Demagogia del candidato presidencial, y la fórmula vicepresidencial, del Pacto Histórico, quienes se juran moralmente superiores a los demás, denota la estructura de una campaña que pretende manejar el país con arrogancia, petulancia, amargura y rencor. Complejo es el descarado proceder de quienes en los últimos días han dado miles de ejemplos en los que se materializa la bajeza de una ralea de políticos para los que todo vale para llegar al poder; peligro para los colombianos será tener como gobernantes a una casta que piensa y asume que el progreso de la ciudadanía estará sustentado a través de limosnas estatales. Elocuencia discursiva de la izquierda es la que, desde el delirio de persecución, capta incautos fanáticos que carecen de memoria o son incapaces de recordar la mala gestión y administración del líder de un pacto que como alcalde demostró su egocentrismo, falta de compromiso, trabajo y organización para gestar un proyecto en equipo; radiografía de un caos administrativo que ahora se quiere replicar en la presidencia de la República.

Mitomanía del candidato de la izquierda colombiana polariza una nación que aún no dimensiona lo acaecido el 2 de octubre de 2016 con el Plebiscito sobre los acuerdos de paz, poder del voto, sentir popular en el sufragio, que escapa al mezquino cálculo de varones políticos y conlleva a que ahora busquen controlar a quien cuenta los votos y siembra miles de dudas sobre la legitimidad de los resultados. Certeza del diario vivir de Colombia llama a aceptar que se está al frente de un entorno desigual en el que se cocina un plato lleno de narcotráfico que está acompañado de una sopa de injusticia social, y se remata con un postre agridulce de corrupción. Momento de pobreza, disrupción social, sangre, muerte, destrucción, incertidumbre, fosas comunes, falsos positivos, corrupción, clasismo, arribismo, mentiras y tristeza, excita el miedo infundado de un sector poblacional que probablemente irá por primera vez a las urnas y en el que ha calado lo que no lograron por la fuerza los sectores armados.

Cambio en primera, que algunos promulgan para este 29 de mayo, no puede estar articulado por la credibilidad que se brinda a la palabra de los criminales, ciertas son las extralimitaciones de actores de las fuerzas del orden, pero ello no tapa, minimiza y conlleva a desconocer los miles de militares y policías que fueron asesinados por grupos al margen de la ley; reducto en el que actuaban quienes hoy fungen de fuerzas democráticas, adalides de la moral que son militantes de los Comunes, el Pacto Histórico y demás movimientos alineados con la izquierda. Ilusión de un mejor país sucumbe ante el cuento de un discurso, excelente para la crítica, que enreda a través de charlatanes embaucadores que ahora prometen ríos de leche y miel, pero no admiten que será a consecuencia del sacrificio de la libertad, la democracia y las empresas. Ingenuos son quienes no han dimensionado que el cambio por el que muchos apuestan viene articulado por la misma clase politiquera que ha gobernado a Colombia por décadas, sumiéndola en la corrupción, la muerte, el hambre y la desigualdad.

El voto como un derecho y un deber ciudadano convoca a los colombianos a pasar de la crítica a la participación consciente y efectiva en las urnas. En las elecciones de la primera vuelta presidencial es mucho lo que está en juego, hoy los colombianos tienen un lugar de habitación, empresa o emprendimiento, empleo, automotores, pensión, libertad de expresión y opinión, elementos que se pueden perder si se da un salto al vacío y se cohonesta con la llegada al poder de un sistema político que ya mostró sus consecuencias en Venezuela y Nicaragua, por solo mencionar algunos. Acciones de campaña ya delinean el peligroso proceder de una ideología que persigue con sevicia a quienes se alinean con la oposición y están en contra de sus políticas, digno proceder de quien por coincidencia ofrece perdón social, hace acuerdos con delincuentes en las cárceles y ahora se le señala de espiar a sus rivales con micrófonos y cámaras ocultas.

