
En la noche de este domingo pareció que las aguas entre Estados Unidos y Colombia volvieron a la calma después de la peor crisis diplomática entre los dos países en la historia, desatada por el presidente Gustavo Petro. Pero el hecho no se ha cerrado. Si bien se evitó una grave guerra comercial, se mantienen sanciones de la administración del presidente estadounidense Donald Trump como la suspensión de expedición de visas hasta que Colombia reciba efectivamente a los colombianos que deporte Estados Unidos. Así se supere completamente el conflicto, la huella que dejó entre los colombianos esta amenaza traerá, lo mismo que otras decisiones del mandatario colombiano, serios efectos electorales.
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El 2025 se ha anticipado desde hace meses como un año electoral, precisamente porque el presidente Petro le dio una partida prematura a la campaña presidencial del año entrante. Pero este 2025 ha tenido un mal comienzo para el mandatario y su proyecto político de mantener en el poder al progresismo. Varias disposiciones del jefe de Estado en enero, en los planos nacional e internacional, no solo la salida en falso con Estados Unidos, en la que quiso imponer su liderazgo beligerante (como el que emplea al atacar a los banqueros, empresarios y periodistas en Colombia), las ha sentido el país como los corrientazos que recibe quien toca un cable eléctrico y no se quiere volver a arriesgar.
La primera de esas medidas en 2025 de alguna manera ya la esperaba Colombia, pero no dejó de ser chocante: envió a su embajador en Caracas, Milton Rengifo, a la ilegítima posesión de Nicolás Maduro, lo cual certificó la postura tibia del presidente Petro frente al régimen de Venezuela. Eso, a la luz de los ciudadanos de a pie, lo ha situado más cerca de la dictadura que de la democracia y ha despertado los temores de quienes creen que el modelo socialista venezolano es el que orienta la acción política del mandatario colombiano. Eso más su discurso marxista setentero y sus permanentes alusiones al M-19, grupo guerrillero al que perteneció.
En el caso de las razones que expuso el presidente Petro para negar el arribo de aviones con colombianos deportados de Estados Unidos (causa por la que Donald Trump decidió imponer sanciones a Colombia), no se entiende por qué reclama el trato inhumano que supuestamente les da Estados Unidos, pero no se recuerda ninguna voz suya de protesta cuando, en 2015, el régimen de Maduro expulsó de ese país, en condiciones inhumanas, a miles de colombianos a los que, además, les marcó sus casas como lo hicieron en la Alemania nazi las fuerzas de Hitler con los judíos. México también ha inadmitido a más de 100.000 colombianos y los ha regresado al país en los últimos años, sin que eso amerite ningún comentario del mandatario colombiano.
Lo cierto es que ante los anuncios de Estados Unidos y la respuesta del presidente Petro con su talante retador y pendenciero —invocando, como Maduro, el nombre de Simón Bolívar—, el país entró en un estado de zozobra, crispación, pesadilla, que quizá no tenga comparación ni siquiera con la permanente amenaza del estallido social que usa el mandatario o sus más fieles seguidores, como el presidente de la CUT, Fabio Arias, si no se hacen las cosas a su manera. Si el estallido social afectó seriamente la economía del país, la guerra económica con Estados Unidos la destruiría con unas consecuencias imprevisibles. Ni empresarios ni trabajadores quieren algo así.
En el ámbito interno, otro factor con el que comenzó mal el año para el presidente Petro fue la consolidación del fracaso de su proyecto de “paz total”, manifiesto no solo en la grave situación del Catatumbo, en donde, hasta este lunes 27 de enero, iban 47.000 desplazados (la peor crisis de desplazamiento en la historia de Colombia) y más de 100 muertos mal contados. La guerra que libran en esa región actores ilegales como el Eln, las disidencias de las Farc y bandas criminales como el ‘Clan del Golfo’ tiene escenarios similares en otras zonas del país, lo que da como resultado un orden público caótico, como el que se padecía hace 25 años. En las elecciones, los colombianos se inclinarán por propuestas que les planteen la recuperación de la seguridad en Colombia.




Pero el Catatumbo ofrece otra faceta preocupante: de nuevo, la figura de Maduro, cuyo régimen da acogida al Eln y a la disidencia de las Farc ‘Segunda Marquetalia’. Por su territorio se desplazaron las unidades del Eln que salieron de Arauca y llegaron hasta el Catatumbo a masacrar a firmantes de paz y a otros civiles en acciones que el mismo presidente Petro calificó de “crímenes de guerra”. Con todo, la región dejó al descubierto nuevamente el debilitamiento de las Fuerzas Armadas y su nuevo papel de testigo mudo que contempla cómo los actores ilegales se atacan con la población civil como parapeto.
Maduro, evidentemente repudiado en Colombia y en el mundo democrático, le ofreció su respaldo al presidente Petro después de las 12 horas de crisis que aún no se ha superado. “Presidente Gustavo Petro, cuente usted con la experiencia y la fuerza del pueblo venezolano. Por siempre estaremos juntos, Colombia y Venezuela en paz y diálogo profundo. Inspirados en nuestro Libertador Simón Bolívar […]”, escribió el dictador en Instagram. El mandatario colombiano recibió así el abrazo del oso. Los presidentes, también de izquierda, de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, y de México, Claudia Sheinbaum, no se manifestaron al respecto. La mexicana, en cambio, ya le había dado una lección de prudencia al jefe de Estado colombiano al decirle a su pueblo que mantendría la cabeza fría ante las medidas y los dichos de Trump.
Lo que ha vivido Colombia en el primer mes del 2025 difícilmente pasará de agache. El año comenzó muy agitado con acontecimientos que han tocado directamente al electorado. Si bien los políticos con sus discursos en campaña maquillan la realidad, los corrientazos que han sentido los colombinos no han llegado a sus oídos, sino a su piel, y esas marcas no se borran. El presidente Petro quiso poner contra las cuerdas Trump, pero recibió un gancho que le midió el aceite y lo dejó expuesto, no solo en el exterior, sino, una vez más, dentro del país.
Al mandatario colombiano, a partir del próximo 7 de febrero, le quedarán exactamente 18 meses de gobierno. Será un año y medio crítico en el que deberá elegir entre recomponer el andar y trabajar por el país con el corolario de mejorar la imagen de la izquierda en el poder, sin radicalismos, o seguir gobernando y manejando las relaciones internacionales a través de la red social X, de manera pendenciera, con las consecuencias que ya se empiezan a dibujar.
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