es adentrarse en palabras y combinaciones de palabras visuales que te elevan a un estado de éxtasis.

Al paso con él descubrimos, pidiéndole previamente permiso a las plantas para estar entre ellas, para disfrutarlas y hasta tocarlas, no sólo clásicos sietecueros sino agraz dulce, mazorcas de agua, reventaderas, cerrajillas, cardo santos, chicorias, orquídeas aguadijas, castillejas, angelitos, 7 especies de frailejones, ruques, amargosos, rodamientos, carditas, lupinos, guargüerones, zarzaparrillas, lunarias… También encontramos unos pinos que trajo la CAR en alguna época y que, desentonando, no prosperaron…

Según Vidal, los pinos son “celosos” y no permiten que nada crezca a su alrededor para lo cual botan una especie de goma que ahuyenta cualquier otra planta…por fortuna la vegetación local supo y ha sabido defenderse del intruso y tenerlo bajo control… vegetación local que tiene enormes poderes curativos y que Vidal nos recita de memoria.

Esta hermosura de páramo tuvo un incendio en la segunda mitad del siglo pasado, en que acabó con gran parte de los animales que allí habitaban. Es conocido en la zona como el “Incendio en el pozo de la nutria”.

Nos cuenta Vidal que a Reynaldo Bolivar “le dejaron un pedazo de tierra pa´ sembrar y le prendió candela pa´ sacar ceniza como abono pa´ panquevos, cubios e hibias” y se prendió todo el bosque. Se quemaron más 355 hectáreas… ardió meses enteros, hasta que, entre lluvias y esfuerzos, lograron apagarlo…y así fue como nos quedamos sin venados blancos y ojos de anteojos. Afortunadamente, a hoy, podemos encontrar animales como los tinajos, runchos, faras y conejos sabaneros.

Vidal nos cuenta que en el páramo habita el ‘Quicacuy’, rey de todos los tesoros y encantos que guardaban las aguas de las lagunas y que hoy se encuentran enterrados bajo tierra muy cerca al nacimiento del río Bogotá, un lugar al que no podemos acercarnos por haber arenas movedizas.

El ‘Quicacuy del Páramo’ es un hombre viejo con un bastón de oro. Sin embargo, adopta formas diversas: un día puede ser una mujer, otro un mendigo, otro un simple caminante. Vidal se lo topó de niño cuando le robaba a su madre el jabón con el que lavaba la ropa en el río, a cambio de lo cual le ofreció un lingote de oro que Vidal rechazó: era mas importante preservar el jabón con el que su mamá lavaba las ropas que dejarse engañar por el ‘Quicacuy’…

Toda esta tradición oral hace parte del páramo mismo. Sin los apasionantes relatos de Vidal, heredados de su abuelo y de su padre y que ahora él está transmitiendo a su hijo, el páramo perdería parte de su magia. El misterio de la edad de Vidal es insondable, sólo sabemos que tiene más de 70 años, y su estado físico es envidiable. Aún habrá tiempo de sobra para disfrutar de su palabra. La tradición oral siempre será la madre de la historia. Quisiera poderme quedar días enteros con Vidal para poder escribir y dejar una memoria escrita de su gran sabiduría, pero estoy segura de que, en ningún libro de ningún tamaño, cabría todo lo que él tiene en su memoria.

En los días actuales en donde la palabra digital es la que manda la parada, no hay nada mas refrescante que poder oír, de viva voz, a un observador y conocedor puro y profundo de la naturaleza, esa de la que nos hemos olvidado por andar entre pantallas, urbes y cemento, trabajos agotadores, afanes cotidianos innecesarios. Vale la pena tomarse el tiempo de recuperar la sencillez de la vida a través del contacto íntimo con la naturaleza -su belleza, sus sonidos y silencios-, y conocer sus misterios a través de la tradición oral encarnada en personajes tan valiosos como Vidal González, una especie en vía de extinción.

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