Grito popular que invade las calles raya lo absurdo y conduce al país a la inviabilidad política y fiscal.

Acciones de los últimos días, lejos están del sagrado derecho a la libre expresión y la manifestación pública, organizaciones de vandalismo y crimen organizado que se han tomado la protesta ciudadana enciende las alarmas de la paz y clama por el respeto a la vida, desde cada uno de los bandos, en medio de la confrontación que se ha llevado a la calle. Puerta del diálogo, en el enmarañado momento que atraviesa el país, requiere de seres racionales dispuestos a asumir sus actos y adjudicarse su cuota de responsabilidad en el incendio que asfixia al colectivo social. Complejo panorama se avizora con una Colombia que se doblega ante los bárbaros delincuentes, disfrazados de indignados, y los mitómanos y pirómanos políticos que dejan en evidencia su oportunismo y populismo en este momento.

Salvajismo que se recrudece con el paso de los días deja en evidencia que se retomó el modelo del caos que tuvo su ebullición en noviembre de 2.019 y entró en tensa calma a consecuencia de la pandemia en el primer trimestre de 2.020. Sueño humanista, de quienes ahora fungen de próceres de un pacto histórico, que, apuesta por llevar a la fuerza al Palacio de Nariño al promotor de la patria boba moderna, atiza la polarización entre las ideologías extremas de izquierda y derecha. La nación poco a poco sucumbe en el peor escollo de la historia republicana de los colombianos, absolutamente nadie se puede declarar ganador en medio de la revuelta que se ha perpetrado; costo político y social es supremamente alto para el ente gubernamental, pero igualmente preocupante para la masa protestante, tribunal de la santa inquisición, que enceguecida acabó, sin razón, con los bienes, públicos y privados, en cada una de las ciudades, sin pensar de dónde saldrán los recursos para reparar los daños.

Difícil es tener un acercamiento, empatía y contacto con una corriente protestante ofuscada y deslumbrada por las verdades a medias que sustentan el proceder de caudillos humanistas, glaucos, comunes o social demócratas que manipulan el imaginario colectivo, de los vulnerables, a merced de los privilegios que secundan a la clase política. Aplacar la violencia cuanto antes es prioritario, llamado a la calma propende por frenar las muertes y que la democracia sea la que apacigüe la locura que invade la calle. Represión ejercida por la fuerza pública no debe ser descontextualizada, como pretenden falsos adalides de la moral periodística o la opinión internacional, tan grave ha sido la actuación de la Policía como el proceder de los manifestantes, sucesos en medio de la confrontación campal que colindan la criminalidad.

Pronunciamiento de la ONU, para bajar las tensiones y proteger los derechos humanos, se ensaña únicamente contra las fuerzas del orden y parece tapar con un dedo la crueldad de la masa enardecida. Legitima defensa ejercen los agentes del orden ante hechos como el perpetrado en Pasto, encapuchados arrojaron piedras contra los uniformados y les enviaron de frente una bomba Molotov cuyas llamas envolvieron a los policías y cinco resultaron heridos; lejos de ser un rayo divino de luz, para salvar un alma atrapada por el pecado y el desenfreno, es un intento de homicidio secundado por un campo de confinamiento y batalla en el que se ha convertido la vía pública. Caso similar ocurre con los saqueos a los vehículos de carga en carretera, flagrante atraco que ahora quieren hacer ver como un grito de auxilio o un milagro patente similar a la multiplicación de los peces.

Intento de quemar vivos policías en los CAI en Bogotá, saqueos al comercio, quema de buses del transporte público que encumbran las horribles noches distantes están de las paredes pintadas, vidrios quebrados o pedradas acompañadas de arengas fuera de lugar y contexto que quieren hacer ver el parlamento de la Unión Europea y demás organismos internacionales. Células urbanas, disidencias guerrilleras, son los que comandan lo que muchos quieren creer como una congregación ciudadana de sujetos con camándula en mano rezando el Santo Rosario; infiltración que criminaliza al pueblo, y presiona la reacción de la fuerza pública en defensa propia, se constituye en una masacre que justifica el pensar en una militarización inmediata de las ciudades y no precisamente como represión al sagrado derecho de manifestarse sino para acallar y frenar a quienes se dedican a destruir excediéndose en sus acciones.

