¿Charlie sigue siendo Charlie? Más de un lustro después del atentado que diezmó su redacción, el semanario satírico francés sigue presentándose como un baluarte de la libertad de expresión y conserva intacto su tono provocador, si bien sus objetos de burla están cambiando.

Estas son algunas de las reacciones de usuarios de Twitter respecto de la dura portada de esta semana:

“Antes decíamos a la mierda Dios, el ejército, la Iglesia, el Estado. Hoy, debemos aprender a decir a la mierda las asociaciones tiránicas, las minorías ególatras, los blogueros y blogueras que nos reprenden como si fueran pequeños maestros de escuela”, escribió en enero Riss, director de la redacción, con motivo del quinto aniversario de la matanza.

El 7 de enero de 2015, los hermanos yihadistas Said y Chérif Kouachi irrumpieron en la sede parisina de Charlie Hebdo y mataron a 12 de sus colaboradores, incluidos los conocidos caricaturistas Cabu, Charb, Honoré, Tignous y Wolinski.

Los autores estimaron “vengar” así a Mahoma, después de que el semanario hubiera publicado varias caricaturas mofándose del profeta, de la misma manera que se ríe con frecuencia de las otras religiones, cosa legal en Francia, donde el delito de blasfemia no existe.

La línea anticlerical fue marca de la casa desde su fundación en 1970, si bien con el tiempo sus caricaturistas fueron burlándose de todo y de todos, hasta el punto de que las denuncias por difamación de la Iglesia, empresarios, ministros y famosos obligaron a cerrar la publicación durante 11 años, entre 1981 y 1992.

Pero su irreverencia no mermó y las burlas al islam la convirtieron en blanco de amenazas durante años.

En el atentado de 2015, Charlie Hebdo perdió a varias de sus mejores firmas y algunos otros de los que sobrevivieron se marcharon poco después, traumatizados. Fue el caso de Luz, pilar de la redacción y autor de la caricatura de Mahoma proclamando “Todo está perdonado”, del primer número posatentado, del que se vendieron casi 8 millones de ejemplares.

“Cada vez que cerramos un número es una tortura porque los demás ya no están ahí. Pasar noches sin dormir invocando a los desaparecidos, preguntándome qué habrían hecho Charb, Cabu, Honoré, Tignous es extenuante”, confió Luz al diario Libération.

Desde entonces, el dibujante se dedica a los cómics y entre sus publicaciones destaca “Catarsis”, donde cuenta cómo se recuperó del atentado, del que escapó por poco.

También se fue Patrick Pelloux por la necesidad de “pasar página”. Se quedó el periodista Philippe Lançon, cuyo libro “Le Lambeau”, en el que narra cómo vivió el atentado y el doloroso proceso de reconstrucción facial al que se sometió tras resultar gravemente herido, se llevó varias de las recompensas literarias más prestigiosas de Francia.

En cuanto a las ventas, el atentado revirtió un periodo financieramente difícil. De unos 20.000 ejemplares semanales vendidos en puestos de revistas y de unos 10.000 suscriptores, Charlie Hebdo, que vive sin publicidad ni subvenciones, se benefició de una ola de solidaridad que le llevó a sumar 240.000 suscriptores en febrero de 2015.

Más adelante, las cifras se estabilizaron y actualmente se venden cada semana unos 25.000 ejemplares, además de unas 30.000 suscripciones. Su volumen de negocios pasó de 5 millones de euros (5,9 millones de dólares al cambio actual) en 2014 a más de 8 millones el año pasado (9,4 millones de dólares).

Después del atentado, el semanario se convirtió en el primer medio francés en adoptar el estatuto de empresa solidaria de prensa, por lo que se comprometió a reinvertir el 70 % de sus beneficios anuales y el resto para autofinanciarse.