La Fiscalía 267 seccional de la Unidad de Delitos Sexuales de Bogotá, decidió archivar los procesos que se me seguían por supuesto Acceso Carnal Violento y Lesiones Personales.

Ello quiere decir, de manera concreta, que nunca cometí tales delitos, que soy totalmente inocente, que esos “hechos” nunca existieron y que fui víctima de una probable falsa denuncia.

En síntesis: antes, durante y después del proceso, lo único comprobable es mi total inocencia. Y así lo manifiesta la Fiscalía.

Quisiera en estas líneas dar mi opinión sobre lo ocurrido, lo que ello generó en mi vida y en mi trabajo y llamar la atención sobre los inconvenientes y peligros provenientes del ejercicio de un falso “feminismo” y la utilización perversa del sistema judicial para ocasionar daños morales.

Igualmente resaltar que en mi caso, la denuncia y el proceso mismo fueron utilizados políticamente y en mi contra, por reconocidos representantes del partido Centro Democrático, con ensañamiento y violencia verbal.

Es decir con publicaciones calumniosas en las redes sociales y actos deliberados de persecución.

Empecemos por ahí: en marzo del año pasado en el Senado de la República, bajo la presidencia de Luis Fernando Velasco, se me encomendó la realización de un programa semanal de opinión en televisión para su Canal del Congreso. Se llamó efímeramente “Café Colado” pues apenas tuvo una emisión.

La Presidencia del Senado decidió sacarme del aire, haciendo eco de las injustificadas protestas de senadoras y representantes del Centro Democrático, que exigían mi salida por tener aún abierta esta investigación, sin que ella pasara a los jueces de la República. Es decir, se me cercenó el derecho al trabajo desconociendo el principio fundamental de la presunción de inocencia. ¿Qué tal que cualquier ciudadano a quien le abran una investigación le sea negado el trabajo y expulsado de sus labores?

Posteriormente hice un documental sobre el futuro de la Constitución para el mismo Canal. Aparentemente con ello no había problema, porque yo no aparecía en él. Pero un programa semanal había que censurarlo, basados en supuestos y en lo que hoy, se sabe, es una falsa acusación. Dicho documental nunca salió al aire… ¿Detrimento patrimonial? Y todo por aceptar las indebidas presiones y alharacas moralistas de gentes del CD.

Calumniado y sin trabajo. Calumniado y silenciado.

De otro lado y durante esos dos años angustiosos, uno de ellos sin trabajo, el mismo sector político arreció la andanada de injurias y calumnias contra mí en las redes sociales. Muchos seguidores, por ejemplo en Twitter, dejaron de seguirme.

Y por su parte la denunciante utilizó dichas redes para denigrar de mí y seguir calumniándome impunemente. De tal modo que fui crucificado en las redes, por cuenta de algo que nunca cometí, con los naturales daños y perjuicios que eso conlleva para un periodista públicamente reconocido. Otras oportunidades de trabajo se frustraron. Personas que se interesaban por mi trabajo me decían: “usted tiene ese problema y no le podemos dar trabajo”.

Nuevamente: y la presunción de inocencia, ¿qué?

Otra caso aparte también merece ser comentado. Cuando la denunciante acudió a la Fiscalía y se supo de la investigación y de una probable medida de aseguramiento, varios medios de comunicación de manera amarillista e injusta se regodearon con el tema. Publicaron varios artículos extensos, por esos días de enero de 2015, en los que se le daba cabida a toda la denuncia, y contaban en detalle apartes de ella, en una clara violación a la reserva sumarial.

No dudaron en poner en evidencia todas las barbaridades y mentiras de la denuncia y, además –como para “equilibrar”- se limitaron a publicar unas escuetas declaraciones mías editadas. ¡Que despropósito! Noventa por ciento dedicado al amarillismo de la denuncia y un diez por ciento a mi versión.

En no pocas de esas publicaciones se notaba la “mala leche” y las ganas de hundirme. Esos medios afectaron mi honra, mi nombre, mi vida, publicando el caso de manera desequilibrada y procaz. Ellos saben de qué estoy hablando…

Y hoy, cuando queda en evidencia mi inocencia, una vez más se han limitado a publicar -sin el mismo despliegue y volumen como deberían haberlo hecho- una “noticita” sobre la preclusión del caso.

