El sacerdote Javier Eduardo González Pertúz nunca llegó a la misa que tenía programada para las 4:00 de la tarde del pasado sábado 4 de febrero en el centro comercial Unicentro de Medellín.

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Ese día, uno de sus amigos, el sacristán Mario Jaramillo, envió desde la parroquia Jesús de la Buena Esperanza hasta el centro comercial todo lo que el padre iba a necesitar para oficiar la eucaristía: el alba sacerdotal, las hostias, el vino y hasta la alcancía.

Mientras algunos feligreses se alistaban para ir a la celebración litúrgica, el cuerpo del padre ya estaba sin vida. Horas antes, en la madrugada del sábado, se desplomó en la mesa de un bar en la carrera 70 de Medellín, en el sector Laureles.

Mario Jaramillo, sacristán desde hace 36 años en la parroquia ubicada en el barrio Belén Rosales, le dijo al diario El Tiempo que Andrés Arredondo, otro sacerdote del lugar, fue quien le dio la dolorosa noticia.

Cuando llegó a la parroquia levantó su cabeza y con lágrimas en los ojos le dijo: “Mataron al padre Javier”.

Fue en ese momento cuando el sacristán supo que no volvería a ver al padre Javier Eduardo, quien además era formador en el Seminario Misionero San José, ubicado en la comuna Robledo.

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Las autoridades investigan si el fallecimiento se dio por un “coctel” de licor con escopolamina, sustancia que le habría suministrado otro hombre que estaba departiendo con el sacerdote, según las primeras hipótesis.

Sin embargo, los resultados de las primeras pruebas no fueron concluyentes, pues no confirmaron la presencia de alguna sustancia en el cuerpo de la víctima.

Las pruebas continúan con nuevos exámenes realizados en un laboratorio en Bogotá, cuyos resultados se conocerían en los próximos días.

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