Aunque imágenes como la de un usuario entrando con una nevera en TransMilenio generan risa, lo cierto es que esa y otras que citaré en esta columna realmente deberían causar rechazo y hacernos reflexionar sobre lo que está pasando en la ciudad.

Cada cosa que sucede en las calles, por menor que parezca, es un granito de arena que se va sumando a ese mar de ilegalidad en el que vivimos. Bien lo señaló hace pocos días Hernando Paniagua, gerente de Contenidos de @Pulzo, y a quien decidí citar aquí: “El que hace doble fila en el carro, el que se parquea en zona prohibida, el que revende boletas o el que se come las uvas mientras hace mercado. Así, de a poquitos, todos empezamos a convivir con el delito, mientras nos indignamos en redes”, dijo. Nada más acertado.

El mayor de los problemas es que poco a poco pasamos del ‘vivo’, que se cuela en la fila o que estaciona donde quiere, al que comete infracciones, contravenciones y hasta delitos. Pasamos de ese que no recoge la caca de su perro en la calle (y se convierte en objeto de burlas en redes sociales), al que destruye los bienes públicos.

Así pasó la semana pasada en Engativá. Una usuaria reportó la destrucción y quema de uno de los 10.746 nuevos contenedores de basura, que se están instalando desde noviembre y que permiten modernizar la recolección de basura, fomentan el reciclaje, y evitan que los desechos estén al aire libre. Lo que inició con fotografías que rechazan la instalación de estos contenedores en andenes pequeños, pasó a los grafitis, luego a dañar sus tapas, y terminó con un contenedor incinerado en el barrio Villas de Granada.

Por “fortuna” no había nada que explotara o significara un riesgo mayor en el contenedor. El tema pudo ser peor. A hoy ya son 100 los contendores vandalizados en menos de 6 meses. ¡No hay derecho!

Algo similar está ocurriendo en la carrera 13 y la Av. 68, aunque allí ya no se trata de vándalos si no de delincuentes. Más de 20 o 30 tapas de alcantarillas y cajas de servicios públicos han sido robadas en menos de 4 semanas. Incluso el señor Álvaro Amado, un hombre invidente que iba rumbo al Instituto Nacional para Ciegos (INCI) en la calle 34, cayó al hueco y resultó herido. Como esas, más de 480 tapas y 2.900 luminarias fueron hurtadas en 2018.

Mucha gente sabe dónde venden esas tapas, quién se las lleva, qué hacen con ese material y quiénes están detrás de ese negocio. Lo mismo pasa con las láminas de aluminio en los puentes peatonales de TransMilenio. Se las roban, incluso frente a decenas de cámaras de seguridad como ha sucedido 5 veces en el último año en la estación Ricaurte. Nadie dice nada. Nos gana el miedo y la desidia.

Ahora hablemos de TransMilenio, en donde tristemente abundan los casos que pasan de lo insólito a lo delictivo. Un señor, sin más ni más, ingresó con una nevera al sistema. Días después vimos a una pareja que intentó colarse y meter un carro de mercado del Éxito por una puerta de una estación. Luego fue la señora que cargando un bebé arriesgó su vida subiendo por una puerta, y el último caso fue el de un hombre que ingresó a un articulado con una carretilla llena de materiales de construcción. En redes sociales nos indignamos, nos reímos o nos burlamos, pero lo cierto es que esos hechos “anecdóticos” luego se convierten en casos aún peores, por ejemplo, el colado que saca un cuchillo y amenaza a un periodista por grabarlo mientras comete su infracción.

Claro uno puede decir “pero cómo dejan entrar a una persona así a TransMilenio, es culpa de las autoridades”. Sí y no. Ya es hora de dejar de juzgar siempre a la autoridad. Nosotros los ciudadanos debemos ser los primeros que protejamos lo público, incluyendo TransMilenio, y quienes debemos condenar y no promover que eso suceda. Cada que usted pone el pie para detener una puerta (en algún momento se calculó que había más de 1.500 dañadas) está colaborando para que se dañe y así le hace más fácil la vida al colado, y al ladrón que por ahí ingresa a hacer su fechorías.

Como estas, hay miles de historias en Twitter o Facebook, y seguramente muchas más pasan desapercibidas porque se volvieron parte de la cotidianidad, y porque nadie las registra en video.

La culpa de la mayoría de los actos que demuestran lo poco que nos importa la ciudad, y cómo el tramposo que se sale con la suya es admirado por su ‘viveza’, es nuestra. Dejemos de señalar al otro, y aceptemos responsabilidades. La culpa no es de la izquierda, ni de la derecha, ni del Alcalde, ni del ex Alcalde, ni del Concejal, ni del candidato, ni del Policía, ni del directivo, ni del uno, ni del otro. La culpa es nuestra.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.