Bolsillo de los colombianos comienza a sentir las consecuencias que dejó el ejercicio democrático de este 2022, victoria del Pacto Histórico, secundada por el sufragio de 11.277.407 ciudadanos, envalentona los ánimos de un sector político que, sin razón y argumentos, hace sentencias que impactan en la economía de la nación. Catástrofe que intranquiliza el mercado, ahuyenta capitales e inicia el éxodo poblacional, se puede evitar, pero Gustavo Francisco Petro Urrego no solo la ignora, sino que la magnífica. Cambio que se comienza a configurar en el ámbito político, económico y social del país atiza un pánico monetario que es directamente proporcional a las posturas que ya esgrimen los ministros designados del nuevo gobierno. Parte de tranquilidad que se quiso dar con un ánimo conciliador, de diálogo abierto con todos los sectores, es el sofisma de distracción para el mar de incumplimientos que está por llegar.

Reforma Tributaria, que ahora se anuncia con bombos y platillos, será el florero de Llorente de la masa poblacional con el mesías de las clases populares, promesa de tributación soportada en los 4.000 más ricos del país será pagada por los 40 millones de colombianos más pobres. Imperiosa necesidad de recaudar fondos para atender el déficit fiscal y responder con acciones y programas las promesas de campaña, que reparan la deuda social de décadas y el pasivo ambiental, no acalla las voces que exaltan la incoherencia de una izquierda aliada, con la tradicional clase política, para saciar el apetito burocrático. Mitomanía de Petro Urrego, más rápido que tarde, comienza a salir a la luz pública y se constituye en el peor enemigo del próximo gobierno, impuesto a las gaseosas, las carnes procesadas -salchichón, salchichas- y planes móviles desde $38.000, no es más que un valor agregado para golpear el bolsillo de “los nadies” en los sectores populares y medios del país.

Claro está que el 50.47% de los votantes, este 19 de junio, escogió un cambio, problema es que fue el equivocado, pues se soltó la libertad y el capitalismo para apropiarse de la miseria y esclavitud que trae consigo el socialismo progresista del siglo XXI. Disparidad de criterios, posturas públicas, del presidente electo y funcionarios designados, que son rectificadas en cuestión de horas, plagan de incertidumbre a los inversionistas y son el fiel reflejo de lo visto en 2007 en Venezuela, con Hugo Chávez Frías; política de la esperanza que los condujo al hambre e invitó a la población a tomar los tenis, el mapa y el morral con el que caminan por Suramérica buscando futuro. Persecución que se asesta a la formalidad, el empleo y las empresas lejos está de la proporcionalidad que requiere el país, reforma estructural que ataje la corrupción, la evasión y la elusión que tanto aquejan a Colombia.

Financiación del cambio requiere el tomar decisiones que, aunque sean poco populares se deben aplicar, gobierno de la izquierda difícilmente conducirá a soluciones si asume el poder acompañado de los políticos oportunistas que, sin el menor sonrojo, cada cuatro años cambian de posturas e ideologías entre partidos y movimientos al vaivén de sus intereses. Transformación de Colombia debe ser de raíz y estar sustentada en la educación y la cultura de un colectivo que no se amedranta ante las palabras, ególatras, de quien con tono amenazante quiere acabar con lo que está funcionando en lugar de enfrentar lo prioritario. El verdadero reto de Gustavo Francisco Petro Urrego es el respeto de él mismo por el voto popular, los colombianos dieron un paso en falso al llevar a la presidencia a un sujeto resentido, sagaz político con profundas limitaciones en la gestión, que presagia que están por venir años muy difíciles, mecenazgo a primeras líneas y secuaces que aplauden la mezquindad y hostigan a quien piensa diferente.

Por más que se quiera ser positivo es imposible invisibilizar que ya existe una corriente de colombianos que empieza a sacar activos y ubica a sus hijos en centros educativos en el exterior, fuga de capitales y profesionales que demarcan que las oportunidades de la fuerza laboral están en otros territorios de la geografía mundial. Miedo que acompaña a un amplio porcentaje de colombianos es la consecuencia de la interpretación del momento, percepción de la realidad que se desprende de las noticias que rodean a un líder que se equivoca en la construcción de un equipo de gobierno y comienza a decepcionar a quienes creyeron ciegamente en su propuesta de cambio. Pasos en falso de Gustavo Francisco Petro Urrego, y sus primeros funcionarios designados, denotan que esta apuesta política lejos está de ser prudente y acertada en las comunicaciones, el caos y la crisis que se generó, por capricho, desde 2019 ahora se les revierte con un colectivo que clama por justicia social, y esperaba vivir sabrosito, sin que lo ahogaran con gravámenes a la renta, el patrimonio y un sin número de bienes y servicios.

Burocracia que ahora se crea, para complacer a los principales aportantes a la campaña, señala que la izquierda está perdida en la realidad que hoy circunda a la nación, especulación sesgada que acompaña a la nueva política agraria conduce a crear fantasías como las que se constituyeron paralelas al proceso de paz de la Habana, donde nunca hubo paz, pero sí impunidad reinante por parte de quienes en este momento pretenden dar cátedra de moral. Antes que pensar en meterle la mano al bolsillo a los trabajadores, para sostener auxilios a las clases populares, el nuevo gobierno debe trabajar para proponer una serie de proyectos que conduzcan a la productividad y el desarrollo del país. Los cambios se tendrán que dar de manera paulatina, pero sin seguir el ejemplo de Cuba, Venezuela Nicaragua y Argentina que llevan años en caída libre y cada día están peor, o Chile y Perú que se antojaron y apostaron por noveles políticos con los que por estos días lloran en las consecuencias.

Reforma estructural del país, que lejos está de la estabilidad sabrosita, conducirá a agudizar las necesidades hoy existentes. Quienes ganaron las elecciones ya lograron su propósito y ahora están en todo, menos al servicio del pueblo, su espíritu culebrero los llevó, con la naturalidad del tramposo que encarnan y representan, a prometer en campaña todo aquello que sabían no iban a hacer. Las ovejas disfrazadas del proceso electoral ahora sacan sus zarpas y con desfachatez piensan, opinan y actúan sobre el devenir de las decisiones que tanto afectan la coherencia social y humana de los colombianos. Acuerdo nacional, que se confecciona desde el Pacto Histórico, es la representación de todos los anti valores, la muestra de que más bajo no se puede caer y que los intereses creados están a la orden del día.

Complejo es que un gobierno electo ya esté haciendo acuerdos con los corruptos y los financie subsidiado con la tributación de los colombianos, conexidad del Pacto Histórico con los liberales, los verdes, los comunes, la U, los conservadores y demás colectividades, que se suman al dinamismo político colombiano, antes que la congregación de personas con banderas de diferentes colores, son la evidencia del retroceso de los valores y los principios éticos donde el “todo vale” es lo que gana entre quienes buscan beneficiarse a sí mismos. Primeros movimientos de la izquierda, en la conformación del gobierno, denotan que quien ganó las elecciones es un personaje sin escrúpulos y principios que captó adeptos con un discurso, pero en el ejercicio de sus funciones hará uso de los mismos mecanismos clientelistas que decía combatir. Las promesas populistas, de vivir sabrosito, que simbolizó Gustavo Francisco Petro Urrego poco a poco se diluyen en el costo que trae consigo el juego sucio del poder y la corrupción que carcome a Colombia y está presente en todas las orillas ideológicas.

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