Resultados de la encuesta de Convivencia y Seguridad Ciudadana victimización 2020 y percepciones 2021, revelada por el DANE, este miércoles, exalta la preocupación de muchos y refleja la incoherencia política de quienes se atreven a ir a otras naciones a hablar de seguridad ciudadana mientras la ciudad que administran transita un mar de delincuencia. Haberle entregado las llaves de las ciudades a los vándalos, en aras de proteger el legítimo derecho a la protesta y la manifestación pública, conlleva a que cada día las personas no vivan sino sobrevivan al miedo, la zozobra y el terror que trae consigo el desequilibrio propio de una sociedad que carece de gobierno y justicia. Agenda noticiosa concentrada en actos de violencia, atracos a mano armada, justicia a propia mano, entre otros hechos, que son cotidianas en Bogotá, y el resto del país, son el reflejo de una realidad en la que no se brindan garantías de tranquilidad ni en un centro comercial.

Mandatarios que dicen ejercer el poder, pero parecen no haberse posesionado porque fungen de analistas políticos, o candidatos en campaña permanente, son los que atizan en el ciudadano un delirio de persecución en el que todos creen que les van a hacer algo, mientras no les están haciendo absolutamente nada. Falsos positivos, desplazamientos, corrupción, desigualdad social, robo de tierras a campesinos y la política de miedo son el eje de un discurso de izquierda que ataca la estrategia de la seguridad democrática, pero en cifras, o acciones al frente de cargos de elección popular, poco y nada han mostrado. Herencia de un perverso acuerdo de La Habana, el inconformismo ciudadano llevado a la calle, la migración indiscriminada, y la crisis desatada por la pandemia, es una delincuencia desbordada, en todas las ciudades, que tiene sumida a Colombia en una sin salida que clama por una reforma a la justicia y fortalecer la labor de las autoridades.

Concentración de esfuerzos en aumento de la fuerza policial en las grandes ciudades, más que un golpe de opinión en la esfera mediática debe trasladarse a la estructuración de una táctica conjunta de los gobiernos locales con los agentes del orden para hacer frente a un problema que ya se salió de madre. Grave inconveniente es que los jueces de Colombia siguen demostrando una protección desbordada a favor de los delincuentes. Multiplicación de la sevicia, en los actos de los bárbaros, está atada al postulado, que toma carrera en el imaginario colectivo, de un sistema judicial carente de credibilidad, en una nación en donde no sirve de nada capturar al delincuente, pues quedarán en libertad, a las pocas horas, aún así hayan matado.

Trascendental es para el país una reforma al aparato judicial, erradicar del discurso jurídico el delito menor; hurto callejero, asalto a mano armada, violación, asesinato, son hechos de graves consecuencias que necesitan se les ponga un freno con penas ejemplares y se evite la excarcelación, o casa por cárcel, para esos desechos sociales que se revisten de delincuentes, asesinos, vándalos, terroristas o sádicos para generar temor en el colectivo ciudadano y salirse con sus propósitos non santos. Ineptitud y populismo de las fuerzas de izquierda son las que reinan en el desastre de las principales capitales colombianas donde se pretende hacer parte del paisaje la realidad social, desprotección que circunda el ambiente es la que conlleva a que muchos sientan y experimenten el inigualable placer de haber llegado vivo a casa, como si se tratara de algo anormal.

Los colombianos están siendo víctimas de la intolerancia, de los violentos, se volvió de gran riesgo ir a la tienda de al lado, o salir a la calle con un celular, sin estar en la mira de unos sujetos que buscan robar sin el menor respeto por la vida del otro. Impunidad es la que opera conexa a la irresponsabilidad de los gobiernos locales, regionales y nacionales que, en pleno conflicto, y etapa de crisis, abrieron las fronteras sin mayores requisitos y llegaron a los territorios todos los que quisieron y hoy operan sin control y ley de nada. Omisión en la gestión y medidas improvisadas son las que condujeron a que hoy se esté viviendo en medio de decenas de atracos y muertes diarias, consecuencia de la laxitud de la justicia, la falta de autoridad y el desprestigio de la institucionalidad es la inseguridad; Colombia es el resultado de una nación sin justicia, en donde quienes deben impartir la libertad y el orden son permeados por la corrupción y la política.

El ciudadano hoy sale a la calle con el temor a ser víctima de un atraco, una puñalada, un balazo, un raponazo; las autoridades y los políticos fueron superados por las bandas criminales que tienen dominado el país, todos los días delincuentes, de nacionalidad colombiana y venezolana, hacen parte de las bandas que aterrorizan ciudades. El hurto, el asalto, la moto, el parrillero, el ratero, el asesino, el matón, la pandilla, la banda, lo que pasa hoy en Bogotá, y otras ciudades de la nación, no está solo asociado a los migrantes venezolanos, si bien es un fenómeno que puso en caos a la nación y es inevitable reconocerlo, hay que registrar que la desigualdad y la falta de oportunidades es la que está conllevando a que un gran porcentaje de la población opte por delinquir. Nadie está exento de la inseguridad, se volvió a etapas ya superadas, de hace unos años, en donde renace el temor y el caos ante la incapacidad de las autoridades para controlar los desmanes de unos pocos que optan por generar el reinado del crimen.

La Policía y demás agencias de inteligencia del estado se están quedando cortas contra la inseguridad, lo que hoy se vive en el país es la consecuencia de una justicia penetrada por organizaciones de izquierda que la cohesionan y amarran su libre y justo actuar. Defensa acérrima que se tuvo con extralimitaciones de la primera línea, y los desmanes diarios en los portales y sitios de concentración de las células urbanas, es lo que atizó una guerra absurda que incentivó la delincuencia y ahora pide mano firme contra el crimen. Atrocidades que se ven en las calles son el resultado de una mala administración, combinado con un coctel de una débil y corrupta justicia, que, solo apuesta por darle plena libertad a los maleantes, para que se despierten cada mañana, con la única idea de salir a delinquir.

Difícil está en este momento pensar que es posible, como en antaño, salir a disfrutar de un parque o transitar por la calle con la seguridad de recrearse o entretenerse en la ciudad; complejo será el camino a las elecciones de 2.022 si se sigue sin comprender que las elecciones se ganan en las urnas, tras una campaña cívica de ideas, y no lanzando a las calles personajes para destruir, propiciar el caos e infundir miedo con ideologías que no garantizan el cuidado de los ciudadanos y sus bienes como lo manda la Constitución. Este es el momento de generar políticas públicas que realmente se enfoquen en las necesidades de la gente y no en las cifras por cumplir, la indolencia, la hipocresía y la mitomanía de la clase política está acabando con el país mientras los ciudadanos son víctimas de la corrupción campante que carcome el asomo de una solución a corto plazo.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.