Germen más letal y perverso que el coronavirus ha resultado el desdén del Gobierno, y algunos sectores poblacionales, ante la compleja situación que afronta la urbe mundial. La responsabilidad y solidaridad ante la coyuntura que atraviesa el país no solo llama a medidas preventivas, sino a la implementación de estrategias oportunas y efectivas que atajen la expansión de la pandemia de mezquindad que acompaña al colectivo social.

Plaga de estupideces que impide comprender que es mejor prevenir que lamentar, falta de liderazgo de una administración incapaz de tomar medidas estrictas y contundentes para hacer frente al alarmismo que se instauró a lo largo y ancho de la geografía nacional.

El pánico no puede superar la prevención y autocuidado que debe acompañar este momento de caos, interés común sobre el particular que llama a acatar las disposiciones de las autoridades sin minimizar o despreciar lo engorroso de la situación. Acrecienta el problema la indisciplina pública, la falta de ética y los inadecuados comportamientos de los ciudadanos que, a parte de menospreciar la coyuntura, están exponiendo al colectivo y propagando la alarma. Sujetos que olvidan que como seres humanos el uno depende del otro y su negligencia llama a la imposición de medidas más estrictas que atiendan la situación de una curva de contagio que crece con rapidez.

Exceso de confianza que no dimensionó la gravedad del asunto y denota la falta de liderazgo de Iván Duque Márquez, 591 días en la presidencia y parece ser una constante el llegar bastante tarde con las decisiones de peso. Su lentitud, comparada con el caballo de los bandidos en las películas de vaqueros, contribuyen a la irresponsabilidad de los ciudadanos, sujetos para los que parece primar la parranda, el ‘shopping’, los paseos de playa, y demás temas banales, que sacan a flote el egoísmo del ser y dejan de lado el cuidado propio y las posibilidades de contagio que pueden llevar a sus hogares.

El músculo político y administrativo del gobierno carece de acciones de contención, medidas drásticas, severas y extremas que se tuvieron que tomar hace días para evitar la complejidad de hoy. Es claro que a la presidencia le falta una estrategia de comunicación, genera ruidos permanentes, declaraciones disonantes, pecados de irresponsabilidad absoluta en medio de la coyuntura, que obligan a expedir actos administrativos que buscan apagar incendios que la lengua genera. Afán de protagonismo y figuración que llaman a Iván Duque Márquez a sacar ínfulas de poder, complejo de inferioridad, que le impide pensar en las personas, la asistencia social y la emergencia sanitaria, por favorecer y congraciarse con los gremios económicos.

Manejo de la situación que ha debido tener un campanazo de alerta para emular lo bueno en la forma en que, otros países, afrontaron el embrollo, que significó el coronavirus, pero a su vez tener como referencia los desaciertos. Hacerse el de la vista gorda con el problema fronterizo colombovenezolano, el irresponsable control de Migración Colombia en los aeropuertos, los cielos abiertos para la llegada indiscriminada de población proveniente de los focos de infección, la continuidad sin restricciones de clases en colegios y universidades, la circulación masiva de personas por las ciudades, aeropuertos y el transporte público, la desprotección a los adultos mayores, y un sin número de factores más, llaman a cuestionar la contundencia y tardía velocidad con que el gobierno respondió a la situación.

Gestión inmediata y oportuna que, lejos del autoritarismo, estuviera en sintonía con la emergencia y diera respuesta a la situación de crisis del entramado social, medidas drásticas que llaman a flexibilizar las rutinas diarias de las personas. Teletrabajo, educación con apoyos virtuales, elasticidad laboral, cuarentena voluntaria son mecanismos que mitigan el impacto que el coronavirus trae consigo y llaman a preguntar si verdaderamente como nación, Colombia, está en sintonía con el ecosistema digital. 50.61 millones de ciudadanos, 69% usuarios de Internet y las plataformas sociales, denotan una competencia que no ha sido encausada para pasar del clic al compromiso social.

El estar conectados a Internet durante 9 horas y 10 minutos al día, 3 horas 45 minutos en las redes sociales, conlleva a preguntar si la adicción al ‘Smartphone’, o los dispositivos de pantalla, no puede ser explotada para contar con una sociedad bien informada.

32 millones de usuarios en Facebook, 3.2 millones en Twitter, 7.8 millones en LinkedIn demuestra lo afable que es la comunidad colombiana; diálogo digital que constituye su escenario de acción principal en el WhatsApp, tribuna de comunicación y desinformación en donde cumplen su objetivo las ‘Fake News’. Rumores que amplían el pánico y viralizan mentiras, que terminan construyendo verdades en el imaginario colectivo, como ocurrió en los últimos días con la famosa predicción de Nostradamus, ingenuos ignorantes que contribuyen a la desestabilización.

Necesidad de información, ansias de conocer más sobre lo desconocido, que es aprovechada por los medios de comunicación y sus actores para saturar y poner aún más nerviosa a la gente. Respuesta a preguntas, desde los planteamientos de expertos, que se mezcla, de manera complicada y peligrosa, con los intereses comerciales de la industria mediática; bomba de tiempo que genera pánico desde el alarmismo amarillista al que se recurre para dar cubrimiento a la crisis sin llamar a la calma.

Contenido noticioso que señala la fragilidad de la prevención y el autocuidado de una sociedad fascinada por los murmullos y distante a la información fiable, consumo de contenidos que poco propende, o vela, por la desinfección y limpieza mental de una corriente cultural que olvidó la vigencia de los consejos maternos que ahora son una paradoja para prevenir el desastre que está en curso. El coronavirus ha dado una fuerte estocada al concepto globalizador en que estaba inmerso el mundo de hoy, ahora la sociedad clama por dar un paso atrás y pensar en políticas de protección nacionalista; preparación para hacer frente a lo que está por venir.

Atribulación que plantea una serie de tareas pendientes y enciende la esperanza de la que habla Diego Torres en su canción, sociedad que sabe y quiere poder salir adelante de esta prueba que plantea el destino; colectivo que deja de lado el miedo para tentar el futuro y ante lo complejo del hoy empezar un nuevo camino. Comunidad que pierde el miedo y se embarca en la aventura de resurgir, como el Ave Fénix,  desde lo complejo, venciendo el pánico e instaurando en la realidad objetiva de la sociedad la vigencia de los estamentos que constituyen al sujeto como eje de acción que apuesta por el bien de Colombia.

Basta de egoísmos, todos unidos, como colectivo, estamos llamados a ser protagonistas del tránsito que se avecina para Colombia, sociedad del pos-coronavirus que, después de hacer frente a la emergencia sanitaria, estructura planes de acción que se anticipan a la contingencia económica que se vislumbra en convergencia con la polarización del país.

Actuación rápida que hace lo necesario para prevenir lo malo, situación que ha logrado unir a los colombianos en campañas responsables como #yomequedoencasa, la proeza de profesionales que asumen su compromiso social para atender la salud del otro y la gallardía de funcionarios, como el Ministro de Salud, Fernando Ruíz Gómez, la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, y muchos otros mandatarios locales, que con inteligencia social han asumido el problema con la actitud política, constructiva y positiva que se requiere.

Escucha el podcast que complementa esta columna aquí:

ígueme en Instagram en @andresbarriosrubio y en Twitter en @atutobarrios.

Columnas anteriores

Colorado un rato, pero no descolorido toda la vida

¡Así no, colegas, así no!

Sistema Integrado de Inmovilidad en Bogotá

¡Trabajen, vagos!

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.