Vivimos en Colombia, no en Canadá.

Hace muchos años tuve que cubrir el abominable asesinato de Luis Santiago Pelayo. Hoy, ya pocos se acuerdan de la historia. Estaba arrancando en el periodismo y era uno de los primeros temas que tuve que cubrir.

Luis Santiago era un bebé de 11 meses que había desaparecido en Chía, cerca de Bogotá. Con varios compañeros que cubrían noticias judiciales tratamos de reconstruir la historia, entrevistamos a familiares y vecinos, siempre con el anhelo de que el niño apareciera.

Días después, el cuerpo de este bebé apareció abandonado y con signos de asfixia. El brutal crimen indignó a toda la ciudad, y generó movilizaciones y repudio colectivo. Lo que nadie imaginaba era que su padre Orlando Pelayo, el mismo que días atrás había hecho un llamado nacional para que le devolvieran a su bebé, había asesinado a su propio hijo. Lo asfixió con una bolsa plástica, y en compañía de otra mujer, lo tiraron por la ventana de un carro en una vía, a dos kilómetros de donde vivían.

Muchos diríamos que semejante salvajada era la gota que rebasaría el vaso de la crueldad en nuestro país, pero no fue así. Como si se tratara del peor cuento de terror, desde entonces hay una triste e interminable lista de monstruosidades, donde las víctimas principales han sido los niños.

Pocos meses después, también en 2012, Andrea Marcela García de 12 años fue secuestrada, asesinada y abandonada dentro de una maleta en una vía cercana a Villa de Leyva. Hoy su caso sigue en la impunidad.

Yuliana Samboní, de 7 años, era una niña que vivía en uno de los barrios más pobres de los cerros orientales de Bogotá. Fue secuestrada, violada y asesinada por Rafael Noguera, un hombre “de estrato 6” en el año 2016.

En 2018, el año nuevo en el Meta fue desolador. Angie Lorena Nieto, de 12 años, desapareció la noche del 31 de diciembre y apareció muerta y con signos de abuso horas después. El homicida fue el papá de una amiga de Angie, al que la comunidad casi mata cuando fue capturado.

Génesis Rua tenía 9 años y vivía en Fundación (Magdalena) cuando un vecino se la llevó a su casa, la violó, la asesinó, y la incineró para tratar de ocultar su crimen. En Segovia Antioquia un bebé, que no alcanzó a ser bautizado, fue enterrado vivo por un criminal llamado Yony Alexánder Meneses, de 21 años.

Y para no ir tan lejos, hace apenas unas semanas el país se conmocionó con la historia de Sharick Alejandra Buitrago, una niña de 10 años, que fue encontrada desnuda en una caneca de basura en el municipio El Retorno, en Guaviare.

Por eso, si darle cadena perpetua a un delincuente de estos es promover el “populismo punitivo”, me veo obligado a decir que yo sí quiero el “populismo punitivo”. No quiero Santiagos, Yuliana, Shariks, Angie Lorenas, Andreas, Marcelas, y niñas de todas las regiones son potenciales víctimas de hombres beneficiados por un sistema judicial mediocre, y por el discurso garantista de quienes parecen defender más a los victimarios que a la víctimas.

Colombia es el tercer país con más homicidios de niños. Sí, puede ser cierto que la cadena perpetua para estos criminales no garantice que bajen los crímenes, pero decir que la cadena perpetua para alguien que viola, asesina o descuartiza a un niño es “cruel, innecesariamente violenta, inútil y desproporcionada”, realmente me parece una canallada.

Peor aún es justificarlo en que ‘las cárceles están muy llenas para eso’, y que es ‘en la manutención de los victimarios que en el bienestar de las víctimas y su entorno’ como lo dice el informe de la Comisión Asesora de Política Criminal, a quien el Ministerio de Justicia le pidió pronunciarse de ese tema.

Y esto no se trata de una sociedad a la que están atemorizando para que endurezca sus condenas, se trata de una verdad de puño que debemos aceptar. Entre 2015 y 2019 en Colombia se presentaron 2.971 asesinatos de menores, y  según Medicina Legal cada 3 días es asesinada una niña en el país, y cada día 55 niñas son violadas. Esto no se frena con marchas, mensajitos en redes sociales y escándalos de un día en los noticieros.

No quiero que en un futuro mi hija o hijo nazca en un país donde da miedo salir al parque, al centro comercial, o hasta enviarla sola al colegio.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.