En su diatriba, Calderón Acevedo evoca el ya conocido título de una columna de Claudia Palacios en la que llama la atención por el creciente número de mujeres venezolanas que tienen bebés en Colombia, y a la que le puso de título ‘Paren de parir’.

“Les diría a las facultades de derecho del país, en términos de una gran columnista, “dejen de parir” leguleyos”, escribe en el diario económico, después de reproducir la definición de la RAE sobre ese término: “Discutidor, persona que aplica el derecho sin rigor y desenfadadamente, y persona que hace gestiones ilícitas en los juzgados”.

Calderón Acevedo asegura que por su oficio, y por su experiencia profesional de casi 40 años, en la cual se ha cruzado “con todo tipo de abogados”, se atreve a decir que “lo que escupen las facultades de derecho son, fundamentalmente, leguleyos”.

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“Y muchos encajan en los tres conceptos” remarca, aunque reconoce que “hay grandes abogados y hay prestigiosas y limpias firmas, que ejercen el oficio con toda pulcritud y ética”. Sin embargo, para él, “hay otras [firmas] llenas de pedantes socios y asociados que, desde su Olimpo, y pisando su juramento, como hicieron al validar el tal acuerdo, miran con desprecio a los que, según ellos, no tienen derecho a opinar sobre nada, porque ‘no son formados en leyes’”.

El columnista asegura que no es solo la “prepotencia” de esos abogados, “con la cual cobran honorarios en ‘dólares por minuto’”, la que los hace “pésimos profesionales”, sino “su espíritu de cometa, lo que los hace indignos de su credencial”.

Estos “jurisconsultos” —agrega— se dejan “llevar, sin resistencia, por la corriente de las normas procesales, para sacar a clientes de la cárcel, para hacer vencer términos, para descalificar dictámenes, a pesar de que saben, pero no lo dicen en voz alta, que sus clientes son culpables de todo tipo de crímenes y contravenciones”.

Y en ese costal de malos juristas Calderón Acevedo mete a magistrados de las altas cortes que “al amparo de su fuero y su cargo, venden fallos” y magistrados, en tribunales y juzgados, “que carecen de imparcialidad, y amañan sus fallos a favor de políticos corruptos”.

Por eso, considera que “la reforma a la justicia empieza por reformar las facultades, seleccionar mejor al cuerpo docente, apretar los requisitos de ingreso y enseñar ética y moral, materias desvanecidas del pensum”.