Será más subjetivo y menos objetivo. Eso sí, quedará en el recuerdo de quienes lo hemos vivido, como quedan en la memoria y en el corazón aquellos primeros amores de infancia, aquellas grandes glorias deportivas, aquellos pasteles deliciosos de la abuela y hasta aquellos únicos abrazos de esos seres amados que ya partieron.

Ha sido un año de pérdidas y ganancias. Unos perdieron su trabajo, otros cerraron sus empresas y algunos acabaron con su capital; otros fracasaron en el amor y algunos noviazgos se convirtieron en felices matrimonios. Padres que se quedaron sin hijos, hijos que vieron morir a sus padres. Padres que recuperaron a sus hijos e hijos que recuperaron a sus padres. Seres que se fueron, amigos que no volvieron, amistades que se crearon. Una revolución en medio de un barco navegando sin rumbo alguno.

Pero como en la vida hay balanza, también hubo ganancias de diferentes índoles. Este año, preciso, y a pesar del desasosiego y la incertidumbre, ha sido un año de oportunidades, de cumplir sueños, de transformaciones. De poder regresar a la naturaleza, de recibir finalmente la pensión, se hacer realidad la compra de casa propia, de terminar de pagar el carro, de finalmente salir del alcohol y la drogadicción, de encontrar un trabajo, de vender mas de lo presupuestado y hasta de recibir, por fin, la dulce espera de un bebé que por tanto tiempo había sido buscado.

Año en que muchos hijos volvieron a tener a sus madres en brazos. Ahí cerca, cerquita de recibir una respuesta y un abrazo, sin necesidad de ser enviado por teléfono ni con emoticones por redes sociales. Una mamá que atiende, educa, corrige, consiente, ama, y acompaña. Una mamá que brinda seguridad cuando el atardecer trae consigo esa oscuridad que invita al recogimiento, a unas velas calurosas y a un beso alentador.

Este año también fue posible que muchos papás ausentes regresaran a amar en lo presente. Un reconocimiento de familia, de entender que sí podía haber equipo para disputar 90 minutos o una vida eterna en la cancha de la vida. De amaneceres con besos en la cama y citas nocturnas para divisar el cielo estrellado ante la última cena del día, donde la gratitud es el plato principal.

Año propio. Pero eso sí, año donde todos los corazones del mundo han derramado más tristezas, donde ha estado más desconsolado, más temeroso y más sensible. Nuestro corazón se mantiene en pie por los suspiros de esperanza. La fe de que esto acabará y que la ciencia y el Supremo terminen con esta avalancha de suplicio.

Entonces allí, recogidos en nuestra morada, debemos seguir empoderando nuestra lucha. Estamos regresando a aquel pesebre, donde solo son padre, madre e hijo tejiendo la obra del amor más grande del planeta: la devoción familiar. Que sea ese pues nuestro único encuentro social.

Después de todo el distanciamiento social y el tapabocas serán conmemorados y condecorados al terminar esta etapa de nuestras vidas, pero más, estoy segura de que la mayoría de la humanidad está a punto de graduarse de maestro o doctor empírico en estas materias que están siendo difíciles para cursar.

Nuestra lucha debe continuar, así no haya sido el mejor año. Años atrás las guerras se ganaban en campos de batalla, con brazos levantados y frente en alto. Hoy, se ganan en casa y con el tapabocas bien puesto.

Hasta pronto.

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*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.