Todas las parejas discuten. De hecho, defiendo que las parejas en algún momento de sus vidas puedan conocer el punto de vista de la persona que las acompaña, y esto a veces se hace a través de discusiones. Es inevitable que lleguen.  Desde mi punto de vista no todas las discusiones son malas, pues con ellas aprendemos, negociamos y entendemos a la otra persona, sus intereses, motivaciones y necesidades.

 

El objetivo de una discusión se basa en que dos posiciones se enfrentan por un asunto y de esta forma se conoce el punto de vista de la persona con la que se discute. Lo positivo de esto es que pueda aprenderse de esta discusión y que no se repita.
¿Cómo conseguirlo?
Si yo discuto con mi pareja sobre quién deja el carro en el garaje y quién en la acera, es probable que tengamos que llegar a un entendimiento. Esto es lo que puede pasar después de una discusión:

A. Las dos personas de la relación se ponen de acuerdo para evitar la siguiente discusión. A veces una de las partes cede, a veces los dos ceden por turnos, pero el caso es que si no somos capaces de negociar, la discusión volverá a presentarse. Es clave entender que no podemos ganar todas las discusiones y que con cada una de ellas estamos poniendo a prueba nuestra capacidad de escucha, paciencia y nuestra habilidad para negociar resolver conflictos.

B. Las dos posturas se hacen más radicales y opuestas y la discusión se convierte en confrontación, pelea o gritadera. Este es el peor desenlace de una discusión, y se aleja del caso A, que es el que nos permite evolucionar, aprender y entendernos mejor con la persona que queremos.

Es clave que sepamos que hay discusiones que tienen validez (qué tipo de educación le damos al hijo, qué casa podemos comprar, dónde podemos vivir mejor como familia, por qué es conveniente o no vivir con la suegra en el apartamento, será que nos gastamos los ahorros en el viaje que queremos o mejor seguimos ahorrando para tener garantías) este tipo de asuntos modifican nuestra calidad de vida, la de nuestros hijos y la de nuestra familia al completo. Son positivas en la medida en que  son asuntos relevantes nos implican pensar, tomar decisiones y negociar entre ambos. Lo bueno de estas discusiones es que después de ellas, empezamos a pensar qué es lo mejor para nuestra pareja, para nosotros y para el tema que nos ocupa. Son importantes y nos permiten echar cabeza después de tener claro lo que pensamos.
Por el contrario, hay muchas discusiones muy chimbas que no ayudan a nada en lo absoluto, y que no merecen ni nuestro tiempo ni energía (por qué pides pizza cuando quiero pasta, por qué vemos ese canal de noticias, por qué  no quieres ir a la misa del vecino, o quién tiene que bajar al perro al patio cada noche. No hace falta terminar en gritos por asuntos tan pendejos. (Nunca hay que gritar, pero en estos casos es aún menos comprensible) Y lo más grave es que son las más habituales.
Por eso me gustaría incidir en el tema de la reflexión después de la discusión. Cuando nos quedamos en silencio y organizamos las ideas, el tema se calma, así como las pulsaciones, y podemos empezar a despejar nuestra mirada sobre el asunto que nos compete.
Mi consejo es que no se tomen decisiones drásticas mientras se discute porque no hay la sangre fría necesaria para cumplir nuestras acciones sin remordimientos. Frases como “No vuelvo a saludar a tu mamá”, “Jamás iré de nuevo a buscarte al trabajo”, “Nunca iremos a la finca de tu hermano” o “Ya no compraremos ninguna casa”, pueden ser demasiado radicales y nos pueden suponer problemas en el futuro.

La idea es ver de qué manera podemos negociar con nuestra pareja, escuchando sus puntos de vista, y procurando comprender por qué su opinión difiere de la nuestra, y en qué medida esto tendríamos que considerarlo importante antes de tomar una decisión en conjunto.
Lo consensuado es mejor que la imposición. La negociación es un arte que se sofística cada día en pareja y que surge a veces del diálogo (la mejor de las opciones) y algunas veces de las discusiones.
Algunas son necesarias, algunas se dejan a la espera meses por no molestar y eso es peor. Algunas veces es bueno discutir, sé que puede sonar raro pero es una verdad como un templo. Una discusión bien orientada nos puede ahorrar úlceras por estar aguantando aquello que nos duele, nos hace daño y callamos.

Si vas a discutir con tu pareja, recuerda que la negociación es la puerta más deseable y que la jornada de reflexión es tu clave para lograrlo. 

 

 

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.