Treinta días en el ejercicio del poder denotan que Gustavo Francisco Petro Urrego aún no se baja de la tarima y sigue de campaña por los rincones más recónditos del territorio nacional, nunca un mandatario había causado tanta incertidumbre en todos los sectores del poder ejecutivo, legislativo y judicial del país. Incompetencia de su presidente, y el cuerpo ministerial, preocupa y genera miedo ante lo que se delinea en temas coyunturales de cara al futuro: la seguridad energética colombiana, la estabilidad y productividad económica, el respeto por la institucionalidad, el equilibrio social y alimentario, las relaciones internacionales, la fidelidad a los principios democráticos, o la seguridad que ahora se entrega a los bandidos en busca de una paz total. Incoherencias en el actuar con el discurso electoral denotan que el gobierno de la izquierda es como se esperaba, un desastre, sin ideas claras, que desde el populismo excita un pregón de odio, a las clases más favorecidas, que frena la inversión y tiene la violencia disparada.

Ausencia de sentido común conlleva a que su mandatario apueste por hacer múltiples anuncios, pero tenga poca ejecución. Si bien en un mes no se resuelven los problemas de Colombia en los últimos 70 años, es importante que se pase del pronunciamiento mediático a la acción concreta para impulsar la reforma tributaria que por ahora está en ciernes, se dé piso firme a la expectativa de un proceso de paz con el ELN y se encauce el quehacer de un gabinete que solo sabe generar polémica y dejar en evidencia que no pasan de ser activistas jugando a creerse ministros porque les falta preparación para asumir los temas propios de las carteras que administran. Adagio popular que indica que desde el desayuno se sabe… conlleva a afirmar que el primer mes de gobierno refleja una pizca de lo que serán los 47 que hacen falta, entorno de impunidad, mermelada, pago de favores, silencio ante lo evidente, acuerdos burocráticos, e improvisación por la falta de planeación.

El cambio prometido se constituye en martirio, burlas hacia los ciudadanos que perplejos constatan cómo se hacen pactos y odas con tiranos de la talla de Daniel Ortega y Nicolás Maduro. Esperanza en el camino, con que se busca el ansiado sueño de vivir sabrosito, que prometieron en campaña, se desdibuja al establecer lo que es una larga noche de violencia que no cesa frente a la negligencia de un gobierno que apuesta por la paz total sin cumplir con lo mínimo que debería hacer, brindar seguridad, orden y estabilidad democrática a los ciudadanos. Inquietantes resultan las masacres diarias, la justicia a propia mano propiciada por migrantes venezolanos, en ciudades como Bogotá, o el arrinconar a ganaderos y hacendados para recuperar tierras que ancestralmente pertenecían a los indígenas como se ve en la zona occidental de la nación.

Socialización de las propuestas políticas, económicas y sociales de su mandatario antes que apostar por tergiversar las ideas de cambio demuestran que a Colombia lo que le hace falta son políticos con voluntad de transformar las cosas. Lunares que salen a la luz pública desde el Pacto Histórico, y sus aliados estratégicos, no pueden desviar la atención de un gobierno que hace oda al terrorismo, que se propaga entre la población, con los planes gubernamentales y los proyectos de ley que ya transitan en el Congreso y lejos están de poner los puntos sobre las íes de la paz, la prosperidad y el desarrollo humano integral. Convergencia de la improvisación con el populismo es la que lleva a buscar congraciarse con regímenes non-santos prometiendo comprarles gas, pese a que se tienen los recursos para explotarlo y no depender de otros, o no hacerse presente en la OEA para condenar la violación de derechos humanos a cambio de permisos de pesca y la conciliación amistosa que traerá consigo la entrega de las aguas oceánicas del territorio colombiano.

Ayuda amistosa que se está tejiendo entro los líderes de la izquierda del continente americano indica que el circo que inicia con la inapropiada selección de los agentes de gobierno, como ha ocurrido en Argentina, en Chile y en Perú en los últimos meses, lleva a que la alegría, el entusiasmo y el optimismo democrático, que se despertó con las elecciones de mandatarios progresistas, se diluya ante las decisiones tomadas y los anuncios que distantes están de las promesas por las cuales muchos jóvenes les votaron, luego de desestabilizar las naciones bajo un inconformismo social infundado. Fake news que sustentan las propuestas programáticas socialistas latinoamericanas indican que el mundo perfecto y utópico, que jamás se podrá implementar, está pintado con mentiras y divisiones que exaltan el patriotismo de quienes carecen de sensatez e inteligencia. Complejo es que el cinismo, que se disfraza de sabiduría, sea el que representa a casi 52 millones de colombianos por el poder que le confirió algo más de 11 millones de vagos.

Recomponer el camino y frenar la nefasta izquierda es un tarea compleja que se abre camino ante absurdas posturas que hablan del decrecimiento económico para condenar a los más pobres a la miseria perpetua, ceder la autonomía energética a la dictadura venezolana, o entregar la soberanía de San Andrés a Nicaragua. Colombia camina a pasos agigantados a un apagón político, económico y social que conducirá al estallido de una guerra civil, en 30 días se ha retrocedido lo que nadie se imaginaba, la palabrería de campaña se traduce ahora en una filosofía distante de la realidad. El gobierno de su presidente no es más que una escultura a la mediocridad, se está al frente de un escenario en el que Gustavo Francisco Petro Urrego maximiza lo que hizo en la Alcaldía de Bogotá, improvisación y desidia que es secundada por quienes desde el desconocimiento propician un clima de tensión y violencia que agudiza la polarización y ya deja miles de víctimas.

Doce masacres, más de 50 asesinatos, escándalos de la bancada de gobierno, incompetencia de los ministros, purga en las fuerzas del orden, intromisión en asuntos democráticos de otras naciones, son salidas en falso de su mandatario que parece estar trabajando para el metaverso mitómano de su imaginación y no para la realidad social de Colombia. Gustavo Francisco Petro Urrego, empezó con el pie izquierdo, está al frente de un gobierno popular anhelando migajas para cuidar el programa y procurar las tantas reivindicaciones que se prometieron y no se cumplirán por falta de recursos. Protagonismo de “los nadies” se deshace ante el propósito conseguido, la corrupción, la retribución de favores políticos, el populismo, la desorganización y los engaños que son una bomba de tiempo que más temprano que tarde estallará y llamará a la organización y movilización de las masas populares contra quien idolatraron y los dejó a la deriva.

Sin propuestas serias, y con un gabinete de locos, su presidente deja en el ambiente un gobierno sin coherencia, sin aciertos, y con múltiples salidas en falso donde todo lo tienen que aclarar. Es evidente que las promesas de campaña resultaron ser el anzuelo para obtener el poder, el amor resultó ser odio total recrudecido por las bodegas petristas, la paz total se comienza a constituir en masacres, inseguridad y narcotráfico, la generación de riqueza estará supeditada al aumento de la pobreza con la reforma tributaria. Nepotismo del ejecutivo, prontuario diplomático, descomposición parlamentaria, aliados pegados con la mermelada que tanto criticaban, demuestran que el Pacto Histórico es estupendo para confundir y captar incautos con la palabrería desde la que idea nefastas propuestas irrealizables. Asustados están los colombianos ante su mandatario, gestor de una propuesta presidencial improvisada, amañada, populista e incompetente que genera desesperanza porque produce mucha bulla y genera pocas nueces.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.