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Escrito por:  Fredy Moreno
Editor jefe     Sep 18, 2024 - 10:32 am

Para darle gusto, y en un nuevo intento por retomar los diálogos con el Eln, el Gobierno del presidente Gustavo Petro estaba alistando un decreto para cambiarle la denominación a esa guerrilla, catalogada por ley como grupo armado organizado (GAO), un rótulo que le incomoda porque se siente metida en el mismo costal con otras bandas criminales. El borrador de decreto le añade la palabra ‘rebelde’, con lo que pasaría a ser una ‘organización armada rebelde’. El Eln había puesto esa condición para seguir con las negociaciones. Pero ni eso contuvo su naturaleza belicista y atacó una base militar en Puerto Jordán (Arauca).

(Le interesa: Dos soldados resultaron muertos en el ataque terrorista del Eln en Arauca; 21 más, heridos)

No deja de ser curioso que el atentado ocurra en un contexto de virulentos discursos del mandatario en los que califica de nazis y ve en los civiles como políticos opositores y periodistas más maldad que en los integrantes del Eln, un grupo que ha tenido claro desde su origen que sus objetivos solo podrán ser alcanzados mediante el derramamiento de sangre. A las altas cortes, el presidente Petro les ha dicho que sus fallos son chambones; al Congreso de la República, que sabotea sus iniciativas; a los periodistas también les dice mafiosos; al Consejo Nacional Electoral (CNE), lo trata de golpista, y a los empresarios y banqueros no los baja de opresores y esclavistas.

Todos, al unísono, según el mandatario, conspiran para darle un “golpe blando” con el fin de tumbarlo del poder. Y a todos los amenaza con sacar a sus huestes a las calles para que lo defiendan. La dureza de su discurso contra los sectores democráticos del país contrasta con la manera como trata al Eln, una evidente amenaza no solo para el Gobierno, sino para la supervivencia del Estado colombiano, pues esa guerrilla ahora está más empoderada por el respaldo del régimen de Nicolás Maduro en Venezuela.

Eln da a Gustavo Petro el mismo caldo que a otros presidentes

Frente a la actitud violenta del Eln retumban algunos postulados del teórico prusiano de la guerra Karl von Klausewitz, tan apreciado como criticado por los especialistas en el tema, pero cuyos conceptos no dejan de rondar, y que debería considerar un comandante en jefe de fuerzas militares.

Por ejemplo, la idea, por aterradora que parezca, de que la fuerza enemiga no solo debe destruirse físicamente, sino, y quizá eso sea más importante, moralmente. Pero eso no lo ha conseguido hasta ahora ningún presidente de Colombia, incluido uno de izquierda como Petro, a quien esa guerrilla le acaba de dar un sorbo del caldo con el que ha atendido a sus antecesores. En la administración del presidente Petro, esa guerrilla no ha recibido ningún golpe significativo que apunte a su destrucción o a hacerle mella para disminuir su voluntad beligerante, objetivo estratégico en cualquier confrontación armada.

El mismo presidente Petro admitió en su breve declaración de este martes por la noche que el Eln acabó el proceso de paz “con sangre”, sin que hasta este miércoles por la mañana se conozca todavía una decisión oficial sobre la suerte del proceso de paz con esa guerrilla. Evocó lo que le pasó al expresidente Iván Duque, en cuyo gobierno ese grupo armado ejecutó un atentado terrorista contra la Escuela de Cadetes de la Policía General Santander, en Bogotá, en el que asesinó a 22 alféreces. Esa vez usó un carro bomba; este martes, armó una plataforma en una volqueta desde la que lanzó varios cilindros explosivos contra la base militar y mató a dos soldados e hirió a otros 25.

“Las consecuencias de las acciones y del flujo de la historia hoy nos traen un hecho dramático, repetido en nuestros últimos años: una volqueta cargada de explosivos que hiere a 25 jóvenes y mata dos, dentro de los datos que tengo, puesta por el Eln con quien estábamos conversando de paz”, dijo Petro. “Obviamente, como sucedió aquella vez en otro sitio aquí cerca, en la Escuela de la Policía, donde murieron muchísimos agentes de Policía, alféreces, que estaban estudiando allí, pues prácticamente es una acción que cierra un proceso de paz con sangre”.

Desde la operación Anorí, cuando estuvo a punto de ser aniquilado por el Ejército Nacional, el Eln no ha recibido ningún golpe contundente que lo obligue a sentarse a la mesa de negociación. Todos sus jefes han muerto de viejos en el monte o escondidos en Cuba ( y ahora en Venezuela). Hasta el momento, ese grupo armado organizado ha visto los procesos de paz que han planteado diferentes gobiernos como una oportunidad para fortalecerse y chantajearlos. Pero no como opción de supervivencia ante una manifiesta superioridad del Estado.

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Esa actitud se vio particularmente fortalecida por decisiones del Gobierno de Petro, que comenzó su gestión haciendo una barrida total de expertos altos oficiales de las Fuerzas Armadas y de la Policía (especialmente, los que más sabían de inteligencia). Ha sido claro que las Fuerzas Armadas cejaron en sus esfuerzos y perdieron la iniciativa militar. La delantera la tomó el Eln, que se dio el lujo, incluso, de ejecutar paros armados en el Chocó, y adelantar otras acciones terroristas pese a estar en la mesa de diálogo. Además, el Gobierno renunció a los bombardeos.

Por otra parte, la obsesión por lograr una “paz total” del presidente Petro la vio el Eln como oro puro para sus intereses. Mientras el mandatario le tendía la mano, esa guerrilla hacía cálculos para fortalecerse y aseguraba que no dejaría las armas. Resultó ser enclenque la coincidencia de objetivos que aparentemente había entre ambas partes. “Este proceso de paz, construido con la participación de la sociedad al recoger las expectativas de cambio de las mayorías, puede abrir o concluir en un proceso constituyente”, había dicho el jefe del Eln, Eliécer Herlinto Chamorro Acosta, alias ‘Antonio García’, al concluir el sexto congreso nacional del Eln, en junio pasado.

Pero a comienzos de septiembre, el consejero comisionado de paz Otty Patiño puso en blanco y negro lo que estaba ocurriendo con esa guerrilla. Los diálogos “están agonizando”, dijo lacónicamente. Y el balance que se podía hacer en ese momento arrojaba que solo se avanzó en una mesa de diálogos y se pactó un cese al fuego bilateral, nacional y temporal (el primero conseguido hasta ahora con el Eln). Nada más.

Desde que finalizó el cese al fuego con el Eln, se han presentado más 15 ataques a los oleoductos en Arauca; la semana pasada atentaron contra una garita e hirieron a dos soldados, y en Saravena asesinaron a dos policías en lo que podría ser un plan pistola. Ante esta situación retumba la promesa de campaña del entonces candidato Petro, según la cual, “a los tres meses de ser presidente, se acaba el Eln en Colombia porque hace la paz”.

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