Tras abrir la licitación para construir una planta de termovalorización, hay una serie de dudas. Fuera de los costos (México suspendió una iniciativa similar) se advierte otro efecto: promover el reciclaje amenazaría la estabilidad financiera del proyecto.

Un bogotano, en promedio, genera casi un kilo de basura al día (300 kg al año) y, en general, la ciudad produce 7.500 toneladas, que terminan sepultadas en el relleno Doña Juana, el cual está en crisis no solo por ser un obsoleto modelo de gestión, que se está quedando sin espacio, sino por las problemáticas ambientales y sociales para las comunidades aledañas, como los malos olores y las enfermedades por vectores, que se vienen denunciando hace años. Para completar, el reciclaje no parece ser prioridad y la cantidad de basura no disminuye. De hecho, en 2021 únicamente se recicló el 19 % de los desechos.

Por esta razón, la nueva apuesta del Distrito apunta a una planta de termovalorización, para incinerar todo tipo de basuras y transformarlas en energía, que sería la primera planta en Latinoamérica y un paso para evolucionar de un relleno a un Parque de Innovación (como quiere llamarlo la administración). Pero, ¿servirá para generar una transformación en el manejo de residuos desde los hogares? Los cuestionamientos no faltan.

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¿Cómo funcionará la planta?

Los pioneros son los países europeos, que usan esta tecnología hace 50 años. En 2019 había 470 incineradores de residuos sólidos, que procesaban cada uno casi 193.000 toneladas al año. Sin embargo, no todo lo que brilla es oro. Allí los ambientalistas han cuestionado la práctica y, en México, un proyecto similar está en el limbo, por su elevado precio. Para algunos expertos, esta tecnología, que se alimenta de basura, parece ir en contra de la política de cero residuos.

No obstante, las ventajas parecen evidentes: fuera de disminuir el uso de combustibles fósiles, al usar la basura para generar electricidad, se reduce el volumen de desechos que se entierran en los rellenos. “La termovalorización es la alternativa más viable para Bogotá, por la cantidad de RSU. Otro tipo de manejo necesitaría mayores extensiones de área para tratar la basura”, dice Lorena Ávila, consultora del proyecto de la Uaesp.

Cabe señalar que “la actual generación de plantas puede alcanzar 31% de eficiencia eléctrica neta que, en la práctica, es mayor a la que puede alcanzar cualquier alternativa de tratamiento térmico”, señala un estudio de 2022 del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

“El Sarape” y su alto costo

Una característica de las plantas de termovalorización es su alto costo. De hecho, un proyecto similar en Ciudad de México, denominado “El Sarape”, está en el limbo por su costo (US$600 millones) y por las preocupaciones ambientales. En su momento, el proyecto se presentó similar a como se hizo en Bogotá: con la promesa de reducir la basura que termina en los rellenos y las emisiones de dióxido de carbono (CO₂). Sin embargo, tras un cambio de gobierno y disputas políticas, este se suspendió.

“La planta en México está suspendida por decisión de las autoridades. Un proyecto como este solo es viable si tiene una visión de largo plazo, con garantías jurídicas para quienes decidimos ser parte de este tipo de inversiones”, indicó John Martínez, directivo de Veolia, empresa francesa que lideraba el proceso en México y ahora se alista para presentarse en Bogotá.

La licitación

Según la licitación pública del proyecto (LP-01-2022), que acaba de abrir el Distrito, la planta estará en la “Eterna Cantera”, dentro del relleno Doña Juana, y tendrá la capacidad de generar 105 megavatios (MW), suficientes para brindar energía a 40.000 viviendas o suplir la demanda de todo el alumbrado público, que en 2020 requería 40 MW. No obstante, no es claro cómo se garantizará el terreno dentro del relleno, ya que Doña Juana lo administra bajo concesión la multinacional CGR, empresa con la que el Distrito ha tenido choques, lo que anticipa líos jurídicos.

