Oposición violenta que incentivó el inconformismo que condujo al terrorismo urbano fue el que encendió la llama del cambio, luz de la esperanza que se materializó en las urnas y ahora tiene la difícil labor de llevar a la realidad todo lo prometido, utopía del mundo perfecto que poco a poco se desmorona. La incoherencia entre la palabra, vehemente y firme, de la campaña, y los actos previos a la posesión, desencantan a los “nadies” que pudieron comprobar, de primera mano, cómo se empezó a diluir el sentido compromiso que se decía tener con la Colombia profunda y olvidada. Desplante a 917 alcaldes, de todas las regiones del país, advierte que, contrario a lo que vendieron, con cortinas de humo en época electoral, la propuesta política de la izquierda se pulveriza ante las artimañas, de los acuerdos burocráticos, que están conexas a gamonales legislativos que se aproximaron, a las toldas ganadoras, para hacer más de lo mismo prometiendo resultados distintos.

Reforma tributaria, sobredimensionada y desequilibrada, que ya se proyecta para ser presentada a la aprobación del Congreso, es la consecuencia de recibir la posta de un gobierno que deja las arcas del erario raspadas, pues tuvo férrea oposición a un ajuste, al régimen contributivo, que atendiera las afugias de una pandemia y una economía mundial estancada. Estallido social que fue excitado en la calle, durante los últimos cuatro años, debe ahora ser atendido por su principal promotor, pero el camino difícilmente será triplicando los tributos que se proponían en la administración Duque Márquez, creando más burocracia y derrochando gastos en la posesión más cara de los últimos 30 años; parece que rápidamente se olvidó que los dineros públicos son para la inversión social y no para la “vanidoteca”, ególatra, del Sensei de los humanos. Acciones de derroche deben ser atajadas antes de que se exalten los ánimos de quienes creyeron que el cambio sería una realidad y no solo un valor simbólico para ganar en las urnas.

El costo presupuestal de las peticiones del comité del paro casi que duplicaban el gasto anual del estado, carta de peticiones que promovían y ahora olvidan para venir con cara de ortodoxos a lamentar el déficit que les deja la administración Duque Márquez. Beneficios y ayudas que se anuncian desde el gobierno entrante no pueden estar a expensas de la suspensión de programas sociales ya otorgados a las clases menos favorecidas, Colombia debe apartarse de seguir enfrentándose y enemistándose por tener posiciones políticas diferentes, mientras los mismos políticos que un día se atacan, al otro se abrazan. Capa poblacional joven, que dio la victoria a la izquierda con el voto popular, antes que ser adoctrinada con la lectura del informe de la Comisión de la Verdad, documento sin contraste ni sentido crítico, como pretende el nuevo Ministro de Educación, debe verse impactada por una formación de calidad que no desconozca la historia de la nación y el oscuro proceder de quienes hoy rigen el destino ejecutivo y legislativo del país.

Esa juventud que vive de ilusiones y realismos mágicos desconoce, u omite, el daño causado por quienes tienen un pasado criminal y maquiavélicamente convocaron a paros caóticos que estratégicamente desgastaron y aniquilaron la institucionalidad. Compromisos de la campaña con la masa poblacional deben ser asumidos y honrados, sin pasar por encima de la ley e ignorando los fallos jurisprudenciales. Complejo comienza a ser, para el gobierno entrante, la sombra que traen consigo personajes de la talla de Ernesto Samper, la ausencia de principios éticos encarnados en la figura de Roy Barreras, la incómoda presencia de políticos como Piedad Córdoba, por solo mencionar algunos, sumado a las declaraciones disonantes de los ministros designados que hoy dicen una cosa y a las horas salen a negarla. Libertad y tranquilidad que requiere el mandatario para gestar sus primeros actos en la Casa de Nariño exige que el gabinete y la vicepresidenta dejen de hablar, más de la cuenta, y desde la cordura, de un funcionario público, eviten avalar aquellos actos que antes reprochaban y con los cuales ahora cohonestan.

Garantía de los derechos democráticos lleva a que quien desde el domingo ejercerá la presidencia sea quien represente a los colombianos en instancias coyunturales, realidad irrefutable que encrespa los nervios y concentra la atención sobre lo que ocurrirá, luego de la posesión, con el narcotráfico, la primera línea, las BACRIM, las disidencias de las FARC, el ELN, el hampa común y demás beneficiados del “perdón social”. Envalentonamiento de los bandidos se ve beneficiado con el nombramiento como Ministro de Defensa de un personaje enemigo de la fuerza pública que trae consigo el principio del fin de los soldados y policías. Se está al frente de una sociedad que se desborda en la pérdida de valores y la ausencia de respeto al otro desde sus diferencias. Oscuro panorama que se hace más inquietante con el obstinado embeleco de propiciar un diálogo, obligado, entre azucareros, del Valle del Cauca, e indígenas que siguen con el abusivo propósito de desconocer la propiedad privada y apropiarse de las tierras para sembrar cultivos no santos.

Salto al vacío, para vivir sabrosito, en el que se mezclan la realidad y la ficción es la consecuencia de una mala elección, erróneo enaltecimiento de un cacique que pretende agrandar el estado creando más subsidios a través de una reforma tributaria con el disfraz del hambre, colapso social que habla de bonos alimentarios, al estilo de Cuba, asistencias gubernamentales que conducirán al éxodo de capitales y que sean todos los colombianos los que caigan en la quiebra y pasen necesidades. Es claro que el nuevo gobierno, como los anteriores, busca actos de popularidad que encanten incautos, pero lejos está de preocuparse por la pobreza que padecen muchos de los actores del colectivo social, crónica de una muerte anunciada donde pronto saldrá a flote lo egocéntrico y prepotente que es el nuevo presidente, Bogotá ya lo vivió como alcalde.

Inexperiencia en la gestión administrativa llevó a la izquierda, antes de la posesión, a buscar un músculo de político adherido por cuotas burocráticas, acrecentar las expectativas de quienes presionan los diálogos de paz asesinando policías y militares, hablar de austeridad haciendo gastos excesivos, promulgar la política del amor propagando odio y violencia en redes sociales y medios de comunicación, y destruir lo que favorece a Colombia por sesgos políticos. Incongruencia de perdonar a las personas que más delitos han cometido en la nación, ocasionando desplazamientos forzosos, asesinatos de líderes sociales y acabando a la fuerza pública, como el Clan del Golfo, devela que en el gobierno que ahora inicia tendrán más garantías los criminales que los ciudadanos de bien. Construcción de una sociedad justa con igualdad de oportunidades requiere de un estadista que a través de una política pública propenda por aumentar la productividad e industrializar el país para promover la inversión extranjera, el turismo y el empleo.

Las horas están contadas, el juego ha sido expuesto y desde el desayuno se sabe cómo será lo que está por venir, Colombia debe observar los ejemplos cercanos que transitan el socialismo progresista del siglo XXI y están peor que cualquiera. Preocupa el futuro de las capas poblacionales jóvenes y la educación que les quieren imponer para que mínimamente se acerquen al pasado y el papel que allí jugaron cada uno de los actores del pacto histórico. Es claro que la estrategia cínica de moda será desviar la atención y minimizar el desliz, reclamando airosamente por qué no se fijan en otros pecadores. Brumoso es el futuro sabiendo que aún no es claro el plan de gobernabilidad efectivo del presidente, que asume funciones el domingo, y su séquito de dudosa reputación, pero sí todo lo que conlleva al continuismo de políticos que, aunque cambien de partido cargan con el lastre de una mala gestión, pésimas decisiones, clientelismo y corrupción.

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