Espero que hoy les quede claro a esos colegas que actuaron, a mi juicio, en contra de la deontología de la profesión, que en este caso la única víctima he sido yo. Y que se me reconozca como tal. La única manera de no revictimizarme es limpiando mi imagen ensuciada por todas esas manos untadas.

Víctima múltiple y victimizado por una muy probable falsa denuncia, por las calumnias y las injurias, por el matoneo en las redes sociales, por la intervención delictuosa de mis mails, por la ausencia de equilibrio de algunos medios y por las agresiones de agentes de un partido político.

Capítulo aparte me merece el tema general de género en este proceso.

He sido a lo largo de mi vida, en mis actos y trabajos como periodista y en mis actitudes políticas, un decidido defensor del feminismo, de las mujeres, de su revolución sin un disparo, de sus avances. Y quizás para mí lo más doloroso de todo esto, es el hecho de haber querido hacerme aparecer como un enemigo y un agresor de las mujeres. Si se me permite, siempre he sido feminista desde mi masculinidad, procurando que hombres y mujeres estemos siempre en igualdad de derechos y oportunidades.

Existe hoy en día un cierto feminismo frívolo que demerita el feminismo de luchas o el teórico que tiene una mirada favorable y no prevenida de los hombres.

El viejo estereotipo de que “los hombres son incapaces de controlar sus pulsiones” y que todos somos considerados violadores potenciales, a veces regresa con su carga, a pesar de que el verdadero feminismo, como pensamiento crítico, ha tratado de deconstruirlo.

Esa mirada equivocada y malsana siempre conlleva el riesgo de lanzar ataques mentirosos contra los hombres, como eternos sospechosos. Y desde luego, a partir de esa falencia ética, se puede utilizar este tipo de instrumentalización con fines personales o ideológicos, para destruir al adversario, por despecho, por ejemplo, o por decisión política de quienes si saben perseguir.

Lo que afirmo no niega la existencia de grandes machos criminales que deben ser perseguidos y sometidos a la justicia. Siempre.

Y para las feministas todas estas falsas denuncias, como en mi caso, ofrecen complicaciones. No se puede dejar de denunciar los verdaderos ataques contra las mujeres, aun si hay algunos falsos.

No hay un solo feminismo sino diversos feminismos, tantos como mujeres. Lo triste es que se recurra a la mitomanía y a la mentira –desde un feminismo falaz- para poner en valor a la mujer “perseguida”. Ello toma formas socio históricas alienadas en el sistema de género. Más allá de las condiciones de esta denuncia en lo que tiene que ver con la mentira y la perturbación de forma individual de quien me denunció, lo que queda claro es que en estos temas tan justamente sensibles, los fantasmas personales no pocas veces pueden ser tomados en serio.

Y presentados como casos de violencia de género.

Victimizarse como mujer mintiendo y calumniando, afecta las luchas de las mujeres, es antifeminista. La calumnia contra los hombres inocentes, también es violencia de género. He sido víctima de una cierta violencia de género.

He podido corroborar que tanto hombres como mujeres hemos hecho construcciones culturales y de género que de cierta manera aprovechan las situaciones y las coyunturas para sacar provecho. Reitero, esta práctica es mucho más común en los hombres porque ha sido socialmente aceptada, pero ellas también han hecho construcciones que afectan las relaciones entre hombres y mujeres.

A partir de esta reflexión, quiero invitar a que organizaciones feministas y de mujeres tengan también una actitud crítica frente a las feminidades mal formadas para replantear eso que desde el discurso de género, se ha llamado la reinterpretación de las relaciones  de poder. El sistema patriarcal ha afectado a hombres y a mujeres, y en este sentido, todos y todas debemos sensibilizarnos y formarnos para alcanzar un equilibrio que nos beneficie.

No puedo dejar pasar la oportunidad que tiene que ver con el dolor que sufrí, para recalcar en la necesidad de iniciar un trabajo pedagógico que las incluya a ellas, para que ninguna persona sea victimizada injustamente, porque además estos hechos solo consiguen que se cree  un desprestigio que afecta las luchas y las reivindicaciones alcanzadas por el movimiento feminista, que tantas transformaciones sociales ha alcanzado en el transcurso de la historia.

A toda la gente solidaria con mi caso, le reitero mi cariño y mi agradecimiento.

Igualmente a mí abogado Abelardo de La Espriella y a la justicia colombiana.

Fueron dos años de silencioso sufrimiento, sin opinar sobre el caso, por respeto inclusive a la denunciante. La procesión iba por dentro. Ahora, que siga la bella vida.