La apatía política, escasa participación en el ejercicio democrático en las urnas, es una característica del colectivo colombiano; elección de dignatarios con escaso margen de maniobra, en medio de la polarización, que atiza las diferencias al momento de afrontar cuellos de botella como los que ahora atraviesa el mundo. Etapa de crisis saca a flote la capacidad de los dirigentes para articular un equipo de asesores y colaboradores que le permitan descomponer el asunto, entender la situación, y delinear una solución técnica desde la experiencia y el conocimiento.

Liderazgo que desde el enfoque de sistemas dimensiona las oportunidades para resolver el problema, administración de recursos y adecuados flujos de información que garantiza el cumplimiento de los retos que impone el destino, a pesar de los conflictos. Transición de sensibilidad política y social para no herir susceptibilidades, motivación e invitación al colectivo para unirse y aunar esfuerzos, disposiciones y capacidades que contribuyan a la solución. Exaltación orientada a las metas, dejando de lado los egos por el bien común, en este momento único del país que exige recursos para compensar el costo, tiempo y desempeño que son afectados por el aislamiento que tiene a los colombianos confinados en sus hogares.

Este momento no da campo para el fracaso; la incertidumbre, el riesgo y el miedo son propios de cada uno y tienen una influencia considerable sobre la situación. Divergentes percepciones, ante la crisis inesperada, sensibilizan a la sociedad y permiten detectar puntos de acuerdo con cada uno de los sectores que sacan a flote sus inconvenientes internos. Ejercicio de credibilidad técnica y administrativa a la que se han visto sometidos en los últimos días el Presidente de la República, Iván Duque Márquez, y cada uno de los mandatarios locales, que ante la pandemia dejaron de lado sus diferencias, modificaron, retrasaron o descartaron sus proyectos para revestirse de energía y desde principios éticos guiar las decisiones que se toman en medio de una jungla de conflictos y personalidades.

A gusto de algunos, disgusto de muchos, el destino, tiempo y lugar, determinó que, en este momento crucial para el país, el liderazgo estuviera en manos de Iván Duque Márquez, estilo de dirección pausado que, en honor a la verdad, ha respondido con mediano acierto a las particularidades de la situación. Cultura administrativa que desde el lenguaje y la forma de actuar se contrapone a la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, que con carácter y temperamento ha alzado la voz para llamar la atención sobre puntos clave y, con los cojones que le falta a la clase política tradicional, pensar en el ser humano, la vida, su responsabilidad social, antes que cualquier otra cosa.

Medioambiente socioeconómico y legal que fija roles y puntos de vista de lo adecuado en este momento de tensiones, lejos de los afanes de protagonismo y la cacería de votos que algunos quieren aprovechar en esta coyuntura. Diferencias de actitud que encienden las alarmas con los recursos que ahora se destinan, desde la administración central, para atender los aprietos de los núcleos poblacionales más necesitados; detestable corrupción, inversiones inadecuadas, sobrecostos que dejan en el ambiente un tufillo de las tradicionales malquerencias de la clase política colombiana.

Gestos, posiciones, imágenes y símbolos sensibles a muchas premisas ocultas en los procesos administrativos, mejor ejemplo de ello la mezquindad de congresistas como Armando Benedetti que piden, desde las trincheras sociales de Twitter, la renuncia del Ministro de Salud y Protección Social, Fernando Ruiz Gómez, por considerar como un caos total la forma como este funcionario público ha enfrentado el COVID-19 en Colombia. Audacia e inteligencia social que desbordan los parlamentarios que, a diferencia de los legislativos de Latinoamérica, no solo no hacen frente a sus funciones como se debe, sino que torpedean y ponen piedras en el camino a la voluntad administrativa desde el populismo y oportunismo político.

Inteligencia y preparación para afrontar tiempos de crisis piden los padres de la patria, esos mismos sinvergüenzas que en años no han gestionado recursos para atender las desigualdades sociales y las particularidades del sistema de salud colombiano. Líderes de micrófono, cámara o papel, ídolos de barro para los que es mucho más fácil criticar y destruir que construir, seres incapaces de regularse, honrar los cargos de representación que tienen y aportar leyes que atiendan las penurias del pueblo, electores que engatusan en tiempos de elecciones.

Antes que dividir, este tiempo requiere de la unión y fuerza de todos para salir adelante, la clase política y económica del país debe concentrar esfuerzos en la estrategia para generar mayores Unidades de Cuidados Intensivos (UCI), la consecución de ventiladores, obtención de recursos para los hospitales y los profesionales de la salud, el tener camas previstas para atender en el futuro próximo las consecuencias que trae consigo el COVID-19. Si bien es cierto que no se responde con las pruebas necesarias y los resultados oportunos, la polémica debe trascender el nombre de un funcionario, visibilidad y relevancia, y centrarse en los planes de acción para mitigar la crisis.

Rezago latente frente al progreso del virus al interior de Colombia que llama a la cordura, espantar las aves de rapiña en este momento esencial para el país. Los liderazgos sociales están convocados a ser protagonistas, encausarse en los límites de la coherencia y apoyar al gobierno en este instante de coyuntura. Las cabezas visibles de sindicatos, los representantes estudiantiles, los agentes sociales y gestores de la protesta social, que súbitamente desaparecieron en este momento de crisis deben recobrar su protagonismo para ayudar a mantener la cohesión del colectivo durante esta emergencia.

El poder, ¿para qué? El poder en este momento es para estructurar planes de acción inmediata, brindar ayuda desde el estado a la población vulnerable afectada por la emergencia. Mitigar los impactos que trae al país el COVID-19, medidas económicas que hacen frente a la pobreza extrema que se acrecienta con la crisis, migración de la violencia y el desempleo que ahora se vislumbra tras el aislamiento. Distribución de recursos, política social sin cálculos y avaricias que, con inteligencia social, y el acompañamiento de la fuerza productiva, se garantiza el abastecimiento de un mínimo vital para salvar vidas.

La sociedad no volverá a ser la misma luego de esta pandemia, como colectivo se recuperó el valor de la familia y el trabajar solidariamente, unión para la construcción de un futuro para la sociedad pospandemia.

El Presidente Iván Duque Márquez pide que la resiliencia colombiana incentive la innovación, creatividad e inteligencia colectiva, participación ciudadana para conectar y articular planes de acción que permitirán al país salir adelante. Es momento de reflexionar y asumir el gran desafío que plantea el destino, detectar a los verdaderos líderes para guiar a Colombia en la recuperación del tejido social, político y económico de la nación.

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