Pocas veces la gente se pregunta el por qué algunos ciudadanos tienen que optar por vivir en condición de calle. Muchos ignoran factores que van desde falta de cariño, soledad, depresión, no tener un propósito fijo en la vida o seguir el pésimo consejo de un supuesto amigo.

Caer en lo que se considera como lo más bajo en la vida puede ser fácil, pero, ¿qué tan complicado es salir de allí?, ¿qué tan comprometido se debe estar para volver del abismo?

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No es nada fácil, pero para ello se requiere de una cualidad clave: la voluntad. Esa es la lección que aprendió Carlos Arturo Mejía Donado, quien se llenó, precisamente, de esa determinación para salir adelante.

“De nada sirve internarse en un centro de rehabilitación, de nada sirve repetir muchas veces el deseo de salir, si se carece de esa voluntad”, dijo en medio de su proceso de reintegración a la sociedad que lleva 2 años.

40 años en las calles

Don Carlos nació hace 68 años en Barranquilla, pero tiene 33 años en estas tierras cafeteras, llegó para trabajar como cargador de productos y bodeguero. Fue muy amigo de comisionistas de Armenia y por eso decidió venir al Quindío.

“Ese era mi trabajo, pero fui de la calle por 40 años. Traté en un principio de dejarla, iba a narcóticos anónimos, pero recaía, es que parece la drogadicción no tiene cura, sin embargo, llegó el momento de asumir una nueva vida y ahí vamos”.

Es tan poderosa la adicción que optó por dejar a su familia, a su esposa y al resto de familia: “Vine a Armenia y caí profundamente en la droga”.

Al ser indagado sobre en qué momento cayó, dijo: “Uno mismo es el que se deja llevar, empecé con el consumo de alcohol, después a fumar marihuana y ahí pasé al bazuco, que es lo peor, ese es el que nos lleva a la calle, es lo más perjudicial que ha llegado al planeta; nos lleva a abandonar a los seres queridos, el trabajo, hasta llegar a ese punto de vivir para consumir y consumir para vivir”.

Una oportunidad

Cuando apareció la COVID-19 en el mundo, en marzo de 2020, un momento que para muchos fue nefasto, para don Carlos se convirtió en una luz de esperanza, en esa gran oportunidad de luchar y demostrar que era posible salir de la calle.

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Él aceptó la opción de la alcaldía de Armenia de quedarse en Cenexpo durante los días de confinamiento; sin embargo, la idea de la secretaría de Desarrollo Social no solo era brindarles refugio temporal a los habitantes de calle, sino de darles una alternativa para abandonar la situación de indigencia e iniciar un proceso de rehabilitación. 

“En Cenexpo superé esa necesidad de consumir drogas, gracias también a los programas de la alcaldía, donde me seleccionaron porque no tengo antecedentes penales y porque había estado en narcóticos anónimos”.

Carlos, hoy por hoy, reconoce el problema de salud que la droga originó en su ser: “Esto es un problema mental, uno cae en lo habitual por lo que las recaídas eran constantes. Pero la experiencia del albergue temporal en Cenexpo fue crucial, llegué a esas instalaciones, me propuse de corazón no consumir, le metí voluntad, se disipó la ansiedad y son casi 3 años sin haber vuelto a probar”.

La jardinería ahora su pasión

Desde hace 2 años Carlos se dedica a la jardinería, tras ser parte de los planes de la secretaría de Desarrollo Social.

Hoy en día está integrado al programa denominado ‘Huertas para Todos’, de la alcaldía de Armenia, donde se encarga del cultivo de plantas medicinales, legumbres y hortalizas.

“Ahora estoy trabajando en una huerta comunitaria en el barrio Nuevo Berlín de 7 a. m. a 2 p. m., estoy en esa tarea de prestar apoyo y asesoría para obviamente cultivar”, expresa Carlos, que nunca imaginó en llegar a ser jardinero, pero lo aprendió en el corto tiempo y ahora es su pasión.

En Cenexpo se ganó la confianza y la atención de funcionarios por su compromiso, ya que había sido líder de uno de los pabellones, jefe de bodega de alimentos perecederos, y gracias a ello pudo ser contratado por la alcaldía.

 “Por supuesto me enseñaron la manipulación de las plantas, nunca me imaginé esto porque casi toda mi vida me la pasé en la calle”, comentaba Mejía.

Otro efecto positivo de vincularse con el programa es el volver a contactarse con su familia: “Al sentirme muy bien conmigo mismo, volví a comunicarme con mis hijos a través de las redes sociales, uno cuando está en el infierno de las calles no tiene para una llamada, menos para un teléfono. Me recibieron y aceptaron de nuevo con todo el amor”.

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Por supuesto, sus hijos le han pedido que vuelva con ellos a vivir, pero tiene clara una cosa: “Yo no me voy de Armenia, yo ya soy un hijo de esta tierra, yo vivo solo en un cuarto que tengo rentado. A la costa no me devuelvo porque no me aguanto tanto calor”.

Sin embargo, tiene planeado viajar en diciembre para reencontrarse con sus seres queridos, es una oportunidad que tampoco va a desaprovechar.