Desde los periodistas parroquiales o comarcanos hasta los que se creen “vacas sagradas” están ideologizados o movidos por sus intereses ocultos. No tienen la grandeza ni el profesionalismo suficiente como para superar sus pasiones intestinas que los doblegan ante una verdad ineludible. Los periodistas que se creen celebridades obran hoy como jefes de prensa de su directorio político favorito (que los favorece con el dulce aditivo de las tostadas).

Es una pena que la dinámica de los medios vaya en involución, en retroceso, más que en crecimiento legítimo y avanzado. Periodistas, comunicadores, opinadores, columnistas, son tendenciosos no hacen más que enfermar a la opinión pública. Son también responsables de la polarización radical en un país como Colombia. De esa manera, no son menos responsables (indirectos) de la inducción de hechos de violencia y agresiones que contribuyen a alimentar la guerra fratricida.

A estos sujetos (poseen hasta buen nivel educativo) los mueven más sus resentimientos y debilidades personales. Los mismos que de dientes para afuera se dicen pacifistas; son guerreristas, verdaderos enemigos de una paz cierta y duradera. Destilan fiero odio ante cualquier coyuntura. Deberían recordar a Luis Herrero cuando sentenció: “Los periodistas deben criticar, pero no azotar a nadie”.

La verdad de fondo poco les importa, la opaca su posición (politiquera, morbosa o resentida). De escasa solidaridad, no son generosos ante la discrepancia y el debate que lo nutren de ofensas y diatribas. Hasta un Papa alguna vez oró por estos “adalides”: “La verdad y la solidaridad son dos elementos claves que permiten a los profesionales de los medios de comunicación convertirse en promotores de la paz”. (Juan Pablo II). Una paz que estos obscuros teorizadores han contribuido a embolatar.

Fabio Arévalo MD

Artículo relacionado

Camilo Puerto, estudiante desaparecido hace 16 años, aparece en video de las FARC

Maestro de maestros del periodismo, José Martí dejó muchas lecciones por aprender: “Odio la pluma que no vale para clavar la verdad en los corazones y sirve para que los hombres defiendan lo contrario de lo que les manda la verdadera conciencia, que está en el honor, y nunca fuera de él”. Una lástima que por encima del honor periodístico esté el partidismo, el sesgo, el interés personal y mercantil. Esos periodistas que se ponen precio (¿prepagos?), serviles por una pauta, se desatan en mentirosas loas especialmente a políticos y gobernantes.

Estas reflexiones sobre “periodistas” y medios valgan a propósito de tantas actuaciones erráticas de reconocidos comunicadores en este país, que se creen las “vacas sagradas”. Pero que afortunadamente ante el auge de la democracia de la comunicación por la popularización del Internet (con sus contradicciones), se han visto degradados hasta volverse una especie peleadores callejeros, que se enfrentan con cualquiera sin mantener un mínimo de compostura. Las excepciones existen, pero desafortunadamente cada día son menos.  

Son manipuladores de la opinión pública para nutrir una corriente en favor de sus posturas e intereses personalistas. Y si no recordemos el caso Colmenares donde la mayoría de medios construyeron a priori y empíricamente una falsa verdad que diseminaron irresponsablemente. Más tarde científicamente se demostraría otra cosa, la verdad difícil de aceptar. Ante ello es menester recordar esa célebre frase de Jean Cocteau, (poeta, novelista, dramaturgo francés): “No se debe confundir la verdad, con la opinión de la mayoría”.

El actuar de estos comunicadores es francamente tóxico. Una vuelta por redes sociales como el Twitter, nos permite corroborar que estos connotados se la pasan irritados y cazando peleas para defender posturas puramente ideologizadas y partidistas, pero muy poco objetivas, asertivas y del bien común. ¿Dónde está el periodismo saludable, propositivo y constructivo?

Que al menos esto por hoy nos sirva para recordar y poner en práctica la mejor lección de comunicación:

“Para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Si se es una buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias”. (Ryszard Kapuscinski).

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.