Si bien la censura moderna se vale del exceso de información para que a una noticia la opaque la siguiente, la siguiente y la siguiente en una inercia atribuible al mercado de información y de la necesidad del escándalo que dura solo unos días, o unas pocas horas, persiste una censura activa y motivada que ejercen gobiernos y partidos de cualquier tinte ideológico por creer que las voces autónomas pueden alterar las lógicas del poder.

Al censurar, las redes sociales lo viralizan, y se genera un efecto bumerán que cuestiona la credibilidad democrática y deja al poderoso como usurpador de las libertades ciudadanas.

Ocurre en Venezuela contra los medios de comunicación – ésta última vez contra el fotógrafo de la agencia EFE Leonardo Muñoz– en una muestra del desespero de un régimen agonizante tan cegado en sí mismo que pretende mediante acreditaciones y permisos ocultar lo inocultable, la protesta, la insatisfacción popular, la realidad lacerante de la escasez.

Y persiste en Colombia con otros modales, como la cacería de brujas a la jefe de prensa del senador Santiago Valencia -Maritza Larrota- por atreverse a cuestionar al líder espiritual del partido, lo que plantea si el Centro Democrático es un partido preparado para la modernidad donde solo le cabe el derecho a disentir a Oscar Iván Zuluaga, Rafael Nieto y al presidente Duque ante la venia del presidente Uribe, mientras a los empleados y las bases por el miedo a ser despedidos, se les aplica la censura previa y exige silencio respetuoso y obediencia ciega sin reflexión.

Carlos Mendoza

Artículo relacionado

¿Terrorismo vs. Corrupción?

También deja abierta una discusión de línea delgada sobre si los periodistas pueden opinar libremente cuando trabajan para el gobierno o el congreso divulgando sus programas y propuestas. Por supuesto que cabe la prudencia que se confunde con censura previa, pero el mercado de información es tan amplio que es cuestionable su  incidencia en medio de la babel de opiniones -censura por exceso-, que anula la libre expresión y sobre la que no cabe el abuso de acallar una expresión.

Para los partidos en construcción que creen que un comentario de redes sociales afecta la imagen del único líder, les sirve precisamente para evidenciar la vulnerabilidad electoral de depender de uno solo sin promover nuevos liderazgos, y es comprensible cuando la interlocución presupuestal del gobierno ha estado ausente y las elecciones dependerán de la gestión lograda en los últimos meses- sin la foto de Duque-, o con la foto con Uribe como siempre.

Otra censura lamentable fue la del director de RCTV contra el programa “Los Puros Criollos” por confundir la labor de gerente con director de un canal público que sirve de intérprete nacional y no de agencia de propaganda estatal, jefatura que además se abrogó sin que al parecer alguien se lo pidiera.

Tan condenable fue el acto de censura como su defensa, montando una película de espionaje -¿entre periodistas?-, criminalizando el método para subestimar el hallazgo que desnuda la evidencia para después recurrir al espejo retrovisor de la contratación; y cuestionando a la FLIP (Fundación para la Libertad de Prensa) por llegar a criticarlo y todo para ocultar lo obvio que debiera ser práctica abierta y conocida; en el actuar público todo es de conocimiento público y “puede ser grabado y monitoreado”, -salvo los asuntos de seguridad y defensa nacional- que no aplican a este caso, lo que obliga siempre al actuar licito y de buena fe. Así de simple.

Para quienes consideran que censurar todavía es una licencia del poder, ello no sólo demuestra la incapacidad de promover ideas y propuestas seductoras que encuentren adeptos genuinos, sino un temor al disenso que premia la falsa lealtad e induce al error.

Por eso hizo bien el presidente Duque en aceptarle la renuncia al director en un apego institucional de condenar esas prácticas. No sólo corresponde a un jefe de Estado democrático ser garante de la libertad de prensa, sino también parecerlo.

En un país con tradiciones de abuso de poder, al que ahora pretende unirse oponiéndolo a algo,-llámese al terrorismo del Eln o al gobierno de Maduro-y que se enfrenta a los brotes del populismo autoritario tanto de izquierda como de derecha -que al parecer pretende contener la vocación institucional de este gobierno-; garantizar las libertades de expresión ciudadana por indeseables que les parezcan a líderes, gobiernos o canales, es un resguardo que nos mantiene vigentes y vigilantes y que debemos defender y reclamar como un valor ciudadano de todos y al que independiente del partido o ideología que gobierne, no podemos renunciar.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.