Estigmatizar es la salida fácil: hace falta ser valientes para ponernos en los zapatos del otro. Cuando se ignoran las historias, razones y emociones de las niñas y mujeres que deciden interrumpir su embarazo, las reacciones se reducen al machismo y a la moralidad que ha prevalecido por miles de años en nuestra sociedad: “¿Por qué no cerró las piernas? ¿Por qué no pensó en eso antes de tener sexo?”.

Nadie quiere hacerse cargo de la falta de educación sexual que hay en nuestro país y se asume de manera arbitraria que un embarazo es responsabilidad exclusiva de la mujer. Además, no cuestionamos en ningún momento por qué hay que imponer la maternidad cuando no es deseada o es producto de la violencia, simplemente nos dedicamos a señalar y juzgar.

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Pero lo cierto es que los jóvenes muchas veces no saben cómo funciona su cuerpo, ni los riesgos que puede representar un embarazo a temprana edad y se abstienen de denunciar encuentros violentos por temor a represalias y el estigma.

Quizás hoy cuando hablamos de aborto pensamos en un extraño, alguien ajeno a nuestras vidas que está “por allá lejos”. O tal vez, ya pasaste por eso cuando eras una adolescente y no has podido hablarlo con nadie por temor al qué dirán (como fue mi caso a los 17 años). Pero lo cierto es que todos y todas conocemos a algún ser querido que ha necesitado, necesita o necesitará un aborto seguro. ¿Qué vas a hacer entonces? ¿Le vas a quitar tus afectos? ¿Le vas a denunciar ante las autoridades?

Muchos aún no saben que la Corte Constitucional determinó que se puede interrumpir el embarazo de manera voluntaria cuando se cumplen uno o tres de estos escenarios: cuando el embarazo es producto de violación o incesto, cuando pone en riesgo la salud o la vida de la mujer y cuando el embarazo es inviable (es decir, cuando el feto tiene defectos que le harán imposible vivir fuera del útero). Pero aún así, cuando las niñas y mujeres se acercan a los centros de salud a buscar la ayuda y el acompañamiento que les garantiza la ley, se encuentran con la puerta cerrada de los estigmas y los juicios que nada tienen que ver con su salud o su integridad, sino con las creencias religiosas de las enfermeras, médicos o en muchos casos del personal administrativo. Este abandono por parte de las instituciones de salud sólo incrementa la angustia y el dolor de las más vulnerables.

Tomar la decisión de abortar no es un paseo en bicicleta. Es todo lo contrario: una decisión compleja, angustiante y que debe ser acompañada en todo momento. Me encantaría que en nuestro país, en lugar de levantar el dedo para señalar sin ningún tipo de compasión a quienes deciden abortar, abriéramos el corazón para entender un poco de sus circunstancias con la disposición de escuchar sus historias, y pudiéramos ver a esas niñas y mujeres con un poco más de amor.

Decirle a una niña de 10 años que cierre las piernas cuando su embarazo es producto del abuso sexual, no sólo es ignorancia, es también crueldad. Obligar a una niña o mujer a llevar a término su embarazo a causa de las creencias personales o de la moralidad aunque esto implique que ella pueda morir, sólo se puede calificar de tortura. Imponer la maternidad a quien no tiene la estabilidad mental, emocional y económica para traer a otro ser humano al mundo, es una forma de violencia que nos negamos a observar.

Pero aún así, en pleno 2021, muchas personas condenan con vehemencia la decisión de una mujer o niña que no conocen, de la que no saben su historia, ni su nombre, ni sus circunstancias. Lo dije al principio: es de valientes ponerse en los zapatos del otro. También lo es poder bajar el dedo que condena y en su lugar extender la mano para acompañar a estas mujeres y niñas en su dolorosa decisión para seguir adelante con la vida que ellas sueñan.

Hoy en día la Corte Constitucional se enfrenta ante la oportunidad única de despenalizar el aborto en su totalidad. Es urgente que lo haga, porque gracias a la campaña “Las hijas de la frontera” he conocido historias aterradoras que me confirman la necesidad de garantizar el derecho de todas las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo, su salud, su vida y su bienestar.

Despenalizar el aborto tal como lo hicieron Argentina y México, es dejar de ver a la interrupción voluntaria del embarazo como un crimen para observarlo como lo que es: un problema de salud pública. Entonces, se podrán abrir nuevos caminos de respeto hacia la mujer al garantizarle el acceso a un aborto  seguro y humanizado; se podrán implementar programas de educación sexual al alcance de todos los jóvenes y sus familias, se conocerán sin prejuicios ni temores los diferentes métodos anticonceptivos, y se comprenderá lo que significa tener sexo consentido y cómo identificar comportamientos violentos.

Es necesario que hablemos del aborto sin tapujos, sin sonrojarnos y sin escandalizarnos para dar el primer paso contra la estigmatización y el maltrato. Es urgente que hablemos desde el amor y entendamos que el aborto seguro y legal no obliga a nadie a abortar, mientras que la clandestinidad sí condena a niñas y mujeres a maltratos, torturas y en algunos casos a la muerte. Al final de cuentas, todo se reduce a ponernos en los zapatos de tantas mujeres y niñas que merecen tener la libertad de elegir sobre su maternidad.

Por: Katherine Porto