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No se apagan las polémicas sobre sobre el rol entre periodismo, poder y política en Italia después del atentado contra Sigfrido Ranucci, presentador del programa de investigación “Report” de la Rai, es decir la televisión pública. Estas polémicas vienen de lejos.
“La libertad en Italia está en riesgo”, denunció Elly Schlein, secretaria del Partido Democrático en el recién pasado congreso socialista europeo en Ámsterdam, atacando al gobierno de “extrema derecha”, como lo definió.
“Son declaraciones gravísimas” -le contestó la primera ministra, Giorgia Meloni-, “no por el hecho de criticar al gobierno, sino por arrojar lodo sobre la democracia en Italia con intentos de ensuciar al país en el exterior”.
Nunca explotó tan fuerte la polémica entre Schlein y Meloni sobre el tema de libertad y democracia. El tono indignado de las dos líderes opuestas de derecha y de izquierda es tal vez el resultado de otra, verdadera y más dramática explosión: la bomba que entre la noche del 16 y 17 de octubre podía haber matado al periodista Sigfrido Ranucci.
El explosivo estaba puesto bajo el coche del periodista estacionado justo en frente a su casa en las afueras de Roma. La potencia destrozó el auto; por suerte nadie pasaba por ahí en esos momentos.
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Pero el reto criminal -la policía está siguiendo la pista del narcotráfico en Albania- es una clara amenaza al periodismo no sólo de investigación.
Los partidos dieron todos y enseguida solidaridad a Ranucci.
La primera ministra Meloni lo llamó por teléfono, reforzó la protección policial que el periodista tiene desde hace cuatro años y además mandó una delegación política de “Hermanos de Italia”, su partido de derecha, a la manifestación pública “Viva la stampa libera” (larga vida a la prensa libre), organizada por el movimiento progresista Cinco Estrellas pocos días después del atentado. Con la participación de los partidos de izquierda y de muchos periodistas.
Está bien claro para todos que las instituciones y la política no pueden tolerar que un periodista arriesgue su vida por el hecho de hacer su trabajo.
Pero las relaciones de la prensa con el Gobierno, que en Italia siempre fueron y tienen que ser críticas (si no son críticas quiere decir que en algo la prensa o el gobierno se están equivocando), desde hace tiempo son también complicadas.
La Rai en la mira
Bajo acusación, la Rai, que la izquierda bautizó “Tele-Meloni” y las muy pocas conferencias de prensa que la primera ministra promueve siempre de apuro y con poco espacio para las preguntas de los periodistas, sobre todo en los viajes al exterior.
Es un tema que se discute de años y hasta hoy nunca se pudo resolver.
La Rai, controlada por el Parlamento (quiere decir por la mayoría política del momento: hoy es de derecha), siempre ha sido gubernamental.
Y todas las veces el debate sobre cómo sacar la presión del gobierno y la influencia de los partidos en el servicio radiotelevisivo público pagado por todos los italianos -por ejemplo: ¿con la privatización de la Rai?-, las oposiciones están de acuerdo sobre la urgencia del cambio necesario. Pero sólo hasta que las mismas oposiciones llegan al poder y pueden controlar lo que el día antes criticaban. Sin excepciones, y así no se cambia más.
Los tres canales de la Rai siempre han sufrido la subdivisión por alineación política. El canal principal más cercano al Gobierno, el del medio también pero un poco menos y el tercero más abierto al punto de vista de la oposición. Es el canal que transmite el programa semanal de Ranucci.
Los otros tres más seguidos canales privados y comerciales pertenecen a la familia Berlusconi. Por años, se habló de “conflicto de interés” del fundador del imperio televisivo, Silvio Berlusconi, cuando creó “Forza Italia” -partido de gobierno ayer como hoy- y él mismo ganó las elecciones y fue primer ministro en cuatro oportunidades.
Pero ese conflicto ahora hay que medirlo con la revolución digital, que abrió muchas y otras puertas de información y con la mayoría de los diarios que están más en contra que a favor del Gobierno.
En realidad, desde hace tiempo la inevitable polémica con mucha pasión italiana entre prensa y política salió del país y viaja por el mundo.
El papel de las redes en la información
Un mundo con presidentes, ministros, eminentes personajes de la economía, de la industria, de la inteligencia artificial en desarrollo que declaran cada uno su verdad por su cuenta en las redes sociales y no se dejan entrevistar. El monólogo no mejora la sociedad, que vive comparando opiniones y posiciones distintas, ni la libertad que no es una categoría ideológica.
Indro Montanelli, que fue el más grande periodista de Italia, un símbolo de independencia como pocos (liberal-conservador, no tuvo problemas en romper con Berlusconi, que era el potente propietario de “Il Giornale” dirigido por Montanelli, cuando Berlusconi decidió de involucrarse en política), decía siempre que el periodismo libre “no existe”. “Existen los periodistas libres”, distinguía.
El problema italiano y universal de la libertad de prensa frente a un poder fuerte, solitario y final, es decir muy triste, nunca lo van a resolver los políticos: tienen que resolverlo los periodistas.
Mientras tanto, el gobierno acaba de festejar, el 22 de octubre, su tercer año, que también hace que se convierta en el tercero más longevo en la historia política de la República, después de los dos gobiernos de Berlusconi en 2001 y 2008.
Los partidos de Gobierno subrayan la estabilidad adquirida en Italia como valor de por sí, sobre todo si se compara con la crisis política en Francia -seis primeros ministros en el mismo período de tiempo-, con la incertidumbre económica en Alemania y con la misma tradición de conocida instabilidad política en Roma.
“El valor de la continuidad”, como lo exalta Meloni, destacando el papel de Italia entre la Comisión Europea y los Estados Unidos de Donald Trump, el presidente-amigo.
En cambio, la oposición de centro-izquierda ataca al Gobierno no sólo por sus empeoradas relaciones con la prensa, sino también por
la ley de presupuesto que el Parlamento está examinando.
“Es austera y de crecimiento cero”, acusa la secretaria del Partido democrático, Schlein.
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