Rabo de paja de la masa protestante no valida la extralimitación de la fuerza, pero sí avala el pensar en la declaración de un estado de excepción o la conmoción interior para cortar de raíz el atropello y arbitrariedad que ha traído consigo la turba popular. Necesidades de la gente del común, inconformismo social, deben trascender la pobreza, violencia y atraso conceptual que algunos buscan adoctrinar desde las aulas escolares y universitarias; interpretar, explicar y comprender los fenómenos sociales que afectan al país llama a una visión global, equilibrio de las partes, sin perder el norte de la gente que debe caracterizar a la nación. Criterio de opinión frente al paro no puede estar circunscrito a la conexidad de intereses con la burbuja de ignorancia e ignominia que está caracterizando a los líderes de la protesta.

Cultura del miedo que quieren profesar desde cada uno de los agentes del conflicto solo develan la masacre, el vandalismo y el sin número de abusos que asisten a quienes apuestan por el peligroso estallido de una guerra civil en el territorio colombiano. Llamado a la calma es el camino para frenar la absurda violencia que impide la concertación de todas las fuerzas políticas, cese de hostilidades que solidifique el estado social de derecho que ha caracterizado a Colombia. Sangre que ha corrido por estos días exalta a recuperar la pluralidad conceptual, erudición del intercambio de razones e ideas cognitivas de un libre pensamiento. Intransigencia que ahora se exhibe tiene en riesgo de perdida enormes toneladas de alimentos, suministros y medicamentos que pueden salvar a miles de personas y familias en medio de la peor crisis económica y social de los últimos años en el país. 

Imposición de políticas que representen y gusten a toda la nación es absolutamente imposible, coyuntura que ahora se afronta es el estallido de una bomba de tiempo que estaba atorada en la garganta de una población que se dejó acorralar y ahora de manera tardía quiere que todo se solucione en un abrir y cerrar de ojos. Apertura económica, proceso 8.000, revitalización narco–guerrillera en un despeje territorial que condujo a un fallido proceso de paz, falsos positivos de la seguridad democrática, sumisión al terrorismo para obtener un Premio Nobel de Paz, son tan solo unas aristas que ahora encienden la hoguera y espiral de violencia que encumbran sindicatos, cabildos indígenas, colectivos estudiantiles y organizaciones civiles.

Agresiones que afloran en ciudades y carreteras están atizadas por el odio y la rabia que se esparce en las redes sociales, tendenciosa pregunta que trinó un activista y artista colombiano dejando en el aire la pregunta “Soldado, ¿qué se siente disparar al pueblo?” conduciría a preguntar también a los protestantes por los cobardes ataques a la fuerza pública. Pusilánime proceder no puede ser el estandarte del poder y la voluntad de cambio que busca el pueblo colombiano, multitudinarias protestas han sido desdibujadas por el doble discurso de los indignados, solapada candidez para convocar a la marcha sumado a la barbarie y violación de derechos a través de la arenga y acciones de hecho. Entorno de dolor y desesperación en el que cobra relevancia el axioma de un pueblo que perdió el temor al choche armado y a la propagación del virus en medio del tercer pico de la pandemia.

No se observa luz al final del túnel, salida a la crisis solo será palpable cuando exista la voluntad de diálogo y entendimiento para comprender que entre el blanco y el negro se encuentra el gris. Oxígeno para el país será el consenso ciudadano que fije distancia frente a la demagogia de quienes priman sus intereses sobre la vida de aquellos que incautamente son influenciados para salir a generar el caos sin tener claras las razones. Ausencia de gobierno y apatía de los partidos políticos, el congreso y las fuerzas del orden solo acrecientan la brecha cada vez más profunda del pueblo con las instituciones, marco predilecto para la doble moral de una corriente que apuesta por un golpe a la democracia que le otorgue lo que no pudo ganar en las urnas. 

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