Todos los colombianos hemos celebrado en alguna ocasión, las emocionantes victorias que han alcanzado nuestros compatriotas por el mundo. Ya sea en una carretera, en una olimpíada o en un mundial, hemos podido ver la bandera de Colombia en lo más alto del podio.

Sin embargo, esto no es casualidad ni fruto del azar. Los deportistas de alto rendimiento son seres supremamente disciplinados, que llevan una vida llena de sacrificios y en la mayoría de los casos con un muy limitado apoyo. Se han hecho a pulso y con su determinación como principal herramienta.

En países como Estados Unidos, Australia o Alemania, querer ser un deportista de alto rendimiento es considerado una profesión, para la cual el estado proporciona amplias facilidades. El sistema educativo funciona en sintonía con las ligas deportivas. Se trabaja para lograr una combinación entre educación y entrenamiento que le permita al joven una formación integral y un completo desarrollo deportivo. Incluso, en determinadas edades, cuando el talento y los resultados sobresalen, son llevados con mayor atención, recibiendo acompañamiento en aspectos complementarios como la alimentación y la sicología. El estado o los gobiernos locales financian parte de sus gastos y la empresa privada se vincula activamente.

Esto no demerita todo el trabajo y sacrificio que ponen los deportistas para ser exitosos, pero sí permite enfocar todos los esfuerzos en optimizar su rendimiento y alcanzar un nivel competitivo con mayor facilidad. 

Ahora, regresando a nuestro país, nos encontramos con una realidad completamente diferente. Acá el apoyo es mucho más escaso y la presencia del estado todavía es muy deficiente. Las ligas locales apenas cuentan con recursos para desarrollar a medias su trabajo. En algunos casos, estos recursos se desvían con facilidad, para terminar en bolsillos de bandidos de cuello blanco. No es de extrañar tampoco que muchos de los cargos directivos, tengan al frente a personas que nunca han recibido formación en administración deportiva, desconociendo así las necesidades y los caminos para desarrollar su respectiva disciplina. 

Tampoco podemos escondernos de la realidad como país, donde la cobertura en salud y educación aún es precaria en algunas regiones, haciendo de un seguimiento deportivo algo impensado.

En el fútbol, muchas veces más que una elección, se convierte en un camino para abandonar la pobreza. Y es que es fácil pensar que en el profesionalismo llueven los millones, sin embargo quienes logran grandes fortunas son muy pocos, y al resto de normales les toca proyectar un retiro de 40 o 50 años con su salario actual.

En otras disciplinas como el judo, el bicicross o el atletismo, las aspiraciones monetarias son mucho más modestas y el amor por el deporte es una obligación. Acá no se sueña con carros de lujo o aviones privados. La motivación es la excelencia y el dejar en alto a un país que al que se le quiere ciegamente pese a la falta de reciprocidad del estado. 

Incluso, nosotros como ciudadanos sacamos pecho sintiendo lo logrado como propio, y en las malas les exigimos, sin vergüenza alguna, como si nos debieran algo no menor a la victoria.

Así que cuando escuchemos nuevamente el himno colombiano entonarse en alguna competencia deportiva, debemos saber que lo canta un héroe que ha decidido, por encima de todo, tomar el camino difícil y dejar a Colombia en lo más alto.

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