Además del peligro que puede ocasionar esta situación, por los accidentes que se producen al obligar a los vehículos a cerrarse entre sí; éste es otro de los factores de embotellamiento o trancón que se genera en nuestra urbe.

Existen casos específicos en la ciudad, que han generado una especie de límites entre zonas. Tal es el caso de la carrera séptima, que parece una especie de boa, de serpiente, que se crece y se reduce, de manera absurda, en su largo recorrido, que nace en la calle 32 y termina al unirse con la Autopista Norte en el punto llamado la Caro, donde comienza el municipio de Chía.

Comenzando con dos vías, cada una de tres carriles, la antiguamente llamada Calle Real, mantiene este diseño hasta la calle cien, donde se amplía para pasar a tener cuatro vías de tres carriles, que vuelven a reducirse a la altura de la Avenida Pepe Sierra, calle 116. Finalmente, a partir de la calle 190, la vía deja de tener separador y se convierte en la antigua carretera al norte, que servía como lugar predilecto para los asaderos y los paseos de las familias bogotanas.

Desde hace años, se ha anunciado que esta vía, que tiene espacio para ser ampliada en ambos costados, habría de ser intervenida, pero como otros proyectos tan solo queda en palabras; probablemente por los altos costos que puede significar el solo hecho de comprar los valiosos terrenos circundantes a la obra.

El actual diseño lleva a que no haya una movilidad adecuada, ya que los buses y automóviles “combaten” por el espacio público. El embudo que se genera, hace que la ciudad se rompa en pedazos, al dividirse en zonas separadas por lo que aquí conocemos como trancón. El de la 170, la 163, la 149, la 134, la 127, la Pepe Sierra, la 100, la 94, la 76, la 72, la 60, la 53, la 45 y la 34.

Situación que probablemente se hará más crítica con el Transmilenio que, no propone sino exige, el actual alcalde Enrique Peñalosa, ya que habrá una reducción de dos carriles, a todo lo largo de esta importante vía que atraviesa de sur a norte y de norte a sur la ciudad.

Y los embudos aparecen a lo largo y ancho de la capital. La calle 106 es otra característica de esta situación, donde el separador se amplía y se reduce intermitentemente, hasta desaparecer un poco antes de la avenida 19. Luego, con la creación de unas estrechas ciclorrutas, la vía se reduce peligrosamente.

De manera creativa, esta administración ha buscado resolver el tema de los embudos. Es así como en la carrera 11, para que se mantuvieran tres carriles a lo largo de todo su recorrido, se redujo a uno solo el que va por el costado oriental, entregando el otro a las bicicletas. Así la solución llega a la altura del Centro Comercial Andino, donde desaparece el separador y poco a poco la vía se va reduciendo a tan solo dos carriles y desaparecer en la calle 64.

Todo lo anterior es una pequeña muestra de una ciudad construida a partir de embudos. Situación que no tiene como resolverse fácilmente. Tal vez con calles, a la manera de puentes, como en algunas ciudades japonesas, con la afectación que tendría para los edificios vecinos.

Porque la alternativa de Peñalosa, de colocar barreras y bolardos, no parece arreglar el tema. Así se ve como esas barreras han terminado venidas abajo por los vehículos, como ha sucedido en barrios como Rosales y la zona G.

Todo esto es producto de una ciudad hecha sin diseños de urbanismo, construida con una mentalidad cerrada. Pensada como si no fuera a crecer, a desarrollarse… Tal vez la única alternativa sea evitar que se siga expandiendo, no solo hacia arriba sino hacia los costados; y buscar que otras ciudades o municipios alberguen, reciban a la población que busca ocupar una capital que ya no tiene espacio vital.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.