Su oratoria pura y sus plumas sin venganzas. Hablaban, escribían y todos entendíamos. De esa estirpe, solo algunos sobreviven.

En un tema complejo como el pensamiento y la pelota, todo ha cambiado en el país de la palabra fácil y del amor sin fronteras al fútbol, a los ídolos, a sus clubes y a su selección. Prevalecen las rencillas públicas, las broncas enfermizas, los camorreros, los agoreros, dispuestos a adquirir notoriedad haciendo leña del árbol caído. Botafuegos irresponsables que juegan con las tensiones y las emociones apasionadas de los hinchas.

Por desgracia, el efecto rebote está impactando en Colombia. En la invasión desenfrenada de canales del sur, con sus protagonistas, varios son los perifoneadores locales que se zambullen como ellos en indiscreciones, fabulaciones, insultos y comentarios detonantes para hacerse oír en una muestra altiva del periodismo cloaca que quiere gobernar el ambiente.

El atasco de un equipo, el fracaso de un futbolista o la salida prematura de un torneo, no pueden ser motivos de jolgorio. Pero lo son para quienes se asumen triunfadores en la derrota, dueños únicos de la verdad.

Cuánto añoro El Gráfico argentino, con sus ingeniosos periodistas, todos de lujo. Cuanto disfruté los analistas con decencia (muchos prevalecen en el medio), que dieron cátedra con respeto y ponderación critica.

Aquellos  que no necesitaron trifulcas, ni encendidas controversias, con gritos y alaridos para justificar un concepto.

Los muchos que custodiaron su reputación en defensa de la verdad y la confianza del oyente.

El mejor patrimonio del periodista es la credibilidad dijo siempre al maestro Juan Gossain. Pero esto hoy importa poco. El servilismo y la vulgaridad  tienen butaca de lujo en tanto medio comunicación, en un país hastiado de Niembros, niembritos y sosos acólitos haciendo la ola.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.