La investidura de Maduro para gobernar durante seis años más, hasta el 2025, también está rodeada por el desconocimiento de la comunidad internacional que considera ilegitima su elección como presidente.

En los últimos años muchos apostaban a que caería, pero Maduro demostró estar dispuesto a todo para perpetuarse, aun a costa de ser tildado de dictador.

Su acto de juramentación se desarrollará a las 10:00 de la mañana en el Tribunal Supremo de Justicia y no en el parlamento nacional ante los diputados, de mayoría opositora, como lo establece la constitución venezolana. Es la primera vez que se hará de esta forma porque el gobierno dice que el parlamento está en “desacato”.

A la posesión solo asistirán presidentes de cinco países: Evo Morales, de Bolivia; Daniel Ortega, de Nicaragua; Miguel Díaz-Canel, de Cuba; Salvador Sánchez, de El Salvador; y Anatoli Bibílov, de Osetia del Sur, un territorio que pertenecía a la antigua Unión Soviética y no es reconocido por Naciones Unidas como país.

Maduro promete que ahora sí habrá prosperidad, pese a que durante su gobierno, iniciado en 2013, el tamaño de la economía de la otrora rica nación petrolera se redujo a la mitad.

Bajo su presidencia, Venezuela vivió protestas con unos 200 muertos, sanciones internacionales y una radicalización de la “revolución bolivariana”. Su rechazo llega a 80 %, según la encuestadora Delphos.

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Perfil

El corpulento exchófer de bus de 56 años comenzará su segundo período pese a ser desconocido por la oposición, Estados Unidos, la Unión Europea y varios países latinoamericanos.

Exsindicalista, Maduro recibió el peso de reemplazar a un Hugo Chávez (1999-2013) que se mostraba “insustituible” y, en principio, proyectó baja autoestima, dijo el politólogo Luis Salamanca. “Ese Maduro ya no existe. Chávez es un recuerdo lejano”, sostiene.

“Sobrevive gracias a su autoritarismo. Cambió las reglas para no enfrentarse en una contienda electoral democrática porque sabe que perdería”, opina Salamanca.

Sus adversarios lo acusan de destruir la Constitución y la economía y de ser un “dictador” sostenido por los militares, a quienes otorgó poder en todos los frentes y considera la “columna vertebral” del país.

“Me resbala que digan que soy un dictador”, afirma Maduro, quien el pasado 4 de agosto denunció un intento de asesinato de opositores luego de que dos drones con explosivos estallaran cerca de una tarima donde encabezaba una parada militar.

Constantemente denuncia planes golpistas y se dice víctima de una “guerra económica” de Estados Unidos y la oposición, a los que culpa de la falta de alimentos y la inflación, proyectada por el FMI en 10.000.000% para 2019.

“Ni con votos ni con balas”

Maduro ganó la presidencia por muy poco, en abril de 2013, frente a Henrique Capriles.

Dos años después sufrió un duro revés cuando la oposición arrasó en las parlamentarias, lo que marcó un quiebre. “Ni con votos ni con balas volverán a Miraflores (palacio presidencial); no nos ganarán más nunca una elección”, advierte desde entonces.

Con influencia en todos los poderes del Estado, logró que la justicia anulara al Parlamento al declararlo en desacato, bloqueara un referendo revocatorio y encarcelara o inhabilitara a adversarios.

Desde agosto de 2017 gobierna con una Asamblea Constituyente de poder absoluto que sustituyó en la práctica al Legislativo, adelantó las presidenciales para el 20 de mayo pasado y cambió las reglas electorales.

Aduciendo que era un proceso fraudulento, los principales partidos opositores se marginaron, dejando el camino libre para que Maduro triunfara con 68% de los votos y la mayor abstención en seis décadas.

“Hace cinco años yo era un novato. Hoy soy un Maduro de pie, experimentado con la batalla (…). Aquí estoy: más fuerte que nunca”, se ha descrito.

Chávez, a quien conoció en 1993, lo consideraba un “revolucionario”; pero opositores y excamaradas lo acusan de enriquecer a empresarios amigos y a la cúpula militar.

“Ha sabido aprovechar los errores de unos y otros, anulando a adversarios dentro y fuera del chavismo”, dijo Andrés Cañizalez, investigador en comunicación política.

Su antigua aliada, Luisa Ortega, pagó caro desafiarlo. Tras denunciar una ruptura democrática, la Constituyente la destituyó como fiscal general y huyó a Colombia para evitar ser encarcelada.

En plan de imponerse

Sin el carisma de Chávez, Maduro intentó imitarlo con largas apariciones televisivas y retórica populachera y antiimperialista, pero fue construyendo una imagen propia.

Se dice “obrero”, conduce su camioneta, se burla de su mal inglés y de quienes lo llaman “Ma’burro” por sus frecuentes gazapos, baila salsa y reguetón, y es muy activo en redes sociales.

Se declara católico y de adolescente fue guitarrista de una banda de rock. Sus opositores aseguran que nació en Colombia, pero jura ser caraqueño.

Está casado con la exprocuradora Cilia Flores, a quien llama “primera combatiente”. Es padre de “Nicolasito”, miembro de la Constituyente de 28 años, fruto de un matrimonio anterior.

Su buen recibo en Cuba, donde recibió formación política en los años 1980, lo encaminó al poder. Con frecuencia viaja a la isla.

Del discurso moderado y la capacidad negociadora como canciller y vicepresidente, mutó a agitadas arengas contra sus oponentes, a quienes remeda, insulta y amenaza.

Ha mantenido diálogos en cuatro ocasiones con la oposición, muy dividida. Pero otra negociación luce lejana.

“No se le ve en plan de negociar seriamente, sino de imponerse. Negociará sólo cuando tenga el agua al cuello, pero entonces puede ser muy tarde”, dice Salamanca.