Polarización e irritabilidad del entramado social colombiano no permite tener observaciones, planteamientos o propuestas que sean divergentes, a las corrientes de derecha e izquierda, sin el riesgo de ser catalogado de paraco o mamerto, como lo dijo el Presidente, Iván Duque Márquez.

Fragmentación, ideológica y política, que impide reconocer que entre el blanco y el negro se encuentra el gris, ceguera irracional que entorpece la expresión de sentimientos, el reconocimiento del otro y el respeto por la convicción o visión particular que se tiene de la realidad colombiana.

El conflicto armado nacional, la corrupción política, la desatención central del Estado, el fenómeno del narcotráfico, la injusticia social, entre muchos otros factores, han sembrado un sinsabor e insatisfacción que, sumado a los hechos conexos del proceso de paz y su implementación, despiertan la protesta ciudadana en las calles de Colombia. Fenómeno que, desde las acciones de hecho, busca atemorizar, invisibilizar y acallar manifestaciones o posiciones de pensamiento contrarias que motiven el diálogo nacional.

Protocolo de apariencia que, en la charla social, conversación cara a cara, está distante de la franqueza y la relación amena; expresión de preocupaciones y propuestas que agudizan las diferencias, algunas irreconciliables, entre los colectivos sociales. Victimización excesiva de minorías que raya el extremo y desconoce cualquier esfuerzo de las autoridades por hacer frente al complejo panorama que envuelve la realidad colombiana. Naturalización de la violencia, ley del más fuerte, que tantas víctimas ha cobrado en el territorio colombiano.

El Plebiscito por la Paz, del 2 de octubre de 2016, dejó en evidencia el quebrantamiento de pensamiento y certidumbre de los ciudadanos; el pronunciamiento en las urnas, 49,78% Sí y 50,21% No, denota dos polos opuestos y radicales en la visión de país. Atomización conceptual desde el discurso de las ONG, organizaciones sociales y la oposición política que construye una narrativa, de odio y dolor, que parece establecer en Colombia una estratificación, de víctimas y victimarios, que endulza los diferentes sapos que se tienen que tragar los colombianos en la etapa de posconflicto. 

El expresidente Juan Manuel Santos Calderón, en una memorable entrevista, pide censurar a quienes difunden ‘fake news’, pues fueron los causantes de que, desde su tergiversación, se perdiera el plebiscito; claro desconocimiento de los hechos y el tiempo que demuestran que la berraquera y desinformación del pueblo no era tanta. Maraña estratégica que oculta gazapos de un acuerdo imperfecto confeccionado al tamaño y acomodo de un grupo delincuente que no está dispuesto a pagar penas y busca el perdón sin reparación.

Paz a cualquier costo que, en la visión de muchos, pero el decir de pocos hace honor al cinismo, mezquindad y propósito oculto de facinerosos que hoy fungen como padres de la patria. Marco del proceso, manchado por una justicia especial para la impunidad, que se presta para que exguerrilleros acomoden los hechos a su avenencia, bajen el perfil a sus delitos, y logren confundir el imaginario colectivo a su favor. Inequidad interpretativa, de los acontecimientos procesales, que dejan en el ambiente que no hay un reconocimiento a la verdad e interés, o intención, de asumir la responsabilidad sobre sus acciones.

Discutida negociación que fracturó la confianza del pueblo colombiano y sacó a flote disidencias, de células guerrilleras, que se negaron a dejar de lado el narcotráfico e incrementaron la violencia. Criminalidad desatada, por el dominio territorial, que cobra la vida de miles de colombianos. Complejo escenario, que es señalado de indolente mirada por parte del Gobierno, en el que son víctimas ciudadanos denominados líderes sociales; sujetos que disparan las alarmas de instancias internacionales y en Colombia conlleva a preguntar ¿de dónde salieron tantos de ellos que antes no se veían? ¿Qué están haciendo, en qué están inmiscuidos?

Cifras alarmantes que llaman a cuestionar si verdaderamente todos ellos eran líderes sociales, o si se está en medio de un fenómeno en el que cada occiso es elevado a dicha categoría. Detonante que se atizó con el llamado de atención de la Ministra del Interior, Alicia Arango, cuando afirmó que: “aquí mueren más personas por robo de celulares que por ser defensores de derechos humanos”, emplazamiento a no particularizar las víctimas sino a prestar atención a la vida, seguridad, integridad y protección de todos los ciudadanos sin ningún tipo de distinción.

Radicalización, de posturas ideológicas, que exigen protección para un número indeterminado de aparentes representantes sociales, impresionante masa de sujetos que, en el ámbito íntimo del imaginario colectivo, desata el planteamiento que se pregunta ¿por qué Colombia no es potencia mundial con tantos líderes en la comunidad? ¿Cuántos son realmente? Estigmatizar no es el camino, pero tampoco se puede caer en el error de santificar al sujeto. Como seres de carne y hueso cometen errores, toman malas decisiones, tienen malas compañías; es decir, no se la pasan rezando el rosario y son sorprendidos por obra y gracia del Espíritu Santo.

Es claro que el gobierno debe prestar atención y seguridad a los ciudadanos, pero no es menos cierto que los colombianos tienen la responsabilidad de no cohonestar, o hacerse los de la vista gorda, con el mal. El dinero fácil, la premisa del menor esfuerzo o que el Estado debe brindarlo todo, sin el más mínimo esfuerzo del pueblo, hace mucho daño a un conglomerado ilusionado con el socialismo del siglo XIX; ese mismo que cree que el coronavirus llegó a Colombia como cortina de humo para desviar la atención de los temas coyunturales del gobierno. Fariseísmo, engaño propio que se cree, causa mucho daño y acrecienta la frustración en el entramado social.

La denuncia y el señalamiento es una alternativa si se hace con la objetividad, contrastación de fuentes, y responsabilidad hoy ausente de los medios y el periodismo. Garantía y justicia desde el Estado, y sus instituciones, que permita reconocer la realidad de los hechos, poder mirar al pasado y recomponer la institución social, desde la descomposición en la que se encuentra sumida. Fe ciega en la capacidad de esclarecer los hechos, aceptar al otro desde las diferencias y construir la verdad del conflicto; refundar a Colombia desde la reparación a las víctimas, la construcción de memoria y acatamiento de las diferencias e injusticias que circundan el colectivo social.

Llegó el momento de dejar los chantajes, el matoneo y las excusas que acrecientan las diferencias entre unos y otros, entre todos hay un elemento común que es la nacionalidad colombiana y la fe, pujanza y ganas de refundar al país en el marco de la paz. El apoyo y solidaridad piden reconocer y dar estatus al valor de la vida en medio del fenómeno social que azota los diferentes rincones de la geografía nacional. Trabajo articulado que invita a fortalecer el diálogo nacional y fijar acciones concretas en temas de la educación, la salud, el deporte, el emprendimiento, la innovación, el desarrollo económico, el empleo, la participación e institucionalidad y la tecnología, entre muchos hechos más.

La realidad de Colombia pide coherencia de pensamiento y acción, dejar de lado las diferencias políticas e ideológicas; derrotar la hipocresía y aprender a conversar sin tapujos, pues es mejor ser antipáticamente sincero que ser simpáticamente falso.

La clase política y sus malquerencias finalizarán en el momento en que los ciudadanos comprendan que el cambio está en su mano, la protesta es viable y sana, pero la construcción inicia con las propuestas y se ratifica en las urnas castigando a aquellos que tienen al país en el lugar en que se encuentra. Flaco favor se hace al seguir llevando al país en el juego que planificó la guerrilla para establecer el caos y desde la división del colectivo social reinar y gobernar.

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