El teléfono sonó. Cuando descolgué el auricular, luego del protocolo de cordialidad, una antigua amiga mía me saludó:

─ ¡Hola, Jairo! ¿Cómo vas?

─ ¡Hola, amiga! Pues los viajes que hago dependen de las distancias. Cuando son cortas, voy a pie; si son un poco más distantes, voy en taxi; y cuando se extreman, voy en avión ─ le respondí, e hice silencio para esperar su reacción.

─ ¿Qué dices?

─ Te estoy respondiendo la pregunta que acabas de hacerme ─ le aclaré.

─ ¡Me estás mamando gallo! ─ exclamó ella.

─ Ah, ¿ahora también se puede hacer eso por teléfono? No me extrañaría que, con tanta tecnología «bombardeándonos» diariamente, esa proeza, reservada para hábiles «lingüistas», fuese posible hacerla por teléfono.

─ ¡Te estás volviendo loco, o eres un mamador de gallo consumado! ─ espetó ella, medio en broma y medio enojada.

─ Ni lo uno ni lo otro ─ le aclaré ─. Apenas hago uso del poder de las palabras para puntualizar conceptos y definiciones.

─ Ahora sí que menos te entiendo, Jairo. ¿Conceptos y definiciones de qué? ─ preguntó mi amiga, en tono de voz más enérgico.

Entonces para evitar que la breve charla que hasta entonces llevábamos terminara de modo abrupto, probablemente con una colgada del auricular al otro lado, lo que podría poner en riesgo el tímpano de mi oído derecho, le expliqué:

─ Iré por partes. Pon atención, te ruego mantener la calma; no te enojes porque, si lo haces, saldrás perdiendo. Solamente quiero transmitirte una pequeña enseñanza, querida amiga ─ le advertí.

─ Dale, pues. ¡Me tienes en ascuas, carajo! ─ dijo, impaciente.

─ Al saludarme, me preguntaste que yo cómo iba. ¿Recuerdas?

─ Sí, es lo que acostumbro a preguntarles a mis amigos: ¿Cómo vas?

─ De acuerdo. No vuelvas a preguntarnos así porque la estás embarrando. Mejor pregúntanos cómo estamos, o cómo nos sentimos.

─ ¡No te entiendo ni un comino! ─ interrumpió ella.

─ Espérate. Debo ser explícito para que te quede claro este asunto ─ dije, y añadí─: El adverbio interrogativo cómo, que tú usaste en tu pregunta, involucra un modo o una forma de hacer algo. Seguidamente, dijiste vas, forma del verbo ir; de tal modo, la pregunta te quedó: ¿Cómo vas?, es decir, de qué modo te trasladas, te movilizas, te mueves… Por eso, y nada más que por eso, te respondí que a veces lo hago a pie, otras, en taxi, y las demás veces, en avión. ¿Te queda claro, amiguita?

─ ¡Ay, ya caigo; hijuemadre! O sea, yo la ca…

─ ¡Sin descargas del vientre sobre esto, amiga! Sería horroroso mezclarle una de ellas a un asunto tan puro como el hablar bien ─ dije yo, al salirle al paso antes de que depositara sobre mi oído el resto de la excrementosa palabra.

Resignada, y con un poco de pena ─ se notó en su tono de voz ─ mi amiga me preguntó:

─ Entonces, ¿cómo se dice, querido amigo?

─ De varias formas. Por ejemplo: ¿Cómo estás? ¿Cómo te va? ¿Qué tal estás? ¿Estás bien? Así, el interlocutor tendrá la posibilidad de responder si está bien o mal.

─ ¡Ajá! ─ expresó con tono de resignación, y agregó ─: Contigo toca hablar con el diccionario abierto, definitivamente.

─ No, señora. No es necesario. El diccionario se usa en otros menesteres, no en estos casos. Aquí lo que funciona es el sentido común, que es tan escaso hoy. Apenas hay que conocer el sentido que tienen las palabras en las oraciones. Te repito: cómo es un adverbio exclamativo o interrogativo, según como se lo use. Y vas es una forma del verbo ir. Luego ¿cómo vas? es una pregunta que busca saber de qué modo viaja o se desplaza aquella persona a quien se la formulen. Así de sencillo es el asunto, que, además, nos está empantanando el motivo de tu llamada. ¿Cuál es?

─ ¡Ya ni me acuerdo para qué te llamé!

─ ¿Me llamaste, o aún me llamas? Porque no has colgado el teléfono, yo todavía te escucho ─ dije para probar su paciencia.

─ ¿Vas a seguir con tus correcciones? Porque si es así, te cuelgo ─ me advirtió, severa y resuelta.

─ Bueno, si es con amenaza incluida, no sigo hablando. Porque qué tal que optaras por colgarme de allí abajito, de donde salió la semilla natural y gloriosa para darles vida a mis hijos. ¡Sería una muy dolorosa colgada!

─ ¿Ahora qué dije mal? ─ pronunció con tono de preocupación.

─ Anunciaste que me ibas a colgar, aunque no explicas de dónde ni en qué lugar… Por eso, mi temor.

─ ¿Y cómo se dice, entonces?

─ Ah, pues si no es a mí a quien vas a colgar, sino el teléfono, solo basta decir: «Porque si es así, cuelgo». Sin el pronombre personal te. De tal modo se entiende que colgarás el auricular del teléfono; no que me colgarás a mí.

─ ¡Definitivamente…! Amigo, gracias. Hoy me diste otra lección de español. Aunque ya no recuerde para qué carajos te llamo. En adelante, pensaré antes de hablar. ¿Dije bien?

─ ¡Sí, amiga! Dijiste bien, así debe ser: pensar antes de hablar. Te felicito por tu paciencia y nobleza. Otros, no tan inteligentes como tú, se enfurecen porque se les corrigen sus metidas de pata. ¡Adiós! Por favor, ¡llama cuantas veces quieras! ─ dije, emocionado.

─ Lo haré. Contigo se aprende un poco cada día. ¡Un abrazo!

Y enseguida colgó el teléfono. Por fortuna, si mi amiga hubiese tenido la intención de colgarme, no habría podido hacerlo por teléfono. ¡Por eso quedé muy tranquilo!

¡Hablar y escribir bien es el reto de hoy!

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