La campaña presidencial está sumida en un cataclismo circunstancial que pondera el proceder de oscuros trasgresores que tergiversan la realidad y, tras su salto de red en red buscando lo que no se ha perdido, debelan el afán desesperado que tienen para llegar a la victoria y saciar sus intereses. Zona de confort que se promete a las clases populares es la que activa en la última semana, antes de elecciones, clanes que en las plataformas sociales están a toda hora incendiado y avivando la polarización para los intereses privados y políticos de una corriente que no lleva a nada teniendo en cuenta que lo que hacen es confundir aún más a puertas de las elecciones. Alternativa de la izquierda colombiana no pasa de tener una candidato insípido, vacío de propuestas, que le falta mucho para ser un estadista; Colombia lejos está de resistir en la Casa de Nariño un gobernante que solo improvisa y distante está de la seriedad y capacidad que se requiere para dirigir los destinos del país.

Quedarse en casa el 29 de mayo y no salir a votar será el estandarte de la victoria para un colectivo que solo actúa desde el resentimiento y odio que se desprende de discursos mentirosos, amañados y populistas que se estructuran para captar soñadores que los lleven al poder. El locuaz palabrero que ahora promete maravillas, que solo él puede lograr, está consiguiendo su propósito de dividir al pueblo para lograr sus objetivos, pues no es capaz de explicar cómo se llevarán a cabo cada una de las promesas de campaña, ni de dónde saldrán los recursos para ello. Opción de gobierno desde el Pacto Histórico llevará a Colombia a transitar por cuatro años de miseria, inseguridad, persecución política, cambios constitucionales propios de un resentido con poder; político al que cuando se le pidan cuentas saldrá corriendo a las Cortes y ONGs a pedir protección. Los colombianos deben pensar muy bien su voto y valorar si un subsidio vale más que la tranquilidad de un país, caos de los gobiernos de izquierda tiene ejemplos cercanos en donde se evidencia cómo se va diluyendo, con el paso del tiempo, la confianza y la seguridad que los ciudadanos depositaron en ellos.

El voto es una decisión libre que cada cual ejerce a su libre albedrío, pero peligrosa es la táctica de políticos que están usando sus situaciones personales para jugar con las emociones y sentimientos de los posibles electores para así poder ganar más adeptos, seguidores y votantes. Temas como el de los huevos traídos de Alemania, la proyección de un tren imposible atravesando la geografía nacional, o el sustentar una economía sin exportar petróleo, ni carbón, es la prueba palpable de un proyecto construido en el aire de la ilusión y que solo generará pobreza y más hambre. No hay mayor incoherencia que la de aquellas personas que desean un cambio, pero están próximas a quien esquematiza una narcocracia avalando la cocaína, atenuando la impunidad que se configura desde la JEP y exaltando un perdón social que escude la no extradición de los narcotraficantes. Cada día que pasa en Colombia se demuestra que quien no conoce la historia está condenado a repetirla, por ello muchos normalizan el engaño que desune y genera mayores conflictos entre los extremos ideológicos que tienen polarizada la nación.

Democracia y libertad son dos conceptos que se pueden criticar o aplaudir públicamente, y hasta el momento están garantizados, problema es que muchos están propiciando todo para que se pierda ese derecho que es sagrado y, como se ha visto, se volvió esquivo en algunos sistemas del continente. Apuesta de gobierno que ahora se quiere imponer en Colombia está invadida de políticos que se visten de ovejas para simular el cambio de un país muy atormentado, prototipo de transformación que la gente asume como propio, pero cuando están en el poder se vuelven los lobos que son y siempre fueron. Afinidad y sectarismo político desde el que critican, juzgan e insultan desde la izquierda nubla la razón de un grueso de la población que, por apoyar a un candidato, no comprende que labor de todos es unir al país. Complejo es creer que el cambio siempre será para bien, pues también puede ser para peor; dilema del continuismo o del cambio no se resolverá insultando por redes airadamente sino más bien pensando tranquilamente y con razón.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.