A pesar de esto, de acuerdo con la Uaesp, la licitación está blindada por los estudios de viabilidad, así como el modelo financiero propuesto. Según el documento, el Distrito busca quién construya con recursos propios la planta a cambio de tener su operación por 30 años, bajo la figura de concesión. El costo total sería de $6,9 billones (casi US$1.725 millones). El privado recuperará su inversión así: 75 % a través de la venta de energía, 15 %, de la tarifa de aseo, y 10 % con la venta de las cenizas tras la carburación.

Frente al modelo, algunos interesados en el proyecto ya tienen dudas: aseguraron a este diario que, debido a que se financia en gran medida con la venta de energía, les preocupa los precios relativamente bajos en el país, debido a las condiciones de la matriz energética. Según la Uaesp, el cierre financiero se dará partiendo de la base de que se van a tratar 1.400 toneladas de residuos al día, ya que con menos toneladas no sería rentable. En ese sentido, se busca pasar a una economía de escala, es decir, que entre más residuos lleguen, más viable será.

¿Contra la política basuras cero?

La planta, a pesar de ser mejor que el actual sistema de enterrar las basuras, ya genera dudas y críticas. De entrada el valor: sin conocer las diferencias con la planta que pretendían hacer en México, tal parece que la de Bogotá costaría el triple (US$600 millones vs. US$1.725 millones), situación que amerita explicación. Adicionalmente, sus implicaciones.

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“No estoy en contra de la planta, pero debería discutirse, ¿cómo logramos trabajar de verdad en la mano con los recicladores? ¿Cómo va a ser la gestión de recursos? ¿Cuáles son los incentivos para el aprovechamiento? Nosotros en eso hemos fracasado como ciudad”, asegura la concejal Lucía Bastidas (Alianza Verde).

Mientras este tipo de proyectos llegan a Latinoamérica, en Europa su futuro es incierto. Esto se debe a que la Unión Europea prevé un sistema sostenible, donde cada vez hay menos productos de un solo uso, que son justo la materia prima para garantizar la estabilidad financiera de un proyecto como incineración de residuos. De hecho, algunas plantas europeas están importando residuos para asegurar su funcionamiento y rentabilidad.

“Aquí hay un absurdo, ya que si lo que quiero es generar menos residuos, no puedo montar una planta que requiere mínimo de 3 millones de toneladas diarias de residuos para funcionar. Si no se llega a ese mínimo, pues esa planta se convertiría en un elefante blanco”, manifestó Ricardo Herrera, abogado experto en servicios públicos y saneamiento.

Sin embargo, en el diseño propuesto en la licitación, la planta está contemplada para recibir todo tipo de residuos. Aunque esa opción parece una solución para el problema en Doña Juana, a personajes como el ingeniero Pedro Ramos, experto en tecnologías de tratamiento de RSU y fuentes alternas de energía, le genera desconcierto. “La planta es para tratar residuos que llegan en bolsa negra, es decir, los no aprovechables, así incluyan materiales reciclables que, por contaminados, no serían comercializables. No obstante, en los pliegos se favorece a la empresa que sugiera una unidad de pretratamiento de residuos, cuando los estudios no la requieren. Esto encarece la oferta”, asegura Ramos.

De acuerdo con el Distrito, esta es una medida transitoria, debido a que la separación de los residuos en su punto de generación tiene todavía un largo camino por recorrer. Agrega la Uaesp, que en el largo plazo la prioridad será invertir la pirámide del manejo de los residuos, donde se prevenga su generación.

“Es la fracción no aprovechable la que nos interesaría llevar a un proceso de tratamiento térmico. La torta es grande hoy, porque Bogotá genera 7.500 toneladas al día, que alcanza para todas las gestiones. Somos conscientes de que la separación de los residuos no se hará de hoy para mañana”, aclara Lorena Ávila.

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Por el momento, el proyecto seguirá en licitación y se espera que la obra esté para finales de 2023, en un despliegue paulatino de sus funcionalidades. Lo que es claro es que la planta, con virtudes y defectos, es parte de un eslabón de una apuesta que busca transformar con tecnología aquella práctica obsoleta de enterrar los desechos. ¿Valdrá la pena su costo?

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