Por estos días el periodismo colombiano está en el ojo del huracán y bajo el cuestionamiento de la sociedad en general. La crisis de la industria mediática, aunada a la cuestionable credibilidad de los profesionales del periodismo, llaman a hacer una reflexión sobre los factores de señalamiento que piden una sana autocrítica de la profesión y los agentes claves de la misma. Todo parece indicar que se perdió el norte de la responsabilidad social que se tiene al frente de la audiencia.

Los profesionales de la comunicación social y el periodismo, inmersos en los medios de comunicación, denotan en sus acciones haber olvidado la responsabilidad sustantiva de sustentar su quehacer desde la comunidad. Antes que contribuir a la polarización del colectivo social, o incendiar el ambiente nacional allende las fronteras, se debe responder a la interacción, inclusión e intervención de la nutrida agenda informativa colombiana; coadyuvar con miradas, análisis y argumentos a la solución de problemas locales, regionales y nacionales.

El periodismo está llamado a ser eje de la construcción de la realidad y motor del desarrollo social, económico, cultural, medioambiental, y político del país. Más que una tribuna de exhibición, o tribunal de la Santa Inquisición, el periodismo es un escenario de interacción entre sujetos sociales y colectivos que desde mensajes, medios y tecnologías debe aflorar su ética y compromiso ciudadano en la construcción de la realidad, a través de los contenidos que se insertan en la cultura.

La profesión periodística carece, en este momento, de un proceso de construcción y revisión permanente que le permita responder en sus acciones, a la audiencia, con consciencia, compromiso, liderazgo, pluralidad, veracidad, honestidad e innovación.

La calidad en el contenido que se ofrece al público requiere de responsabilidad, pero a su vez integridad, orientar las rutinas productivas a los valores y principios de una actuación responsable en función del bienestar colectivo de la sociedad. Los ejemplos emergen a diario, esta semana, el foco de atención estuvo en Daniel Samper Ospina y las acciones que emprendió en su contra la Superintendencia de Industria y Comercio por la ligereza de haber utilizado la imagen de los hijos del Presidente Iván Duque Márquez, en una de sus publicaciones como ‘youtuber’, omisión de la ley que se cataloga como “explotación económica de niñas(os) para fines publicitarios y de marketing”.

El periodismo ha caído en un triste espectáculo que anda a la cacería de clics, el ‘like’, el compartir y el mayor número de seguidores que muestre su relevancia desde las redes sociales. El lenguaje periodístico ha perdido su esencia, la visión comercial prima sobre la responsabilidad social para abordar un tema, es así, como antes de entrevistar a epidemiólogos, expertos científicos, que aporten a un tema trascendental como el Coronavirus, se opta, en ‘Hora 20’ de Caracol Radio, por abordar esta cuestión desde los desacertados planteamientos de reconocidos politólogos que están distantes a la opinión idónea del problema.

Crisis de credibilidad en la que se minimizan temas profundos, o simplemente se desconocen y hacen al margen, porque no reportan importantes dividendos para el show mediático que desde el morbo apuesta por la sintonía, como en ‘6 am Hoy por Hoy’ de Caracol Radio o los noticieros de Caracol y RCN Televisión. Rentabilidad empresarial que se constituye en caja de resonancia de delincuentes, prófugos de la justicia o perspicaces reos que, desde la artimaña de la palabra, buscan tejer una maraña de mentiras ideológicas para confundir a su favor.

Icónicos medios generadores de opinión, como la Revista Semana, desplazan toda su infraestructura para dar voz a Aída Merlano o Andrés Felipe Arias, violando en sus notas el principio del equilibrio informativo que tanto dice promulgar el propio medio. Tragedias, asesinatos, desplazamientos y demás flagelos  de la sociedad colombiana, se naturalizaron; desde la frivolidad de las direcciones, y las salas de redacción, los hechos de importancia pierden trascendencia en la agenda informativa de los medios. La confrontación del periodismo con el espectáculo busca el escándalo sobre la investigación, la contextualización y el dar sentido a los acontecimientos.

Bochornosos enfrentamientos ególatras como el de Vicky Dávila y Hassan Nassar, en el programa del medio día de Revista Semana en las plataformas sociales, denotan que el concepto de ética hace parte del paisaje social. Prepotencia y arrogancia que ante los señalamientos de propios y extraños, colegas, amigos y contradictores, los obliga a pedir perdón con falsas excusas en la red para luego destilar odios y rencores en la publicación escrita del fin de semana o las propias redes sociales. Periodistas, como Vicky Dávila o Luís Carlos Vélez, olvidaron el principio que señala la importancia del anonimato y el bajo perfil que debe conservar el profesional para que quien brille sea la información.

Desinterés por la verdad que deja en evidencia un afán propagandista de manipulación que se basa en el ataque al otro por el simple hecho de pensar diferente y tener una posición política contraria. Adalides de la ética y la moral que les cuesta reconocer que no siempre tienen la razón, adicción al espectáculo de la marca digital que impone el afán de incrementar la red de seguidores a diario; atención de un público inmerso en las pantallas de los dispositivos portátiles, que cambia las agendas de consumo y la relación con los medios y sus agentes.

Escenario que llama a cuestionar el papel y presencia de los defensores de los lectores, oyentes y televidentes que a parte de cuestionar deben imponer límites y freno a los todo poderosos periodistas, cegados por la efímera fama de la red en donde son peores que aquellos a los que critican, cuestionan y juzgan en sus espacios informativos. La anuencia estatal, desde el Ministerio de Tecnologías de la Información y Comunicaciones, asombra; es evidente la ausencia de un marco regulatorio efectivo que meta en cintura a la industria mediática y sus actores.

El fenómeno se está saliendo de madre y requiere de una norma que imponga sanciones firmes ante las extralimitaciones que se ven a diario, el derecho a la libre expresión tiene sus límites y debe responder a la responsabilidad social de una profesión que guía el imaginario colectivo de la nación. Sin caer en el autoritarismo, es indispensable contar con un músculo efectivo de control, tarjeta profesional que acredite la formación académica e idoneidad para ejercer esta actividad.

La academia no puede pasar de agache en este problema, es indispensable recoger los códigos deontológicos que revivan los cánones del lenguaje y la profesión periodística. La ética debe recuperar su lugar en los planes de estudio, los principios y valores de la comunicación social y el periodismo no son intrínsecos a cualquier actividad del ser, deben ser evidenciados y apropiados en el ejercicio de la cátedra universitaria. Las aulas, antes que puntos de adoctrinamiento ideológico, son foco del saber y el buen actuar donde la teoría se constituye en fundamento de la práctica.

Las competencias del profesional trascienden la actividad operativa del medio, los códigos de conducta y el reconocimiento del otro son ejes fundamentales para llegar a la audiencia con el respeto que el público merece. Las agremiaciones periodísticas están llamadas a renovarse, cobrar protagonismo, y establecer comisiones de ética, serías y activas, ser garantes del adecuado comportamiento profesional de los periodistas, trascendencia de conducta que debe estar acompañada por códigos de procedimiento que impongan sanciones públicas a quienes transgreden los lineamientos.

Antes que mirar la viga en el ojo ajeno es momento de un mea culpa, autorreflexión, autocrítica y autocorrección por parte de quienes son garantes de la construcción de la agenda informativa del ciudadano; el periodismo perdió su norte y está desbordando los límites de lo coherente, entorno que nos llama a decir que ¡así no, colegas, así no!

Esta profesión es más que un escenario para responder a las ansias de fama, el periodista es un intermediario entre los hechos, la verdad y el ciudadano; mecanismo de control y vigilancia en la construcción social de una nación.

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